Hay clínicas italianas que, desde hace algo menos de cinco años, empezaron a achicar o incluso a cerrar sus salas de maternidad. Hay escuelas primarias y secundarias en Estados Unidos que cada vez tienen más cantidad de aulas ociosas y universidades de Corea del Sur que antes exigían un riguroso proceso para estudiar allí por la enorme demanda y en la última década no lograron completar la matrícula disponible para ingresantes. Hay pueblos fantasma en China y también cientos de nuevos parques en Alemania: están donde antes había miles de edificios que fueron demolidos porque ya no había suficiente gente para habitarlos.
En cada vez más países del mundo la tasa de fecundidad está por debajo de 2,1 hijos por mujer, que es la denominada “tasa de reemplazo” y que permite asegurarse que, generación tras generación, la relación entre nacimientos y muertes se mantiene pareja. Cuando esa tasa se mueve por encima o por debajo de ese 2,1, el crecimiento o la caída poblacional entra en una espiral exponencial: si se producen más nacimientos que muertes, la siguiente generación será más cuantiosa y podrá potencialmente tener más hijos y esa tendencia se reproduce; si se producen menos nacimientos que muertes, entonces la tendencia será inversa.
Ahora mismo, la tasa de fecundidad global y las proyecciones hacia el futuro dan cuenta de que el mundo, de aquí a fin de este siglo XXI, será bien distinto al que conocimos apenas unas décadas atrás. Es que, según una investigación del Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud de la Universidad de Washington, se espera que algunos países como España, Japón e Italia, entre otros, reduzcan su población actual a la mitad para el año 2100. Para ese fin de siglo se espera que, en total, sean al menos 23 los países que reduzcan su población a la mitad, a la vez que se estima que sea prácticamente equivalente el número de personas que alcanzan los 80 años y el número de personas que nacen: el envejecimiento poblacional que ya es notorio en buena parte del planeta será la regla general dentro de no mucho tiempo.
Para entender el fenómeno y el cambio de paradigma alcanza con saber que hacia 1950, una mujer tenía, en promedio, 4,7 hijos a lo largo de su vida: esa tasa y una mejora notable en la esperanza de vida explican el vertiginoso crecimiento de la población mundial a lo largo del siglo XX. Las proyecciones elaboradas por Washington establecen ese número en 1,7 hacia 2100 y los investigadores detrás de ese estudio establecieron que el pico máximo de población planetaria se alcanzaría hacia el año 2064 -imaginen un mundo con 9.700 millones de habitantes- y será un 10% menor hacia 2100, y en plena tendencia descendente. Argentina es parte de ese fenómeno: en apenas veinte años, cayó un tercio el promedio de hijos por mujer.
¿Por qué se produce este cambio de manera tan rápida, si se tiene en cuenta que de una generación a otra la estructura social se modifica drásticamente? En principio, el desarrollo y expansión de métodos anticonceptivos diversos impactó en la reproducción, así como el retraso de la edad reproductiva, especialmente por la mayor y mejor inserción de la mujer al mundo del trabajo, si se compara con su situación a mediados del siglo pasado. Por otro lado, el mandato histórico que prácticamente ordenaba que había que casarse y tener hijos -especialmente las mujeres- ya no tiene la misma pregnancia que décadas atrás. Se trata, en todos los casos, de mejoras en el escenario de las personas, aunque eso redunde en una caída de la población global.
A la vez, el hecho de que todavía en muchos casos la llegada de un hijo pueda suponer la reducción de oportunidades a lo largo de la trayectoria laboral -esto también impacta especialmente en las mujeres- tiene efectos sobre la decisión de tener un hijo o no tenerlo, sumado a las preguntas que surgen sobre la viabilidad de sostener económicamente a ese hijo. Sólo por dar un ejemplo vernáculo, hacia febrero de este año el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) estimo que mantener a un bebé de menos de un año costaba más de 200.000 pesos mensuales, y a un preadolescente, 266.000 pesos. Y de eso ya pasaron varios puntos porcentuales de inflación.
Según la investigación producida en Washington hay, además, padres y madres decididos a dedicar más tiempo a sus hijos del que dedicaban generaciones anteriores, y por eso deciden tener menos hijos que esas generaciones anteriores. Por último, y tal vez por eso aún no se encuentran políticas públicas que amortigüen esta tendencia hacia el envejecimiento y la caída de la población, vivimos en una época en la que el deseo de no criar un hijo se expande entre una parte de la población con una legitimidad de la que antes no gozaba.
La caída de la población puede palparse en distintos rincones del planeta. Japón, por ejemplo, habría alcanzado su máximo de habitantes en 2017, con 128 millones de personas, y se espera que hacia fines de este siglo sean nada más que 53 millones. En Italia, en ese mismo rango de tiempo, los habitantes pasarían de 61 millones a 28 millones. Para 2100 se espera que el 97% de los países -la inmensa mayoría- tengan una tasa de fecundidad por debajo de la requerida para reemplazar a su propia población.
Se trata de un fenómeno de dimensiones globales, aunque no unánime. La investigación de la Universidad de Washington, que fue publicada por The Lancet, asegura que, según las proyecciones actuales, la población de los países de África subsahariana se triplicaría hacia el año 2100, superando los 3.000 millones de habitantes. Para ese entonces, Nigeria destronaría a China -que ya fue destronada por India en el primer lugar- y se convertiría en el segundo país más poblado del mundo.
En efecto, China ya da señales de la caída de su crecimiento demográfico: su tasa de natalidad de 2023 fue la más baja desde que se fundó la China comunista en 1949. Ya había sido récord a la baja en 2022, pero las cifras oficiales del año pasado perforaron ese piso: hubo 6,39 nacimientos por cada mil habitantes. En una mirada más panorámica, la población del gigante asiático cayó unos dos millones de personas en tan solo un año.
Hay países cuya tasa de fecundidad se acelera a la baja. El máximo ejemplo es Corea del Sur, donde, según los registros de 2022, esa tasa fue de 0,78 hijos por mujer, en promedio. Se trata de menos de la mitad de lo requerido para que la población se mantenga estable con el correr de las generaciones. Y el descenso es veloz: 2018 fue el año en que, en ese país, la tasa cayó por primera vez apenas por debajo de un hijo por mujer. En apenas cuatro años, esa tasa se redujo un cuarto.
El descenso de las tasas que ya se palpa y las proyecciones que, ahora mismo, dan cuenta de que esa caída se profundizará están llevando a algunos Estados a planificar y poner en marcha ciertas políticas públicas para intentar amortiguar esa baja. Se trata de un cambio demográfico que sin duda reorganizará a la sociedad moderna tal como la conocemos.
Por un lado, quienes se preocupan por las condiciones del ambiente subrayan que una caída en la población supondrá efectos positivos tales como la reducción de las emisiones de carbono y de la deforestación, así como una mayor disponibilidad alimentaria y de acceso a los recursos naturales.
A la vez, surgen preguntas respecto de cómo se sostendrán los sistemas sanitarios, jubilatorios y de cuidados en un escenario en el que la base de la pirámide poblacional, es decir, las personas más jóvenes, se achique mientras crece la proporción de personas mayores. ¿Cómo será el mundo laboral? ¿Cómo será la carga impositiva sobre los jóvenes y los adultos mayores? ¿Cómo serán las viviendas? ¿Habrá que trabajar hasta el final? Un spoiler: las proyecciones indican que Corea del Sur tendrá sus fondos previsionales agotados para 2055 si sostiene la caída de su tasa de fecundidad.
Por lo pronto, hay países que están tomando medidas para estimular los nacimientos, aunque por ahora nada haya tenido un impacto drástico. Algunos Estados ofrecen cuidado gratuito para los niños, incentivos financieros -en algunos países, por ejemplo, a partir del primer hijo; en otros, cuando nace el segundo o el tercero-.
La licencia por paternidad y el alargamiento de la licencia por maternidad, así como su obligatoriedad, se estableció en varios países nórdicos: el objetivo era que nadie tuviera que preocuparse económicamente por ese impasse laboral, pero el efecto observado es que hay muchos hombres y mujeres que detectan en ese impasse un truncamiento inevitable de su carrera, y entonces deciden no tener hijos o tener sólo uno.
Hay también países intentando estimular la inmigración para hacer crecer su población, aunque en ese escenario suelen desencadenarse escenarios de racismo y xenofobia, porque no toda la sociedad acepta esa llegada y porque muchas veces los migrantes llegan en condiciones muy precarias y el objetivo de afincarse y hacer crecer su familia queda relegado a conseguir la propia supervivencia, muchas veces en condiciones ilegales.
Japón, por ejemplo, implementa desde los años noventa políticas para incentivar la tasa de fecundidad, desde licencias parentales muy bien pagas al subsidio del cuidado infantil, la educación paga para familias que tengan tres hijos o más y asignaciones mensuales para todos los menores de 18 años: nada parece alcanzar porque la tasa sigue en baja.
Hungría es otro ejemplo de Estado que implementa políticas para incentivar la tasa de fecundidad. Las madres menores de 30 que tengan un hijo quedan exentas del impuesto sobre la renta personal hasta el final de su vida, y reciben subsidios para destinar a vivienda y cuidado.
El mundo cambia demasiado rápido. Hace apenas algo más de medio siglo cada familia se proyectaba numerosa y la posibilidad de vivir más años que nunca era una novedad para buena parte de la población global. Ahora mismo, parece que la longevidad es todavía un escenario posible -incluso más que en el siglo XX- pero los nacimientos están en plena caída.
Tener un hijo -o varios- dejó de estar en el centro de la vida de mucha gente. Se abre entonces la posibilidad de un escenario poblacional desconocido para la historia moderna, y quienes enfrentarán los mayores desafíos tal vez ni siquiera hayan nacido aún. Nada que no haya pasado antes: la historia de la humanidad está hecha de lo que los hombres y las mujeres fueron haciendo con lo que encontraron en el mundo al que llegaron.