Apenas con 6 años, Daniela Castellotti comenzó a nadar. Llegar al agua fue un deseo de su padre quien, cercano a morir ahogado, quiso que ella aprenda desde temprano. Se convirtió en nadadora profesional e integró los equipos de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) y Obras Sanitarias, pero una luxación en el hombro la dejó de lado.
Comenzó a rehabilitarse con un entrenador que le habló del triatlón y de lo buena que sería practicándolo. Lo hizo y ganó todo lo que se impuso, cuando, en 2010, se preparaba para la Copas Nacionales y la Elite del Triatlón de La Paz, una nueva lesión la dejó afuera de la competencia, pero no de las pistas.
Fue a mediados de agosto de ese año que, durante un entrenamiento de ciclismo en el circuito KDT, que por dejar pasar a otra persona se cayó y fracturó de clavícula. “Estaba rodando en pelotón cuando un hombre se me cruzó, me tiró de la bici con tanta fuerza que pensé que moríamos porque él también se cayó al tocar la rueda del ciclista que estaba adelante. Logré levantarme antes de que aparecieran todas las demás bicicletas, pero en un momento me desmayé”, recuerda.
Lo que siguió fue el inicio de una etapa de lesiones, cirugías y mucho dolor, que pudo atravesar a costa de esfuerzo y perseverancia.
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Las cirugías
En aquella caída, de 2009, padeció una fractura múltiple de clavícula, para la que le pusieron yeso y necesitó unos meses de recuperación. En ese momento estudiaba kinesiología, carrera que comenzó para estudiar su propio malestar, arrastrado cuando se le salió de lugar el hombro mientras practicaba natación cuando era niña. Una vez recuperada, volvió a la actividad competitiva y dejó la carrera para darle una nueva oportunidad al deporte. Ganó carreras de triatlón durante cinco años consecutivos y fue parte del proyecto olímpico para viajar al Mundial de Mazatlán, en México, representando a la Argentina.
“Comencé un entrenamiento muy duro, ya me sentía muy cansada y comencé a sentir las exigencias; y el deseo de tener una vida ‘normal’ estaba latente. Quince días antes de viajar, recuerdo que fue un sábado, estaba con problemas con mi entrenador y necesitaba hablar con él, que no me respondía mis llamadas. En ese momento estaba pedaleando a 45 km/h y en un descuido mío, en medio de un pelotón de ciclistas, se me cruzó una persona que tocó la rueda del que iba adelante y caímos los dos. Yo volé por el aire... No podía levantarme. Fue tal el golpe que mis amigas pensaron que había muerto. Estuve 40 minutos inconsciente. Al llegar los médicos en la ambulancia, me preguntaron cómo me llamaba y dónde estaba, dije que Pilar y que estaba de vacaciones en Italia... cuando estaba en la ciudad de Buenos Aires y me debieron trasladar al Hospital Fernández”, recuerda la mujer de 40 años.
Con el duro impacto, su clavícula se rompió en ciento de pedazos y debieron operarla de urgencia y más tarde inició un tratamiento para recuperar la movilidad. “No aguantaba el dolor en el hombro que, a esta altura ya se extendía a todo el cuerpo. Eso me impedía dormir bien y el cirujano Arnoldo Alberó me operó buscando devolverme esa movilidad como antes del accidente”, cuenta y detalla: “La operación de hombro fue muy riesgosa porque me extrajeron el mismo líquido sinovial que había perdido por la luxación anterior. Fueron infiltraciones traídas desde Alemania, cosa que unos 20 años atrás, cuando no había lo que hay hoy en cuanto a anestesias locales, fue un avance médico”.
Cuando se sintió mejor, volvió a entrenar. Esta vez corría. Un día, en un entrenamiento, sentía una fuerte molestia en la zona inguinal y le detectaron una hernia por la que tuvieron que operarla por tercera vez.
Esos dolores disminuyeron lentamente con el paso de los meses, pero comenzó la depresión porque su carrera deportiva estaba en pausa y no sabía si eso sería para siempre. “Me había preparado para representar a la Argentina en los Juegos de Playa de Punta del Este y no pude estar, eso me hizo sentir que todo se venía abajo porque, además, dependía casi todo el tiempo de otra persona: necesitaba ayuda para bañarme, peinarme y cocinarme”.
Fue gracias al apoyo de su familia y de un gran equipo médico, que obtuvo la contención anímica y profesional que necesitaba para avanzar. Cuando todo parecía encaminarse en su salud y que la vuelta al deporte era inminente, debió regresar al quirófano para que me extrajeran la clavija que le habían puesto para sostenerle la clavícula. “Fue una operación más corta, pero me costó acostumbrarme a estar sin ella, y volvieron los dolores. Unos días después, recibí el alta y comencé con los entrenamientos, de a poco”, dice.
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Mientras fortalecía su hombro por medio de la rehabilitación y ejercicios en el agua, comenzó el curso de guardavidas y recibirse le hizo saber que esa lesión estaba curada. “Mientras nadada conocí a un entrenador que me ofreció practicar triatlón porque le gustó mi nado, me preguntó por qué no lo practicaba y se ofreció a entrenarme ya que pensaba que porque podría ser una buena triatleta. Tardé cinco meses en pensarlo... Pero lo hice y en la primera carrera, tras seis meses de entrenamiento, fui a competir en Baradero y gané aún sin saber mucho lo que tenía que hacer. Y el entrenador de la selección, que me observó ese día, me ofreció sumarme al equipo nacional que iba a competir en México”, agrega.
Entrenándose, se lesionó la cadera: el ligamento no solamente se le rompió sino que cuando se rompió se astilló y desparramó en su interior. Eso ameritó una nueva intervención en quirófano. “Me dijeron que ya no podría volver a correr y menos hacer actividad de alta competencia. ‘¡Es hora de que te despidas del deporte de alto rendimiento!’, dijo mi médico”, resume. Lo que pensaron que le llevarían poco más de una hora fueron más de nueve horas de cirugía y unos veinte médicos que se turnaban para manipular y limpiar la zona afectada.
“Debieron levantarme la cadera y ponerla en una máquina para sacarme las astillas, casi pierdo la vida”, recuerda sobre la que operación que, finalmente, fue perfecta. “Buscaban que volviera a correr, pero las horas pasaban y era mucho lo que había que sacar y mi cuerpo casi no lo resiste”, lamenta.
Pasaron cerca de dos años hasta que pudo voler a subirse a una bicicleta y sentía temor de pedalear y afectar su cadera. Pero lo hizo y volvió a correr. Segura, se anotó en el Olímpico de Mar del Plata y ganó en su categoría. Ya no era triatlón, pero podía competir. Así, con 27 años, empezó a correr larga distancia y se impuso en las competencias Iroman.
Además, en ese tiempo, comenzó a colaborar con sus propios médicos en la rehabilitación de pacientes que sufrían distintas dolencias deportivas. “En tres meses ayudé a una persona que sufrió una fractura de cadera, ayudé a mi mamá que querían ponerla una prótesis de cadera. Creo que me quedó una sensación de escuchar al cuerpo de las personas, y por todo lo que pasé ahora las ayudo trabajando para médicos desde lo físico y psicológico”, cuenta.
Se hizo budista y su nueva percepción la ayudó a entender todo lo que vivió. “Comencé a ver las cosas de otra forma y a ayudar desde ahí a las personas que entreno en al Plaza Mitre de Recoleta, en ese lugar me rehabilité, para mi es un lugar mágico”.
En junio, cuenta, que se recibe de Counseling y que piensa usar todas las herramientas. “Sufrí horrores y lo que ahora quiero es ayudar a todas las personas que pueda para que no vivan lo mismo que yo. Mi objetivo es ayudarlas con ejercicios y entendiendo qué es lo que pasa en sus cuerpos”, finaliza.
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