Muchas personas podemos tener un punto de inflexión en nuestras vidas. Ese momento en el que el destino cambia para siempre. Se produce esa epifanía que clarifica todo lo que está por venir. Algunos se pasan toda la vida esperando ese momento y otros como la protagonista de esta historia lo viven desde muy chica.
Ailén Lascano Micaz era una nena de Viedma y sus padres medio que la habían obligado a que aprenda a nadar. Las corrientes del río Negro pueden ser muy peligrosas en verano, cuando la mayoría de los habitantes de la ciudad se acercan hasta sus orillas a refrescarse por el calor seco patagónico.
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La nena que cruzó el río
Ailén aprendió a nadar en una pileta y muchos días se sentía como un pez en una enorme pileta de bordes azules. Un día, un amigo de su papá la invitó a cruzar el río. “Fue una experiencia única. Nunca había sentido algo igual –explica la chica en diálogo telefónico con Infobae-. A diferencia de la piscina que es todo controlado, en el río la libertad es total. Tenés una visión y una inmersión en el paisaje que me fascinó”.
La chica siguió nadando mientras estudiaba y participó de algunos torneos tradicionales de pileta. “Sentía que no iba a llegar a mucho, que no era lo mío”, relata Ailén. Siempre recuerda que en los test vocacionales que hizo en el colegio secundario decía que su sueño era ser nadadora profesional, pero que “nunca lo iba a lograr”.
Entonces, la joven patagónica dejó atrás las piletas y se metió de lleno a practicar para aguas abiertas. “El contacto con el agua me flasheó mal. Dije ´esto es lo mío´. Era sentir el agua viva que se movía de un lado a otro, ver animales, la naturaleza desde otro punto de vista. Todo mientras surcabas el agua con un silencio que muchas veces te hace estar solo con tu cabeza”, sostiene la deportista muy entusiasmada del otro lado de la línea.
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Pero, qué pasa por la cabeza de una chica mientras surca un río oscuro, intenta no acalambrarse y vislumbra a lo lejos la costa a la que tiene que llegar. El escritor colombiano tiene un texto de su libro “Correr, nadar, andar, montar: escribir” en el que intenta definir las sensaciones que una persona puede tener en el agua. “Ahora nado, y es tan maravilloso que nada me importa, nada. Nado para que nada me afecte. Nado para estar solo y en silencio dentro del agua, como antes de nacer”.
Sobre ese tema, Ailén agrega que en esos momentos en los ríos o lagos, “la cabeza muchas veces queda en blanco. Es como una sensación que no estás pensando en nada. Sólo en ver como se mueve el cuerpo. Y el silencio es muy potente”.
Tocar el agua helada
Ailén siguió con sus desafíos y pruebas en aguas abiertas. Una tarde de invierno, mientras estudiaba en la Universidad de Bahía Blanca, la invitaron a probar la natación en aguas heladas. En este caso la temperatura era de 6 grados. “La primera vez entré hasta el tobillo y dije ´ni loca´ -recuerda la joven-. La segunda, enseguida, fue hasta la rodilla y me sentí más cómoda. Recordé mi primera vez en el río con el amigo de mi papá. Y me lancé”.
Otro momento en que la vida de Ailén da un giro en el aire y cambia. Si fuera una película de Hollywood de esas de deportistas que superan sus retos, en este momento una música emotiva acompañaría las primeras brazadas de la joven entre el agua helada de la Patagonia.
Esta experiencia es distinta a todas para Ailén. “El agua helada se practica por tiempos cortos para evitar el congelamiento. Todo el cuerpo se pone en alerta. Cuando nado muchas veces escucho los latidos de mi corazón. Sentís solo el aquí y el ahora. Es como que la cabeza no va más allá hacia el futuro y tampoco hacia el pasado. No hay recuerdos, solo el instante en que estás nadando”, explica la joven.
Sin embargo, el agua tan fría hace que los deportistas tengan que tener recaudos. “El nado no se termina cuando salís del agua, sólo cuando estás recuperado”. Es que, muchas veces esa es la peor parte. Terminar la competencia, salir del lago o pileta y estar rodeada de nieve con temperaturas bajo cero. “La peor experiencia fue en Sibera, antes de la pandemia de coronavirus. Hacía como menos 20 grados y se me congelaba hasta la toalla”.
Después de esos momentos que a veces pueden generar tensión llega la paz. “Cuando ya te recuperaste y volviste a una temperatura normal, la sensación es de una gran plenitud.
Ailén cerró una temporada de invierno europeo 2022/23 perfecta. Ganó en varias especialidades del circuito y por cantidad de puntos fue elegida como la mejor nadadora en aguas heladas. Campeona del mundo. Hay foto de la chica con la bandera argentina y las medallas colgadas del pecho. El sueño de todo deportista. Lo que también perseguía esta joven cuando pensó que su sueño de nadadora profesional se iba a frustrar.
Por ahora, este deporte no la deja cumplir el sueño de dedicarse sólo a eso. Tiene una beca del Gobierno de Río Negro que le permite entrenar, algunos amigos la ayudan con alojamiento en Europa cuando tiene que viajar y siempre se suman nuevos sponsors para algunos de sus desafíos.
Ailén no para de nadar
Uno de los cuentos más famosos del escritor estadounidense John Cheever es “El nadador”. En este relato, el protagonista es Ned Marril, quien se propone cruzar todo el estado en el que vive a través de las piletas de las casas. Saltando de una a otra hasta llegar a la meta. ASí, Marril va teniendo aventuras a lo largo de las piscinas que visita para lograr su objetivo. En algunas lo reciben con un trago y en otras lo observan enforma extraña. Pero él sigue adelante y se siente extraño cuando está fuera del agua.
De la misma manera, Ailén enfrenta sus desafíos también en aguas abiertas. Antes de la pandemia, realizó la vuelta a la isla de Manhattan en Nueva York. Estuvo casi 9 horas en el agua a unos placenteros, para ella, 18 grados. Pasó entre el skyline más famoso del mundo y en la zona del parque de diversiones de Coney Island. “Me sentía como en una película pero abajo del agua -recuerda Ailén sonriente-. Igual, la mejor parte fue una alejada del centro que era muy agreste y me sorprendió. No esperaba ese tipo de paisajes”.
La chica cuenta que la perspectiva de lo que la rodea es muy diferente a caminar por la orilla del mar o de una laguna. “Desde el agua es como estar inmersa en el paisaje. Sentís a que tu mirada puede ser similar a un animal que surca el mismo río, por ejemplo. Yo lo comparo con tener unos anteojos con lo que se ve todo como con neblina. Y de golpe en el agua todo es claridad”.
Pero como Ned Marril en el cuento de Cheever, la joven patagónica tampoco se detendrá. Su sueño es en algún momento poder nadar en las aguas heladas que rodean la Antártida. “Sería hermoso poder estar con ese paisaje alrededor, en el agua y ver esas montañas de hielo desde abajo”, se ilusiona Ailén. Eso no es todo, la chica también planea este año cruzar el Canal de la Mancha. Es conocido como el Everest de los nadadores. Son 33 kilómetros, pero se vuelven muy cuesta arriba por las contracorrientes al final del recorrido, el tráfico maríticmo y las medusas que te pueden atacar”. Así y todo, la joven no se amilana. Y ya tiene en su cabeza como serán esas casi 15 horas en el agua para llegar de Francia al Reino Unido.
La chica participó de un evento en el que leyó uno de sus poemas, mientras estaba sumergida en el agua helada. “Hace frío/Respiro. Vivo. Camino con el viento. Me acerco al Agua. El frío me envuelve pero mi alma se enciende. Respiro. Vivo. Entro al río. Sonrío. Respiro. Vivo”.
Allá va Ailén, surcando ríos, mares o lagunas. Con sus brazadas sincronizadas y el silencio que inunda su cabeza. Disfruta del agua, “mi hogar”, dice y cumple sueños de campeona del mundo. El próximo desafío ya está a la vista: cruzar el Canal de la Mancha, el Everest de los nadadores. Nada podrá detenerla.
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