A los 36 años, Anila Rindlisbacher comenzó a sentir ahogos. Le costaba respirar y luego de varias consultas médicas, recibió internación domiciliaria por medio año sin que aún se supiera qué era lo que tanto la afectaba. La angustia y la incertidumbre habían comenzado y no sabía cómo seguir con la vida.
Los broncoespasmos y laringoespasmos que padecía no la dejaban ni hablar, ni comer; sólo podía consumir alimentos líquidos, cosa que hizo que en pocos meses bajara rápidamente de peso. Luego de tres años, llegó el diagnóstico: Inmunodeficiencia Primaria (IDP), una serie de trastorno que debilita el sistema inmunitario, y permiten que las infecciones y otros problemas de salud se desarrollen con mayor facilidad.
Agobiada, dejó la empresa que había fundado 13 años antes, pero se volcó de lleno a la escritura y lectura. No fue hasta que cumplió los 46 años que descubrió su verdadera pasión, sin querer, y lo que cambiaría esa vida: la natación. “A los dos meses de empezar a nadar en pileta, pude realizar mi primera travesía de aguas abiertas en Entre Ríos, sobre el Río Uruguay. Ahí supe que podía hacerlo y que cuanto más nadaba mejor me sentía”, le cuenta hoy, a los 52 años, a Infobae.
“Mi realidad actual supera todos mis sueños. Cuando estaba tirada en la cama, en Rosario, no imaginé que mi vida se transformaría en la de una deportista. A pesar de que nací y me críe en la costa del Río Uruguay, nunca me pensé nadando esas aguas, que para mí son benditas, porque nadando allí salvé mi vida”, asegura y da esperanzas.
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La historia
Anila Rindlisbacher nació en Monte Caseros, una ciudad ubicada al sureste de la provincia de Corrientes. A los 18 años se mudó a Rosario para estudiar la licenciatura en Marketing.
“Hasta los 36 años llevé una vida normal, sin ningún tipo de síntomas de nada. En lo laboral, era muy activa entre la oficina, aviones y reuniones con empresas importantes. De un momento a otro comienzo a sentir problemas respiratorios, y no sabía qué me pasaba. Nunca había tenido asma, nada... y en un mes, literal, no pude ir más a trabajar quedé una cama. Así estuve por seis años. Entonces vivía en Rosario y la pasé visitando alergistas, neumólogos, porque al principio parecía un asma muy fuerte. Vine al Hospital Alemán de Buenos Aires, buscando respuestas, porque físicamente estaba bien, pero no me podía comunicar, no podía comer, no me podía alimentar porque tenía todo el tracto respiratorio lleno de aftas y llagas”, recuerda.
Un día su tracto respiratorio tuvo una reacción exagerada defendiéndose de algo y se le llenó de llagas. “Llegué a pesar 45 kilos cuando ya no podía hablar porque tenía esas llagas. Me comunicaba escribiendo un cuadernito. Así comencé a escribir todo lo que me pasaba y cada vez que veía a un médico iba con ese cuadernito... En Buenos Aires di con la doctora Liliana Bezrodnik, una inmunóloga que trata casos raros. Me mandó a hacer unos análisis clínicos muy específicos y ahí identificaron qué era: Inmunodeficiencias primarias (IDP) —o también denominada trastornos inmunitarios primarios—. Me dieron el diagnóstico por teléfono, pero sentí alivio porque la respuesta que tanto buscaba estaba”.
Pasó otros tres años con tratamientos para mejorar su calidad de vida, porque al tener dificultad para respirar, no podía hacer más que estar acostada y eso le ocasionó problemas en la cintura, una lumbalgia crónica. Para subsanar eso contactó con el traumatólogo que le aconsejó la natación como alternativa.
Mientras iniciaba ese camino seguía el tratamiento clínico con medicación. “De a poco me fueron sacando la medicación. Hoy la tomo eventualmente cuando tengo algunos síntomas. Digamos que la tengo en la mesita de luz, por las dudas”, dice feliz.
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La competencia consigo misma
En noviembre pasado, nadó 21 kilómetros en aguas abiertas. Cuatro años atrás, había comenzado en una pileta de club como terapia para su enfermedad. Pero se animó a dar las primeras brazadas durante 2 kilómetros, siguieron 4 y cuando se dio cuenta ya estaba entrenando para la mayor travesía que realizó hasta el momento.
Llegar a ese punto le llevó meses de entrenamiento intenso: seis días en la semana y a veces en doble turno. Pese al gran esfuerzo que hace, no compite con otros nadadores sino contra ella misma y “para unir puntos en el mapa”, explica.
“No tengo nada que perder porque no voy a competir con nadie en cada travesía. Solo quiero superarme, por eso no me importa el tiempo que lleve hacer la distancia, solo importa completar en objetivos. Y eso es lo que le planteo a mi entrenador y trabajamos en función de eso. Jamás había practicado deporte y menos competido por algo, así que esto es todo un logro”, dice y ríe.
“Empecé a nadar casi de casualidad, porque el traumatólogo me dijo que hiciera yoga, pilates o natación. Y elegí nadar...”, repasa. Desde que inició este año, ya unió a nado Villa Urquiza-Paraná, en el Río Paraná; Concordia- Puerto Yeruá sobre el Río Uruguay.
Por eso, considera que el gran plus es saber que con lo que hace alienta a otras personas: “Sé que le doy esperanzas a muchísima gente que tiene la misma enfermedad y también a quienes están pasando por un montón de otros padecimientos. Me gustaría que vean al deporte como una actividad sanadora”, desea.
En cada travesía, lleva la bandera de Iniciativa Alas, la ONG que representa y que es una alianza de asociaciones entre países para garantizar el derecho a la salud a personas con inmunodeficiencias primarias.
“Para este año tengo tres objetivos: repetir Concordia- Puerto Yerua, 22 km sobre el río Uruguay y mejorar mi tiempo respecto al año pasado; unir Paso de la Patria con Corrientes Capital, 35 KM sobre el río Paraná; y armar un equipo con algunos amigos y cruzar en posta el Río de la Plata, cosa que por ahora es solo un deseo, pero soy muy perseverante y tengo a mi entrenador, Pablo Testa, de Nadando Argentina, y creo que puede ser posible”, finaliza.
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