Hace escasos días Su Santidad el Papa Francisco beatificó al Papa Juan Pablo I por un milagro que se le atribuye para la sanación de Candela Giarda. La joven argentina padecía de síndrome epiléptico por infección febril (FIRES) que la llevó al borde de la muerte en las horas cercanas al 22 de julio de 2011. “Cande se muere esta noche” le dijo la pediatra a su madre, Roxana Sosa, en esos momentos. Con la desesperación a cuestas, Roxana se dirigió a una capilla cercana y volvió con un sacerdote. Quizá pensando en una despedida definitiva. El cura José Dabusti entró a la habitación de Candela y ante el desolador cuadro solo atinó a aconsejar, mientras rezaba: “Ponga sus manos sobre su hija” y se la encomendó a Juan Pablo I. “Cande”, estaba desahuciada y en escasas horas, como si se hubiera abierto el cielo, su situación cambió radicalmente y se curó. Más de dos décadas más tarde y luego de numerosos estudios médicos y los análisis religiosos de la Congregación para las Causas de los Santos se llegó a la conclusión que gracias a la intermediación de “il Papa del sorriso” Candela se había salvado. La divina providencia había puesto su mano sobre “Cande”, la joven entrerriana.
Para los que tenemos unos años más que Candela --y conocemos algunos entresijos del pasado argentino-- recordamos las discusiones que se generaron en la cúpula del poder militar sobre si se debía ir y quién debía representar a la Argentina, la patria de “Cande”, en la ceremonia de coronación del cardenal Albino Luciani.
Esta historia comienza así: el domingo 6 de agosto de 1978 murió en Roma Giovanni Battista Montini, Su Santidad Pablo VI. Días más tarde, al final de la cuarta ronda, luego de varios días de conciliábulos, el colegio cardenalicio eligió Papa al patriarca de Venecia, cardenal Albino Luciani, quien tomó el nombre de Juan Pablo I. Según las crónicas de la época, Luciani era el menos esperado y aparecía como indeciso frente a la decisión de los cardenales. Por eso, al ser señalado por el cardenal Jean-Marie Villot, lo primero que salió de su boca fue un “que Dios los perdone por lo que acaban de hacer” y aceptó. Cuando salió a saludar a la multitud que esperaba en la Plaza San Pedro se lo vio con una leve sonrisa y como un hombre, de sesenta y cinco años, que reflejaba una notable sencillez.
Su corta gestión de treinta y tres días estaría demandada por los problemas de esos días en la Iglesia. Uno era el debate interno sobre los alcances de la Encíclica Humanae Vitae, que trataba sobre la prohibición de los anticonceptivos. El otro era sobre la administración y los destinos de las riquezas que administraba El Vaticano y, especialmente, el papel del IOR (Instituto para las Obras de la Religión), a quien llamaban el Banco Vaticano. El periodista Tad Zulc observará, además, la crisis que “azotaba a la Iglesia durante la segunda mitad del siglo XX. La confrontación por el tema de la autoridad del Papa”. Juan Pablo I iniciaría su corto pontificado enfrentando señales de dificultad: el día que fue elegido, la fumata en lugar de ser blanca fue gris y luego se tornó negra. El año 1978 será posteriormente recordado como el año de los tres papas (Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II). Su coronación se iba a realizar en Roma, con todos los atributos de su majestad moral.
Al igual que en El Vaticano, la Argentina de 1978 había pasado parte de su tiempo en la susurrante discusión sobre la estructura del poder. Jorge Rafael Videla dejaría la Junta Militar y el 1° de agosto pasaba a ser presidente o “el cuarto hombre” y su lugar sería ocupado por Roberto Eduardo Viola, al lado del almirante Emilio Massera (que dejaría su cargo en septiembre) y el brigadier Orlando Ramón Agosti. Videla, en pocas palabras, el supuesto jefe del poder, dependía y reportaba a la Junta Militar, cuya sede estaba en el edificio del Congreso de la Nación. Salvo en cuestiones menores, Videla necesitaba el aval de los tres comandantes para las decisiones de Estado. El manejo de las relaciones exteriores era una de ellas. Tal era el desgaste de la imagen de Videla, que en una ocasión monseñor Adolfo Tortolo, vicario general de las FF.AA., le dijo: “Che, Jorge, cómo has permitido que se degrade de esta manera la figura presidencial. ¿Cómo te ataste de esa manera?”.
Nada mejor para ejemplificar el “sistema” que regía en la Argentina que relatar la crisis y consecuencias que originó la coronación del sonriente Papa Juan Pablo I. El episodio está basado en relatos escritos que tomé hace 44 años, escasamente conocidos por el gran público. La trama se desarrollo así: en la Argentina, la discusión sobre quién debía encabezar la delegación que viajaría a la Santa Sede mostró la profundidad de la crisis en el vértice del poder. En lo institucional y también en lo intelectual. En otras palabras, manifestaba el disparatado sistema que gobernaba a los argentinos. El presidente Jorge Rafael Videla fue citado por la Junta Militar al Comando en Jefe del Ejército, donde se estaba considerando la presencia de un alto dignatario del gobierno en la coronación de Juan Pablo I.
Lo que sigue es el relato de un testigo de los hechos que fuera prolijamente anotado para ser descubierto en el futuro: “Como es conocido en los medios informados la decisión del presidente de viajar al Vaticano motivó una áspera discusión en el seno de la Junta Militar. Videla fue citado a las 8 de la mañana del miércoles pasado para analizar su eventual viaje en el Comando en Jefe del Ejército, donde estaba sesionando la Junta. Siendo las 8.40 y en virtud de que no había sido invitado a entrar en el salón donde se hallaba reunida la Junta, Jorge Rafael Videla procedió a retirarse a la Casa Rosada. Luego conversó con el Secretario General del Ejército general Reynaldo Bignone. El general Videla se sentía ofendido por la espera sufrida, pero Bignone le explicó que Viola no lo hacía entrar para no exponerlo a la discusión que se estaba llevando a cabo. Después retornó al Edificio Libertador y se reunió con la Junta Militar. Allí escuchó de boca de Massera que él no podía ir a Roma, porque quien debía hacerlo era un miembro de la Junta. Porque las personalidades que iban a estar presentes en la coronación eran jefes de Estado y que él no lo era”. Para el comandante de la Armada, la Junta Militar era el órgano político supremo del Estado, mientras que Videla era jefe de gobierno, por lo tanto para evitar confusiones le correspondía a uno de sus miembros estar presentes en Roma.
Videla, a pesar de la oposición, ratificó que viajaba igual, pues para él era un asunto de Estado. De lo contrario, dijo, estaba dispuesto a presentar su renuncia al cargo de Presidente”.
“La Fuerza Aérea, a través de [Orlando Ramón] Agosti, opinó que para su arma, el Papa Juan Pablo I no cuenta con su confianza. Lo mismo que Pablo VI, dijo Agosti, este Papa no cuenta con nuestra confianza. Para Agosti todo parecía muy simple; en vista que el nuevo Papa había afirmado que iba a continuar con la línea de Pablo VI, Agosti, por deducción, decía que ‘este Papa tampoco cuenta con nuestra confianza’”.
“A todo esto el nuncio apostólico Pío Laghi estaba furioso porque iban a verlo, unos para decirle que tenía que aconsejar que fuera un miembro de la Junta, otros para decirle que tenía que viajar Videla y que su esposa ya tenía preparado el vestido que iba a usar. Al final dijo, ya harto, que viajara el que tuviera ganas. La oposición al viaje de Videla era sostenida, en igual grado, tanto por Agosti como Massera.” Era Babel, hablaban y no se entendían. “Esa noche Videla tuvo una reunión con los altos mandos del Ejército para comentar la situación y lograr su respaldo. Asimismo, en el Ejército había una gran bronca por el número de la delegación que viajaba, parecía un charter turístico.”
Finalmente, Jorge Rafael Videla encabezó la delegación argentina a las ceremonias de coronación de Juan Pablo I. En la capital italiana fue víctima de manifestaciones contrarias, organizadas por exiliados argentinos. Las trifulcas generaron 282 detenidos. Sin embargo, fue la ocasión para mantener tres sustanciosas entrevistas con el vicepresidente estadounidense Walter Mondale, el premier Giulio Andreotti y el primer ministro de Francia Raymond Barre. Sus asesores intentaban levantar su alicaída imagen.
Al final de las ceremonias y después de largas gestiones del secretario general de la OEA, Alejando Orfila, con Robert Pastor (Consejo de Seguridad Nacional), el domingo 3 de septiembre, Videla fue invitado a conversar con el vicepresidente de los EE.UU. en la sede de la embajada norteamericana en Roma, un viejo palacio que habitó el Rey de Italia en plena Vía Vittorio Veneto a pasos del Hotel Excelsior. Tal como trascendió, fueron 40 minutos de diálogo “franco y sustancial” para “repasar las relaciones bilaterales”.
Como era de esperar, inicialmente, se prestó especial atención a la cuestión de los derechos humanos, aunque se acordó la conveniencia de no focalizar con exclusividad en los derechos humanos la relación bilateral. De todas maneras, Mondale solicitó al presidente argentino “un esfuerzo” para que dicha situación en la Argentina encontrara “una solución de raíz” y se dieron los pasos finales para la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA al año siguiente. Videla expresó que era “extremadamente importante” que se encontraran y aseguró: “Siento que nuestras relaciones se están deteriorando […] Yo estoy completamente de acuerdo con la posición del presidente Carter en cuanto a los derechos humanos. Creemos profundamente en el proceso democrático para que los hombres puedan vivir con dignidad y en libertad”. Sus palabras quedaron en el vacío, dentro de la gran contradicción en la que se vivía. En esos días, el general Bignone le expreso al embajador de los EEUU que le parecía “una idea repugnante” que la CIDH, una agencia internacional, inspeccionara a un país soberano como la Argentina. También, Mondale habló sobre la reticencia argentina a confirmar el Tratado de No Proliferación Nuclear (recién lo ratificó en 1994).
Los periodistas acreditados pudieron escuchar, luego del encuentro presidencial, la predisposición de Videla y Mondale de iniciar en un nivel político superior, un ciclo de “recomposición bilateral”. Como consecuencia del encuentro, el 27 de septiembre el Departamento de Estado levantó el veto americano en el Eximbank para el financiamiento de las turbinas para la represa de Yaciretá.
Videla también mantuvo un diálogo con el premier italiano, tras la de coronación de Juan Pablo I. Casi a escondidas, se vieron dentro del Vaticano y el “fratello” que ayudó a juntarlos fue Licio Gelli, el jefe de la Logia masónica P-Due. Con Raymond Barre se trató la insólita negativa francesa a que los cadetes de la fragata “Libertad” rindieran una ofrenda floral en la tumba del soldado desconocido, ni desfilar o realizar una formación bajo el Arco de Triunfo (esta información había sido entregada por la embajada francesa a la Cancillería el 30 de agosto de 1978). La cuestión de los derechos humanos también estuvo presente. El que sí evitó encontrarse con el canciller argentino Oscar Antonio Montes fue el titular de Itamaraty, Antonio Azeredo da Silveira, para tratar el tema de las represas Corpus e Itaipú (o, como se denominaba, la cuestión de los recursos naturales compartidos). El 15 de septiembre, Emilio Eduardo Massera dejó la comandancia de la Armada en manos de Armando Lambruschini. Ahora pasaba a la actividad política. Contemporáneamente, en Ginebra, con el apoyo de la Unión Soviética, México, Colombia, Pakistán, Grecia, Sri Lanka, Perú y Bulgaria, se decidió no tratar la situación de los derechos humanos de la Argentina dentro de la Subcomisión de Prevención Contra la Discriminación y la Protección de las Minorías. A pesar de los notables esfuerzos del embajador argentino Gabriel Martínez, los representantes de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Turquía y la India votaron a favor de la investigación. En el Palacio San Martín, toda la política de derechos humanos estaba concentrada en una dirección denominada CORPOLEX (Coordinadora de Política Exterior), bajo la conducción del embajador Juan Carlos “Bebe” Arlía. Una suerte de cruzado que concentraba todo bajo su lupa: en una oportunidad, propuso que toda designación de un argentino en un organismo internacional, previamente, debía contar con el “placet” del régimen militar. La propuesta fue aceptada. En otras ocasiones iba más allá que los propios militares que ocupaban la Cancillería. Fue cuando propuso que los futuros aspirantes al Servicio Exterior debían hacer los dos últimos años del bachillerato en un lugar que acreditara confiabilidad. Por ejemplo, dijo, en el Colegio Militar de la Nación. La respuesta del temido capitán de navío Walter Allara lo dejó sin argumentos: “¿Usted qué quiere, diplomáticos o coroneles?”
Hoy todo el mundo sabe quién fue Juan Pablo I y desconoce al brigadier general Orlando Ramón Agosti.
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