Ricardo José Del Carlo tenía un sueño: tener su propio Falcón. Gracias al azar, en 1976 llegó a su vida uno usado, de color blanco y a esa potente máquina, a la que dejó como a un 0 km, le dedicó todas sus tardes. Lo cuidaba más que a nadie. Simplemente, lo amaba. Pero, en 1987, por cuestiones económicas no le quedó otra opción que venderlo y lo extrañó hasta el último día de su vida.
Ese auto que “era un tema frecuente de sus recuerdos hasta que falleció, en 1997″, cuenta Julio Del Carlo, su hijo. El deseo que Ricardo tenía por recuperarlo quedó palpitando en él y no descansó hasta dar con el vehículo en el que paseaba junto a su padre y que fue testigo de tantísimas risas y complicidades durante su infancia y adolescencia.
“En 2002, cinco años después de la muerte de mi papá y 15 años después de haberlo vendido, salí a buscar el Falcón para saber si existía y comprarlo. ¡Lo encontré! Esa fue una suerte, ¡pero estaba casi destruido! Lo compré así y lo restauré en homenaje a mi viejo. Hoy, está en perfecto estado en mi garaje, volvió a lucir como un 0 km porque así lo hubiese tenido mi padre”, cuenta emocionado Julio a Infobae.
La historia
Ricardo José Del Carlo nació el 31 de julio de 1931 en Oncativo, una localidad cordobesa ubicada a 75Km de la capital donde vivió gran parte de su vida, conoció a Berta, se casaron en 1960 y formaron una familia con la que se mudó en 1987 a Córdoba.
Una década más tarde, Ricardo enfermó y murió el 29 de junio de 1997, a los 65 años.
Su pasión era manejar y trabajó como chofer de camiones la mayor parte de sus años. La ruta le gustaba y un día se vio haciendo esos recorridos arriba de un Falcon, un proyecto estadounidense de que comenzó a gestarse en julio de 1957 cuando Ford Motor Company decide delinea un automóvil de tamaño más pequeño que los fabricados en esa época, pero más grande que los europeos que comenzaban a importar de 6 cilindros y con capacidad para 6 pasajeros. El primero salió a las calles en 1959.
“A mi viejo le gustaban los Ford y cuando sale al mercado argentino el Falcon, a principios de la década de 1960, se enamoró y se dijo a sí mismo que no tendría más autos en su vida a menos que fuese uno de esos, pero ser económico no era una de sus bondades y nos parecía posible su adquisición, pero era tal su amor que en uno de sus viajes a Rosario compró los cubre alfombras para el Falcon... Es decir: los compró y guardó con la ilusión de tenerlo algún día, y el milagro llegó”, recuerda Julio, de 51 años y licenciado en Informática.
Fue por “milagro” o azar, pero un pálpito hizo que Berta, su esposa, comprara la rifa llamada “Mil y una noches”, en 1976. Un vecino había comenzado a pagarla, pero como no pudo se la vendió con el número 15553 y, tres semanas después, supo que ganó el quinto premio del sorteo. “¡Era Renault 4L 0km! Y mis padres deciden no retirar el coche sino el dinero en efectivo que alcanzaba para comprar un Falcon Standard 1971 que parecía nuevo″.
Sueño cumplido
Berta Asunción Arana fue a Córdoba capital a retirar el dinero con la decisión de sorprender a su marido que aunque ya se ilusionaba con la compra del anhelado Falcon aún no había seleccionado el modelo.
Con el dinero en mano, la mujer acompañada de su hermano conocedor de autos, llegaron a un concesionario de la marca en Oncativo y allí vieron un Standard 71, blanco Túnez, impecable. Fue el elegido.
Con la complicidad del hermano, Berta escondió el Falcon en el garaje para lo descubriera al regresar de su viaje en camión a Rosario. “A la media hora de regresar a la empresa para la que hacia los viajes, mi viejo regresó en su bicicleta y, como hacía cada vez que llegaba de viaje, entró al garaje a dejar la bicicleta... ¡Y vio el Falcon! Preguntó de quién era y cuando le dijimos que suyo no nos creyó... Lloraba de felicidad”.
Desde ese momento, el Falcon fue el consentido de Ricardo: cuando llovía no lo sacaba, no lo hacía andar por calles de tierra, si en las calles había pozos o piedras las esquivaba “para cuidar las gomas”, decía. Nadie más que él le cambiaba el aceite, si el auto necesitaba un arreglo no lo llevaba al mecánico sino a la concesionaria donde lo compraron para que siempre tuviera repuestos originales. El auto lo paseaba mayormente en Oncativo y lo manejaba solo él.
“Cuando yo ya tenía edad de manejar, prefirió enseñarme con el camión con el cual trabajaba para cuidar el Falcon de los posibles errores de un principiante. Entre mis 16 o 17 años, cuando le pedía que me lo prestara decía: ‘Ya vamos a ver’, lo manejé muy poco o nada. Para 1987, el precio del combustible hacía que se usara muy poco, ya tenía 16 años de antigüedad y, salvo algún detalle de óxido en un zócalo, el auto parecía un 0 km. La decisión de irnos a Córdoba, sumado a la enfermedad de mi padre, que a veces no le permitía manejar, hizo que vendiera el Falcon por 5000 Australes. Aunque yo tenía 17 años, no recuerdo ese día, me arrepentí por haber dejado ir al Falcon”, lamenta Julio.
La sensación de vacío por la venta del auto impactó en toda la familia. Ricardo traspasó ese amor a sus seres queridos y juntos vivieron el duelo que la venta forzada dejó. El dolor de la partida de Ricardo, en 1997, fue indescriptible y Julio sintió que debía cumplir el deseo de su padre y buscar aquel auto que tanto le significó.
“En 1988 empecé a estudiar y a trabajar. Siempre quise saber que había sido del Falcon de mi viejo, del que solo había quedado una foto. Yo soñaba despierto: quería restaurar un auto antiguo y un día pensé en buscar el Falcon. Recién en 2002 comencé a investigar si aún existía sabiendo que ya era un auto de 31 años y que eran remotas las posibilidades de que existiera, pero con la ayuda de mi amigo Juan Marcelo Scaramuzza empezó la búsqueda. Después de unos meses me pregunta por email: ‘¿El numero de patente puede ser X184596?’ ¡Era esa! ¡El auto aún existía! No puedo explicar cómo fue ese momento, pero se me detuvo el corazón por unos segundos”, asegura.
Julio ubicó telefónicamente al dueño del Falcon de su padre que no pensaba en venderlo. “Estaba en Luque, cerca de Córdoba, y me invitó a verlo. Cuando lo vi desde atrás me paralicé... Recuerdo que retrocedí porque ese no era el auto que recordaba. Tenía la última imagen del auto casi 0Km y ese había sufrido 15 años de abandono y falta de cuidado: estaba algo abollado, ninguno de los vidrios funcionaba, una puerta no abría, tenía un ‘bumerang’ en el capot, que nunca llevó el modelo, espejos de una F-100 a cada lado y unas espantosas calcomanías en cada una de las puertas simulando rayas de colores. Decidí no mirarlo más para dejar de sufrir y le pregunté al dueño cuánto quería por el auto. Ahí lo pensó y me pidió un poco más del valor de mercado del auto, pero acepté”.
Julio quedó angustiado e impresionado, pero a la vez contento de tener otra vez el auto que tanto había querido su papá En 2003, realizó la transferencia y lo puso a su nombre el 3 de junio de ese año.
Durante dos años, el Falcon estuvo en el garaje de la casa de Alta Gracia de Julio y apenas lo usaba; cuando se mudó lo puso en marcha y por primera vez volvió a la ruta camino a la capital. Recién en 2008 comenzó a restaurarlo y lo terminó en 2011. “No pensé que llevaría tanto tiempo”, reconoce el hombre que compartió su historia en el blog “El Falcon de mi viejo”.
Mucho no lo usó, pero tenerlo en casa era un sueño logrado. Debido a la cuarentena, Julio comenzó a sacarlo a la calle y el 7 de febrero de 2021, fue parte del desfile y exposición de Asociación Cordobesa de Coleccionistas de Autos Antiguos en el predio del Barrio Las Corzuelas en Unquillo, Córdoba y posó junto al Falcon del histórico corredor Héctor Luis “Pirín” Gradassi.
Desde entonces, Julio cuida del Falcon que aprendió a amar como lo hacía su padre y le es inevitable escuchar su risa cada vez que toca la bocina. “Dentro de poco, lo llevaré a Oncativo. Quiero hacerme una foto en la puerta de la que fue nuestra casa y llevárselo al cementerio a mi viejo para que vea lo lindo que está su amado Falcon”, finaliza.
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