Van tres días de velatorio y la gente sigue acercándose a la casa. El cuerpo ya no está ahí pero aún se lo despide. Tenía poco más de 30 años y fue una de las pocas muertes por COVID en Rivadavia Banda Sur, al este de Salta, muy cerca de la frontera con Chaco y Formosa.
Para el pueblo su muerte fue un impacto. Tienen menos de dos mil habitantes y el virus estuvo mucho tiempo sin entrar, pero en junio hubo un pico de 30 contagios. Pocos en la zona aceptan vacunarse, los locales ni se acercan a los puestos sanitarios por miedo a que los obliguen a recibir alguna dosis (cosa que no sucede).
La casa velatoria del pueblo está enfrente del club municipal en el que, en este momento, está instalado un campamento de la Cruz Roja. Hay dos carpas blancas grandes en las que atienden a quienes se acercan, y tres trailers (uno con baños, otro con camas y otro con la cocina). El primer día de velorio hubo una procesión en la que casi todo el pueblo despidió al joven. Sonaron bocinas y llantos. Lo demás fue la continuación silenciosa del ritual.
El de Cruz Roja allí es un campamento itinerante que forma parte de un programa de módulos sanitarios móviles: se instalan un tiempo en parajes alejados que no tienen acceso a atención sanitaria y ven pacientes directamente en las comunidades más recónditas. Para ello, hay un equipo de 20 personas entre voluntarios capacitados en enfermería y personal de la ONG.
En la zona de Rivadavia Banda Sur viven cerca de 10 mil personas, todas distribuidas en pequeñas comunidades a las que llaman “misiones”. A casi ninguna de ellas se llega por ruta sino por caminos de tierra entre pajonales y cardones. La imagen suele repetirse así: una iglesia evangélica al centro de la comunidad y casitas de adobe o de chapa distribuidas alrededor, algunas con un alero o pequeño galponcito.
Para todos estos parajes, en su gran mayoría de pueblos Wichís, tienen un agente sanitario encargado. Es el responsable de acercarles las novedades, escuchar necesidades médicas, anunciar visitas de diferentes especialistas, y mantener al tanto a las autoridades. Si bien es una persona que conoce mucho el lugar y conoce a cada familia, es poco lo que puede hacer con los recursos que tienen a la mano.
En Rivadavia Banda Sur hay un hospital central llamado Santos Villagra. Su director es Luis González, un odontólogo de 43 años oriundo de Salta capital que aceptó un trabajo ahí porque su mujer es de Rivadavia, “sino hubiera sido imposible que viniera acá”, dice. Junto a él trabajan en el hospital un médico y dos enfermeras. Eso es todo. Tienen una sala para varias internaciones, una sala de partos, dos consultorios y una ambulancia. Pero lo que no tienen es médicos.
“Buscamos médicos permanentemente, pero es muy difícil que accedan a venirse a vivir acá”, explica Luis. En Rivadavia en sí son cerca de dos mil habitantes y el ritmo de vida es muy tranquilo, lo cual parece convertir el puesto en algo poco atractivo. Los sueldos que ofrece la provincia para quien acepte el trabajo rondan los 200 mil pesos mensuales, pero aún así siguen sin personal.
De todas formas, la gente de las comunidades cercanas (que tienen el hospital como referencia) pocas veces se acercan hasta ahí. De hecho, la mayor parte de los partos sucede en las casas, asistidos por sus propias familias. Rodrigo Cuba es Subsecretario de Desarrollo Humano en Cruz Roja y es quien lidera las operaciones en Salta. Él mismo, que nos acompaña y guía en este viaje, fue testigo de varios nacimientos.
“Recuerdo muy especialmente una noche después de un día muy largo de trabajo. Alguien golpeó las manos en el campamento, aplaudió -es algo bastante frecuente que pase-, y salimos a ver qué pasaba. Y la persona nos dijo que alguien estaba por tener un bebé en su casa. Agarramos el bolso, la camioneta, y los empezamos a seguir. Se iban perdiendo en el medio del monte hasta que llegamos. Y ahí asistimos a todo el proceso del parto. Fue un varoncito, hermoso. Y salió todo bien, nació en su casa pero no hubo complicaciones. Y me tocó dar la noticia de que estaba todo bien. Y el papá ahí me preguntó: ¿vos cómo te llamás? Rodrigo le dije. Y me contestó que me preguntaba para ponerle mi nombre a su bebé. Y hoy ya tiene casi un añito y es el único Rodrigo de la zona”, cuenta.
“Tiene esto la Cruz Roja, te permite estar e incidir en un momento tan bonito como ese. Poder ayudar a dar a luz un bebé, así como también acompañar a las familias que habían perdido a sus hijos. Es estar transversalmente en todos los momentos de la vida. Del principio al final, y con todas las edades, desde un bebé que acaba de nacer a un adulto mayor que viene acá a tomarse la presión porque nunca en su vida se la habían tomado”, dice.
Por todo esto la Cruz Roja eligió comenzar en Salta su módulo sanitario itinerante, para recorrer cada poblado llevando asistencia. La médica a cargo en este caso es Rosana Núñez. Tiene 51 años y es especialista en clínica médica. La vemos trabajar en la comunidad de El Chañaral, a donde llegamos luego de veinte minutos de viaje en camioneta.
Bajo la sombra de una carpa roja, junto a la iglesia del lugar, Rosana comienza a atender a todas las personas que se acercan al puesto. Son mayormente mujeres con hijos, casi no se acercan hombres adultos. Rosana examina a cada paciente y, si está a su alcance, les ofrece alguna medicación. Pero no todo es tratable.
Apenas una hora después de llegar aparece Marina con su hija Aurelia. Es una beba de tres semanas que nació en su casa y nunca antes había sido vista por un médico. Marina tiene 15 años. El padre de la beba vive en Rivadavia y nunca conoció a su hija. No sabemos incluso si se enteró de su nacimiento. Rosana la examina. Al sacarle el pañal, le ve una infección en la ingle. Su cara, aunque lo disimula, delata que algo no está bien. Los voluntarios -muchos de ellos enfermeros- miden y pesan a la beba (algo que hacen con todos los chicos que se acercan al puesto). Aurelia nació con tres kilos y hoy pesa dos. Al sacarle la ropa, no llora. “Eso muestra que su cuerpo no registra de inmediato el frío”, me explica uno de los voluntarios. Rosana la vuelve a arropar y le dice a la madre que tiene que derivarla. La madre la escucha y dice que va a su casa a buscar cosas y vuelve.
Al rato, la vemos caminando de regreso con la beba en brazos y una mochila en los hombros. No habla, pero se acerca al puesto con seguridad. Rosana pide a un voluntario que la lleve al hospital en una de las camionetas. Le pedimos permiso y vamos con ella. Marina habla muy poco. Las mujeres de toda la comunidad hablan muy poco. Por lo general, sus respuestas se limitan a entrar a la casa y buscar al hombre para que sea él quien interactúe. Pero Marina está sola como madre, y aunque su voz se escucha apenas, sus decisiones son firmes.
Llegamos al hospital y Aurelia es recibida sin demora, de hecho, a esas horas no hay ningún paciente esperando atención. Una enfermera le pide que se siente y le toma los datos. Luego sabremos que la beba quedó internada unos días por la infección y deshidratación.
“El parto lo tuvo en su casa, como es habitual en estas comunidades. Al bebé le encontramos que tenía una infección en las piernitas producida por el mismo rascado, por las infecciones de piel, y en ese momento la derivamos al hospital. Es una infección que no podía tratar con antibióticos porque es muy chiquita, y a su vez si no se le da tratamiento la infección puede crecer y llegar a ser fatal”, nos explica más tarde Rosana, de nuevo en el campamento.
“En general las mamás una vez que los tienen no se acercan al hospital, ya sea por distancias o por diferentes motivos”, dice Rosana, que además de esta beba trató a otras veinte personas en El Chañaral. El día anterior había tratado a otras cincuenta personas de otra comunidad: “nos instalamos y empezaron a llegar y no paramos nunca, estuvimos muy demandados”, dice.
Es que para las comunidades más cercanas al río es muy difícil el acceso al pueblo por falta de transporte o por el estado de los caminos, todos de tierra. “El área del Hospital Rivadavia Banda Sur tiene 13 sectores para cubrir, y una superficie de 10 mil kilómetros cuadrados. Estamos en el medio entre el río Bermejo y el río Teuco. En tiempos de mucha lluvia el Bermejo nos corta varios lugares para llegar, la gente queda aislada. Crece el otro río a veces y también hay parajes a los que no se puede acceder”, explica Luis González.
“Hay gente que necesita venir para acá y hace lo posible y viene, y nosotros también salimos a terreno con médico cuando tenemos la posibilidad. Siempre tratamos de cubrir los sectores con un agente sanitario. El 30% de la población acá es wichí, tienen áreas poblacionales que las llaman ‘la misión”, dice.
Este, sumado a la falta de agua, es uno de los principales problemas de la zona, lo que llevó a que en febrero del año pasado se declarara la emergencia socio sanitaria, tras la muerte de 13 niños de comunidades wichí. Infobae estuvo allí en enero y febrero del 2020 y relevó las historias de esos niños y sus familias. Un año después, la vida en la zona cambió en parte gracias a la llegada de la Cruz Roja. El punto más crítico de la emergencia fue en Santa Victoria Este, cerquita de la triple frontera con Paraguay y Bolivia.
Hacia allí nos dirigimos a continuación. Una vez más, salimos a la ruta entre río y barro. Serán siete horas de viaje para hacer 400 kilómetros. Llegaremos en medio de una noche cerrada. La luna sobre el Pilcomayo será la única luz mientras recorremos la comunidad de Misión Grande, un paraje wichí entre Santa María y Santa Victoria Este.
Allí, hace tres años, el drama era la crecida del río, que obligó a la gente a dejar sus casas. Hoy el río bajó y el drama es la falta de agua. Todo es seco en el campamento y en la comunidad. Todo es seco, pero 14 metros bajo tierra el agua comienza a brotar. ¿Cómo hacer para que eso sea una esperanza?
Continúa mañana.
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