Ilan Naibryf nació el 11 de septiembre de 1999 y vivía con sus padres, Ronit Felszer y Carlos Naibryf, y sus dos hermanas, Micaela y Tali, en Belgrano, hasta que en 2002 la familia emigró a los Estados Unidos y se instaló en Miami. Allí, el joven de 21 años forjaba un prometedor futuro y estudiaba dos carreras universitarias: física e ingeniería molecular. Le quedaban unas pocas materias para graduarse en la Universidad de Chicago, pero la inesperada tragedia dejó truncos todos sus sueños.
Hacía tres años que estaba de novio con Deborah Berezdivin, una joven puertorriqueña de su misma edad que, al igual que Ilan, vivía en Miami pero momentáneamente estaba realizando una pasantía en Nueva York. El joven vivía con sus padres, pero la fatalidad hizo que la madrugada del 24 de junio lo encontrara en el edificio Champlain Towers, en Surfside. La pareja solo planeaba pasar esa noche en el departamento que pertenecía a la familia de Deborah, ya que asistirían al funeral del padre de un amigo en común, que falleció por COVID-19 y el edificio estaba cerca.
“Mi hijo no vivía allí. Era un departamento de la familia de la novia. Ilan se había ido a quedar solo por esa noche, porque el padre de un amigo había fallecido. Como ella estaba haciendo una pasantía en Nueva York, volvió a Florida para ir al entierro y los dos se quedaron en el departamento, porque era lo más cercano al funeral”, le contó Ronit Felszer a Infobae.
La noche anterior, Ilan había dormido en la casa de sus padres y esa fue la última vez que lo vieron. En la mañana de la tragedia, Ronit se fue a trabajar y chateó con su hijo como lo hacía habitualmente. A las 10.36 PM, el joven le envió una selfie donde le mostraba que estaba volviendo al edificio Champlain Towers con su novia. Sin imaginar la tragedia que estaba por desatarse en menos de tres horas, Ronit se fue a dormir, pero la llamada desesperada de una amiga la despertó a las 6.10 AM.
“Me preguntó si Ilan estaba conmigo... Le pregunté “¿Qué pasó?” y automáticamente le dio el teléfono a su marido, diciendo que no podía hablar... Él me dijo: “Colapsó el edificio”. No le pregunté qué edificio era -yo no sabía la dirección- pero nos subimos al auto, encaminamos para el sur -porque yo sabía que era ahí- pedí que me pasaran la ubicación y, obviamente, cuando llegamos no nos dejaban acercar. El centro de reunificación era a cuatro cuadras, así que tiramos el auto ahí y nos fuimos corriendo al edificio pero... no había edificio”, expresó.
A partir de ese momento, la familia comenzó un calvario de 13 días esperando tener noticias y asistiendo dos veces por día a las reuniones especiales, que hacían las autoridades con los familiares de las personas desaparecidas en el derrumbe para contarles las novedades del caso.
“Siempre estaba esa pequeña esperanza: que el edificio se hubiera caído, pero que él se hubiera salvado. Pensábamos... vamos a ir ahí, vamos a buscarlo o ya está afuera porque, cuando llegamos, se hablaba de que habían evacuado a 35 personas y las habían llevado a los hospitales, pero no estaban dando sus nombres. Te sentís en una nebulosa y crees que a tu hijo, no... que tu hijo iba a estar entre los 35 que llegaron al hospital”, dijo.
“El primero y el segundo día, tenía ilusión. Ni pensaba, ni esperaba, ni rezaba... nada. Esa ilusión que tenés cuando escuchás lo que te dicen: que tu hijo es joven, ingenioso, fuerte... Tenés esa ilusión, pero yo había visto el edificio... la montaña que había de polvo y no tenía esperanza... La verdad es esa”, reveló.
“Los rescatistas no podían acercarse a los escombros que estaban al lado del edificio y que seguía parado. Sabían que ahí habían cuerpos, pero no podían alcanzarlos porque sentían que había movimientos. Entonces, tomaron la decisión de derrumbar el edificio -en lo que denominan un derrumbe controlado- y pudieron acceder a muchos de los cuerpos. De hecho, ahí fue cuando encontraron la mayor cantidad porque al principio fueron solo 2, 3, 5... pero nunca cantidades importantes. Una vez que derrumbaron, al otro día ya anunciaron que se pasaba de rescate a recuperación de los cuerpos. No me hizo diferencia, porque ya tenía claro que mi hijo no estaba vivo”, expresó.
Pero cualquier pequeña esperanza que hubieran mantenido Ronit y su familia, se evaporó el 7 de julio, cuando los rescatistas encontraron el cuerpo de Ilan, que apareció 13 días después del derrumbe. El 9 de julio, lo despidieron en un funeral.
“Teníamos reuniones dos veces al día, donde nos daban una actualización de la situación. Un día, a las 4.30 PM, llegamos y vimos que había como 60 perros, psicólogos, psiquiatras... Cuando entré a ese cuarto, miré a mi hija y le dije: ‘Esto no es buena noticia’”, recordó.
“Los encontraron a los dos juntos, acostados en la cama. El colchón estaba doblado por la mitad, estaban abrazados. Mi hijo tenía su documento en la mano y ella tenía la billetera de él en la mano. Son varias cosas... Siempre me queda la duda de si estaba vivo o no cuando el edificio cayó, porque nadie duerme con su documento en la mano. Cuando los rescatistas vieron una mano con un documento, empezaron a excavar y encontraron a mi hijo, y luego a su novia. Al margen del documento, se hizo una identificación de huellas digitales que dieron positivo. Nos dijeron que los cuerpos estaban intactos”, contó.
“Nunca voy a saber si estaban vivos, me queda la duda, pero no puedo entender que alguien tenga el documento en la mano. A menos que lo veas venir... No tengo una respuesta, solo te estoy contando los hechos”, agregó.
Al poco tiempo de que se terminara la construcción de la Champlain Towers, la familia de Deborah compró dos departamentos en el octavo piso y los unió. Se trataba del 8º 11 y del 8º 12. La pareja estaba durmiendo en este último departamento, que pertenecía a la última parte que se derrumbó del edificio.
“Mi hijo estaba en el octavo piso, que fue la última parte que se cayó. En las fotos que tenemos del edificio, hay una parte marcada con rojo, una con amarillo, otra con verde y otra con azul. La parte roja cayó primero, la amarilla después, la verde en tercer lugar y, finalmente, la azul. La parte amarilla y roja corresponde al 8º 11. La parte azul y amarilla corresponde al 8º 12. Ilan estaba en esta última parte”, destacó.
En el edificio vivían muchos propietarios puertorriqueños, entre quienes se encontraban los tíos y primos de Deborah, que también fallecieron en el derrumbe. El Champlain Towers tenía severas deficiencias estructurales que lo llevaron a colapsar.
“Con la familia de la novia no hemos conversado aún sobre esos temas. Todavía todo está muy crudo para ambos. Pero en Estados Unidos todo es público y, si uno se mete en internet, va a descubrir que había un presupuesto de 15 millones de dólares de arreglos en el edificio, las cartas que les mandaron a los propietarios, etc. En algún momento, si no me equivoco, mi hijo nos comentó que estaban haciendo arreglos en el edificio, pero la verdad, a veces dudo si me lo dijo o no”, sostuvo.
“A pesar de que sabemos que Ilan ya no está más, tampoco hemos caído en nuestra realidad. Cuando pienso que ya pasaron 6 semanas, no lo puedo creer. Alguien me dijo, ¿cuál es el lugar más seguro cuando no estás bien? Tu casa. Y, ¿cuál es el lugar clave en tu casa? Tu dormitorio y tu cama. Pero nada fue seguro”, expresó.
Muchos familiares de las personas que fallecieron en el derrumbe se mostraron en contra de que vuelva a levantarse otro edificio, sobre el terreno en el que se erigió el Champlain Towers. Ronit tampoco está de acuerdo y quiere que el lugar sea preservado en memoria de quienes allí perdieron la vida.
“No me cabe que se construya algo porque es un cementerio... No me cabe que levanten un edificio. Cuando en 15 años, la próxima generación busque un departamento y vea una torre con amenities, pileta, gimnasio y la playa enfrente no se van a acordar de lo que pasó, porque el ser humano se olvida. Nos olvidamos de muchas cosas... No debería volver a construirse allí. Tal vez se venda ese terreno y el próximo dueño construya un parque, pero no un edificio”, destacó.
Ronit trata de tener la fuerza suficiente para seguir adelante con su vida, junto a su marido y sus dos hijas, pero hay días que el dolor -que no solo se manifiesta en su corazón, sino también en su cuerpo- ni siquiera le permite levantarse de la cama.
Retomó su trabajo como directora de Admisiones y Membresías de un pre-jardín y templo de la comunidad judía, en Miami, porque mantener una rutina la ayuda a sobrellevar tanta angustia y tristeza.
“Tengo dos hijas, una de 26 y otra de 24 años, tengo un marido... Volví a trabajar porque necesito tener una rutina: los cuatro la necesitamos. Pero hay días que no me puedo levantar de la cama y siento dolor físico. Acá hay dos opciones: tomarme la vida o seguir adelante y no vivir muerta... Elegí vivir porque tengo dos hijas, un marido, un trabajo... Éramos la familia perfecta. Mis hijos nunca me dieron ningún problema, se hicieron un futuro, fueron a las mejores universidades... pero algo pasó y nos arrancaron a mi hijo. Es el vivir día a día... y aprender a vivir con eso”, lamentó.
“Leí un artículo que dice que el hueco en el corazón no desaparece, que va a estar para siempre, pero el amor -alrededor de ese hueco- puede crecer. Llevo esa frase y con ella me voy a dormir cada noche. No estoy arrepentida de nada de la vida de mi hijo mientras estuvo entre nosotros. A los tres, les dimos un futuro. Ilan estudió en Hawaii, estuvo en Australia viviendo 4 años y ahora estaba en Chicago... Tuvo una muy buena vida y no le faltó nada. De verdad, disfrutó de la vida”, expresó.
“Mi marido y mis tres hijos son argentinos, pero yo nací en Etiopía. Llegué a la Argentina a los 18 años, me casé y tuve a mis hijos. Emigramos a Miami hace 19 años. Siempre uso la frase ‘El país nos echó', porque no hay estabilidad, ni futuro socioeconómico. Yo quería que hicieran su propio futuro y su carrera en otro país”, dijo.
Ilan no solo era un excelente estudiante universitario, sino que también, se destacaba en todos los deportes y los practicaba con una habilidad innata. Así lo recordó su madre.
“Toda mamá te va a decir que su hijo era perfecto... Ilan era deportista: le dabas una pelota de fútbol y jugaba al fútbol; le dabas una de tenis, y jugaba al tenis; lo subías a un jet ski y lo hacía bien; lo subías a la montaña y esquiaba en la nieve, esquiaba en el agua... Siempre fue deportista. Todo lo que lo apasionaba, lo hacía bien. Tenía ambiciones, era súper familiero... pero lo perdimos a los 21 años. Me preguntaron qué voy a extrañar de mi hijo y les respondí: voy a extrañar su futuro”, finalizó.
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