Emigró en 2012, vivió en 9 países y volvió: “Me di cuenta de que en la Argentina no estamos tan mal como pensamos”

María José Rosa (35) pasó por Colombia, México, Brasil, Malasia, Egipto, Papúa Nueva Guinea, Trinidad y Tobago, Kenia y Perú. “Quise conocer otras culturas para ver qué es lo que pasa en nuestro país”, le dijo a Infobae

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Emigró en 2012, vivió en
Emigró en 2012, vivió en 9 países pero volvió: “Me di cuenta que en la Argentina no estamos tan mal como pensamos”

María José Rosa (35) es licenciada en Comunicación, su pasión es viajar y su curiosidad por saber cómo se vive fuera de la Argentina la llevó a emigrar durante ocho años. Vivió en nueve países emergentes y conoció culturas e idiosincrasias muy distintas a la nuestra, pero finalmente, en 2019 los lazos afectivos la trajeron nuevamente a Buenos Aires.

“Me fui en 2012 por el motivo por el que nos vamos todos: la situación económica del país. Estaba trabajando en una agencia digital y me iba bien, pero quería salir a ver el mundo. Me interesaban los países emergentes, como Argentina, porque quería saber si era yo la pesimista que veía que acá estaba todo mal, o si era algo que pasaba en todo el mundo y nosotros no podíamos verlo por estar inmiscuidos en nuestros propios problemas”, le dijo María José a Infobae.

Luego de iniciar la búsqueda laboral, consiguió trabajo en el sector comercial de una empresa que hace análisis macroeconómicos de países emergentes. Su trabajo era quedarse ocho meses en un país y entrevistar, desde los CEO de las empresas más importantes, hasta las máximas autoridades gubernamentales. Se encargaba de la producción de ese reporte, que se incluía en un libro que se publicaba todos los años sobre distintos países.

María José Rosa tiene 35
María José Rosa tiene 35 años, emigró en 2012 pero volvió a la Argentina

Desde 2012, vivió en Colombia, México, Brasil, Malasia, Egipto, Papúa Nueva Guinea, Trinidad y Tobago, Kenia y Perú. Fueron nueve países muy diferentes a la Argentina y en los que vivió durante ocho años. Sin embargo, afirma que nunca sintió miedo porque la sed de aventura le pesaba más.

“Me preparaba mucho. Leía sobre la cultura de cada país, lo que se podía hacer y lo que no, sus hábitos y costumbres... para no mandarme macanas y que no me pasara nada. Me interesaba mucho conocer países tan distintos al nuestro, como uno tribal -Papúa Nu,eva Guinea- uno africano, uno musulmán... Quise conocer distintos lugares para darme cuenta de qué era lo que pasaba en nuestro país, pero también, qué nos diferenciaba y nos unía culturalmente. Me di cuenta de que Argentina no está tan mal como pensamos. Es una sociedad que valora mucho la cultura, la lectura, el saber, el entender, cuestionarse cosas, tenemos una voz, decimos lo que no nos gusta... Se cumpla o no, se puede hacer. En países musulmanes, las mujeres no tienen ningún derecho”, expresó.

Una vez, estaba haciendo la fila en una cafetería en Egipto y un hombre se puso delante mío, solo por ser mujer. Me quedé con mi feminismo hirviéndome en las venas, pero no pude decir nada porque estaba en su país. No podía mostrar los hombros, ni las rodillas, me tenía que tapar los tatuajes... Era muy complicado”, agregó.

Una fotografía de su paso
Una fotografía de su paso por Egipto

En países tribales, su experiencia fue aún más compleja. En Papúa Nueva Guinea, la mujer ni siquiera puede hablar en las reuniones donde hay hombres, salvo que ellos las autoricen.

“Vi costumbres que te ponen los pelos de punta y que te ubican en la perspectiva de pensar “¡Qué bien que la tengo!”. En Papúa Nueva Guinea, las mujeres tienen que procrear la mayor cantidad de veces que puedan, porque sus hijos se mueren. Si están amamantando, tienen la obligación de hacerlo también con los cerdos de la granja. Por ser mujer, yo no podía andar sola por la calle porque te secuestran, te violan, te matan y hasta te comen porque son caníbales. Cuando salís a conocer, te das cuenta de que no estamos tan mal”, aseguró.

Nosotros tenemos la cultura de estar cerca de la familia y los amigos. Contamos con el otro y nos apoyamos en él, con un nivel de profundidad y de interés que no se ve seguido en otros lados. En los países anglosajones, la gente es muy distante. Ven a su familia, sí... pero no podés ir a tocarle el timbre a un amigo de la nada o decirle de ir a tomar un café sin avisarle antes. Esas cosas no pasan, es una de las que más valoro de la Argentina y es el motivo por el cual volví porque, después de ocho años de estar viajando, necesitaba las relaciones que tenemos acá. Necesitaba a mi familia y mis amigos. Quería volver a esa rutina de intimidad, que no la encontrás en ningún otro lado”, destacó.

María José en Corea
María José en Corea

María José regresó al país en 2019. Asegura que necesitaba tener cerca a sus afectos y volvió con ganas de ayudar a su país, tal como lo hizo en el exterior.

“Volví muy desgastada y con ganas de hacer algo que tenga sentido para mi país. Hacía análisis macroeconómico para que otros países y empresas invirtieran en México y en Malasia. Un día, pensé: “Con todo esto que ahora sé, quiero que vengan a invertir acá y poder ayudar a mi país”, expresó.

Me di cuenta de que, cuando empezaba a tener las charlas más profundas, ya me tenía que ir... y todo el tiempo tenía que volver a empezar. Me cansé, porque llegó un punto en el que tenía ganas de sentarme a tomar un café con alguien y decirle que estaba triste porque tal persona no me había llamado. Me di cuenta de que necesitaba a mi familia, a mis amigos y a mis afectos”, indicó.

María José en una boda
María José en una boda en Trinidad y Tobago

Hoy, trabaja en un proyecto que se llama Mamotest, una health tech y empresa de impacto social argentina, que procura dar acceso a todas las mujeres a mamografías anuales. Hace poco, Naciones Unidas eligió a esa compañía como una de las cuatro empresas en salud que van a apoyar para escalar la solución a nivel global. Y en abril, cerraron la primera ronda de inversión para expandirse por Latinoamérica.

“Es una empresa que hace telerradiología para crear acceso universal a diagnósticos mamarios. En la Argentina, cada año mueren 6.800 mujeres por cáncer de mama, que es el más común y el que más mata en el mundo. Si se lo descubre de manera temprana, las posibilidades de salvarse son del 90%. El problema es que las mujeres no tienen acceso al diagnóstico y, cuando llegan al médico, ya es tarde. Es una cuestión de tiempo y un error estructural. Mamotest crea centros de diagnóstico en lugares como El Impenetrable, por ejemplo, y los médicos diagnostican por telerradiología en 24 horas”, explicó.

Después de casi una década viviendo fuera del país y en sitios tan diversos, María José dice que, antes de emigrar, hay que prepararse mentalmente pero, además, hay que preparar a los afectos.

“Hay que mantener a los amigos de acá y no dejar de hablar con ellos, porque eso te genera más desarraigo. Lo que realmente importa son las relaciones a largo plazo. Hay que saber que vas a llegar solo y que vas a tener que hacerte de nuevos amigos de la manera que sea, en un bar, en un hotel... Empezás a hablar con la gente de otra manera para poder generar nuevas relaciones”, afirmó. “¡Y hay que viajar ligero! No llevarse la casa entera, porque todo se puede comprar”.

En Malasia, comiendo "banana leaf",
En Malasia, comiendo "banana leaf", una comida típica de ese país

Con tantas experiencias vividas y en su afán por encontrar qué es lo que les pasa a los argentinos cuando dejan el país, hoy hace algunas reflexiones, como por ejemplo, el pesimismo con el que lidiamos a diario y que -mágicamente- desaparece al emigrar.

Cuando estamos acá somos los más pesimistas pero, cuando pisamos otro país, automáticamente la Argentina es el mejor del mundo. ¡Es impresionante! Volví con todo el amor por el país. Adoro a la Argentina en el día a día y en las conversaciones con la gente. Siempre estamos hablando de lo que está mal y no de lo que está bien, pero hay muchas cosas que están bien en la Argentina y eso no es parte del día a día. La conclusión a la que llegué es que soy pesimista cuando estoy en Argentina. Después de haber visto todo lo que vi, nuestro país tiene las de ganar. Obviamente, tenemos que arreglar algunas cosas, pero no estamos tan mal como creemos”, aseguró.

“Soy de la filosofía que piensa: “si no lo vas a cambiar, no te quejes”. Los argentinos nos quejamos mucho... ¡y yo me vivía quejando! Me fui quejándome, hasta que entendí que la clave era cambiar. Si tanto me rompía el corazón que mi país estuviera mal, ¿qué hacía yo tratando de arreglar a otros países? La gente se quiere ir para vivir mejor pero, ¿qué es vivir mejor? ¿Tener una heladera nueva, o una tienda de IKEA cerca de tu casa, o tener a la gente que te importa al lado tuyo? La inversión del expatriado es perderse la vida de la familia y los amigos. Si hay alguien que encuentra otra cosa más importante que eso, entonces, puede ser feliz afuera. Es una decisión muy interna”, dijo.

“Les digo que vayan y prueben, pero que no vendan todo en la Argentina... por las dudas. Puede que la vida sea mejor para algunos expatriados, pero vi cómo añoran el país. La cultura de uno es muy importante. Y, lo más importante, es dónde están tus afectos y tu corazón. Hay gente que hace demasiado sacrificio para estar un poco mejor. Eso sí, si te contratan por 7 mil dólares mensuales, te digo que te vayas ahora”, aseguró.

Alimentando a una jirafa en
Alimentando a una jirafa en Kenia

Cuando se veía con sus amigas expatriadas, siempre hacían el mismo chiste: no miraban la columna derecha del menú del restaurante.

Vivir afuera hace que no tengas que mirar la parte derecha del menú, en Argentina tenés que hacerlo. Pero no sé si es una razón suficiente para tirar la toalla e irse. No hay que depositar todas las esperanzas de felicidad en un nuevo país, porque la economía es el 10% de tu alegría. En el largo plazo, podés ahorrar... pero eso no es lo que te genera felicidad, salvo que realmente acá estés muy ahorcado y no puedas ni respirar”, destacó.

A pesar de que hoy está de vuelta en su amada Argentina, dice que su sueño es envejecer en Islandia, un país por el que siempre se sintió atraída por diversas cuestiones culturales. Asegura que, una persona que tiene un espíritu aventurero y ama viajar, lo va a mantener durante toda la vida.

“Hasta tengo un tatuaje en islandés. Me gusta la música, el cine y la cultura de ese país. Mi gato se llama Islandia. Una persona que viaja, nunca deja de viajar, incluso en su cabeza”, reveló.

En Papúa Nueva Guinea
En Papúa Nueva Guinea

“Tengo amigos en todo el mundo y cada vez que viajo voy a verlos. La clave es encontrar un lugar al cual llamar hogar. Hay una estadística que dice que a los dos años podés decir que estás acomodado en un país, pero antes no sos parte. Si una persona tiene una manera organizada de hacerlo, sin estar huyendo de algo personal o emocional, le digo que se anime, porque del otro modo nunca te terminás de ir”, indicó.

“Viajar es muy lindo, pero hoy miro acá y pienso: si me hubiera quedado sería más feliz, porque tendría algo a largo plazo. Mi inversión fue no formar una familia y perderme el día a día de mis afectos. Volví y me encontré con la gente que conocía... pero con ocho años de diferencia. Hubo un gran paréntesis y todavía estamos tratando de entendernos. Siento que en su vida, soy un paréntesis: me perdí una gran parte. Y sí, claro que lo tratamos de coser de nuevo... pero ya no es lo mismo”, finalizó.

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