Cuando terminó su primera clase de spinning, miró a su compañera de al lado y le dijo: “Esto no es para mí”. La mujer, varios años menor, le contestó. “Esta fue una clase excepcional. Animate y volvé”. Del otro lado del teléfono, Alicia Moszkowski (69) recuerda la anécdota y se ríe.
Al final, dice, se animó y volvió. “Me hice fanática. Desde entonces uso el spinning como un espacio de meditación dinámica que, para mí, es muy importante. Muchas ideas interesantes aparecieron ahí. Además genera endorfinas a full. Ahora que no puedo ir al gimnasio porque es riesgoso, me compré una bicicleta y pedaleo en mi casa”, cuenta la abogada.
Carina Lépore tiene 63 años y dedicó la mayor parte de su vida a trabajar en Administración de Empresas. Hasta que se jubiló. A partir de ese momento comenzó a dedicarse de lleno a su pasión: pintar. “Hace dos años hago paisaje urbano. Voy con mi atril, un banquito y pinto al aire libre en plazas, calles o bares. Por supuesto, con la pandemia tuve que ponerlo en pausa, pero es una actividad que disfruto muchísimo. Incluso he hecho muestras personales en Facultad de Derecho”, apunta.
Con 58 años, Leny Pereiro asegura estar llena de proyectos. Bióloga y Docente Superior, cuando cumplió 50 se atrevió a publicar un libro de cuentos y otro de poesía y prosa poética (Confesiones de una caótica Trastienda y Déjeme que le diga). “Siempre me gustó escribir. Me aboqué más a eso a partir de los 45, cuando mi mamá se enfermó y me sirvió como catalizador. Por pudor relegué la publicación hasta los 50, pero una vez que di a conocer mi producción, y empecé a recorrer el país para presentarla, tuve muy buena repercusión”, cuenta Leny, que con ayuda de su hija -que estudió diseño de imagen y sonido- armó las tapas de sus propios libros.
“También hicimos juntas un cortometraje sobre uno de mis cuentos y me animé a tener un programa de radio para una emisora cultural rosarina. Aprender a bailar tango es una asignatura pendiente. Se lo debo a mi papá, que fue un eximio bailarín. Soy feliz con lo que hago y no me asusta probar cosas nuevas”, agrega.
Los relatos de estas mujeres, que no se conocen entre sí, son una pequeña gran muestra del mito que sostiene los 60 son sinónimo de vejez. ¿Quién dijo que la vida (y el sexo) se terminan después de esa edad?
Una mirada hacia el pasado
Para Ana Gambaccini, dedicada desde hace tiempo a difundir y promover la llamada silver economy o economía plateada (que apunta al sector de la población que supera los 50 años), es necesario revisar el concepto de vejez porque durante los últimos 40 años aumentó la expectativa de vida y hay una nueva longevidad.
“En Argentina somos más de 6 millones de mujeres mayores de 50. Un segmento etario en franco crecimiento: dentro de 20 años, seremos 9 millones. Sin embargo, en el imaginario somos ‘señoras grandes’, aunque no nos sentimos así. La mujer que antes, a los 60, ‘era una abuelita’ ahora es una persona que tiene ganas, salud y energía para desarrollar su potencial. No se puede llamar ‘vieja’ a una sexagenaria si va a vivir hasta los 90 años”, sostiene Gambaccini que, además, es cofundadora de la comunidad de Facebook Ahora Nosotras que agrupa más de 38 mil mujeres mayores de 50.
En sintonía, Ricardo Iacub, doctor en Psicología, profesor de Psicología de la Tercera Edad y Vejez de la facultad de Psicología de la UBA y especialista en Gerontología, habla de un nuevo paradigma cultural. “Hacia mitad del Siglo XX empezamos a modificar nuestra idea de la edad. La generación de los que nacieron en los años ’30 o ’40 pensaba que ‘ser mayor’ tenía que ver con abandonar una serie de cuestiones que ya habían pasado y por eso había tantas referencias a: ‘A mi edad ya no’ o ‘Ya no estoy para estas cosas’”, dice.
Hoy, sin embargo, la edad parece ser un número. “Encontramos una sociedad que se fue transformando progresivamente, una sociedad donde las divisiones por edad son borrosas. Cada vez se vuelve menos claro lo que significa tener una edad determinada. Todos nos convertimos en una especie de adultos jóvenes. La tendencia es esa”, explica Iacub.
A pesar de todos estos cambios, los especialistas consultados advierten que el mundo laboral presenta cierta resistencia a acompañar estos avances. “El mercado no contempla los tiempos femeninos. Quiere mujeres jóvenes que, en muchos casos, están ‘tironeadas’ por la maternidad y el cuidado de los hijos; y descarta a las que tienen más de 50, que desean nuevos proyectos y tienen el tiempo para dedicarse a ellos”, apunta Ana Gambaccini que, junto a Alicia Moszkowski, es embajadora de Aging 2.0: una organización internacional presente en 31 países que, entre otras cosas, trabaja para posicionar el concepto de envejecimiento activo versus “ponerse viejo”.
“Para muchas personas, seguir trabajando después de los 60 no solo es necesario, sino placentero. Incluso hay quienes emprenden nuevos negocios o comienzan una nueva carrera”, asegura Moszkowski.
Sobre este tema, la Diputada Nacional Gabriela Cerruti presentó, el 4 mayo de 2020, un proyecto de Ley contra el Edadismo. El objetivo: impedir la estigmatización y la discriminación por motivos de edad y promover acciones para garantizar una vejez plena de derechos. En su artículo número 13, por ejemplo, la normativa propone “Curriculums ciegos”, donde no haga falta poner la edad ni incluir imágenes o fotografías personales. “A menos que se trate de una medida de acción positiva destinada a garantizar los objetivos de la presente ley”, dice.
Juventud: ¿divino tesoro?
Un día antes de presentar el proyecto de ley, a través de su cuenta de Twitter, Cerruti opinó sobre el dilema de la longevidad. “Hace unos días te decían que tenías que trabajar, criar hijes, tener mucho sexo, ser fuerte y divina y cambiar el mundo. Y hoy: ¿No estás muy mayor para esa ropa? Disculpá, sos muy grande para este trabajo. No vamos a tapar nuestras canas ni pelear contra las arrugas, ni deprimirnos en casa. ¡Si el mundo no está preparado para la revolución de la longevidad, que cambie el mundo!”, escribió.
El impacto de sus palabras fue enorme. Tan es así, que el tema derivó en un libro de 217 páginas al que llamó La revolución de las viejas. La marea que cambiará tu vida y el mundo (Planeta), donde reflexiona acerca de la generación que llega a la vejez. “Tengo 54: esto significa que dentro de ¿cuánto, de seis? Voy a pasar a ser lo que se considera en la sociedad una adulta mayor. Diciéndolo claramente y pronto, lo que voy a pasar a ser es una vieja. ¿Okey?”, dice la legisladora del Frente de Todos y habla de una romantización de las edades.
“Se instaló la idea de que la adolescencia y la juventud son etapas maravillosas cuando en realidad nada es definitivo. Nosotras, las viejas, nos amigamos con la vejez, pero el mercado la sigue viendo como en los ‘90 y sigue ofreciendo cremas antiage. En vez de reivindicar esta etapa de la vida, te proponen cómo hacer para que no se note el paso del tiempo”, dice Cerruti a Infobae.
Además, resalta la falta de políticas públicas vinculadas a este tema. “¿Qué hacemos con las vejeces? No se trata de jubilación y remedios. Hay que pensar lugares de encuentro, lugares de salidas; hay que pensar de qué manera nos vamos a convertir en aquello que quisimos ser toda la vida, porque además somos de una generación que llega a la vejez con expectativas y sueños”, sostiene Cerruti.
Sexo, deseo y autoconomiento
Sandra Buccafusca tiene 57 años, vive en Capital Federal y es Socióloga. Madre de dos, está pronta a cumplir 60 y dice que no le molesta que le digan vieja. “Tiene que ver con la enunciación y no con el enunciado. Si me dicen ‘Vieja revolucionaria’, me encanta”, dice Sandra que también es integrante de La Revolución de las Viejas, el colectivo feminista que plantea “las problemáticas y desafíos” de los adultos mayores.
Consultada acerca de la sexualidad en las adultas, Sandra habla sin pruritos. “Parecería que a partir de la menopausia la mujer tiene que bajar la persiana. A los hombres, en cambio, les ofrecen una pastilla. Esto tiene que ver con el sistema patriarcal donde nunca se pensó la sexualidad femenina vinculada al goce sino a la reproducción”, apunta Buccafusca y cuenta que, con las integrantes de “La Revolución”, hacen reuniones de Educación Sexual Integral por zoom. “Somos como 50 mujeres de todas partes del país. Trabajamos para deconstruir todo este imaginario en el que crecimos y es realmente liberador”, cuenta.
En sintonía, Aida Gotlib, bióloga y educadora sexual, sostiene algo parecido. “Es un mito que después de la menopausia se termina todo. Lógicamente hay un cambio hormonal, pero también sabés que no tenés chances de quedar embarazada y ese es el momento en que se vive una sexualidad plena”, dice la mujer de 74 años que también forma parte de colectivo feminista que agrupa mujeres adultas en toda la Argentina.
“La sexualidad no pasa por la genitalidad. El principal órgano sexual es el cerebro”, sostiene Gotlib y habla de la importancia del autoconocimiento del propio cuerpo. “A nuestra generación nunca le hablaron de masturbación. Entonces, de repente, hay mujeres que dicen que les da culpa o vergüenza tocarse”, cuenta.
Sobre “bajar la persiana al sexo” a partir de los 60, Ricardo Iacub, sostiene que a cualquier persona, por más edad que tenga, le cuesta pensar que tiene que retirarse, “jubilarse”, de las cosas que hizo y de las cosas que disfruta.
“El ejemplo más claro es el de la sexualidad. Antes se pensaba que que a partir de los 60 ya no había más sexualidad, o que la sexualidad estaba ligada al coito o al coito procreativo, entonces los viejos quedaban afuera. Queda claro que ya no es así”, concluye el especialista en Gerontología.
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