La remota y acaso helada noche de Escocia en que Archie y Nélida, just married, se amaron por primera vez, ignoraban el extraño destino y la transfiguración de esas sábanas de puro algodón que los envolvieron.
Y los años y las décadas pasaron, y esas testigos de la vida atravesaron mar y tierra, y de pronto llegaron a las manos de su nieta Sofía Baliño, hoy de 42 años, y también una crisálida en transfiguración…
Porque, licenciada en administración de empresas, no hace mucho empezó a bostezar ante las planillas excel y otras previsibles armas y bagajes de su metier.
Hora de borrón y cuenta nueva.
Y manos a la obra. A una extraña obra que define como ecofriendly. Traducción: "Fabricar envoltorios biodegradables y reciclabes para alimentos", explica esta hija de Olavarría –350 kilómetros desde el Obelisco–, marcada con el indeleble sello de una niñez a puro campo y cielo.
Niñez de la que evoca "la huerta en el fondo de la casona, y su ingenioso sistema de riego reciclado, idea de mis padres, Nélida Mac Donald y Alfredo Baliño, devotos custodios del medio ambiente", se emociona.
Pero hay una ley casi inexorable: el campo empuja a los jóvenes… No por rechazo ni miedo a la atadura. Solo y simplemente, porque las aulas superiores laten y respiran en la Big City, a pesar de sus estridencias –decibles desaforados– y otras intoxicaciones.
Y así fue que un día entre los días la alumna Baliño Sofía decidió ser una severa, puntillosa, respetable administradora de cualquier empresa que le pusieran delante. Hasta que…
Pero vayamos por parte. Dejémosla hablar: "Hice lo mismo que la gente de tierra adentro cuando pone pie en la Capital. Departamento en Barrio Norte –¡clavado!– cerca de la facultad. Dos años después ya trabajaba en una startup, y al poco tiempo me encargaron montar la sede en Panamá. Viajé. Pasé allí dos años. Gran experiencia. Pero…", evoca.
El "pero" era varón. Nombre: Mariano. Oficio: ingeniero de sistemas. Estado actual: su pareja…, por obra y gracia de su hermana mayor, que le encargó la faena a Cupido, y el niño no falló. ¡Justo en el centro!
Confesión de Sofía: "Empezamos una relación a través de Skype, con algunos encuentros en el medio…, hasta que pasamos de lo virtual a lo real".
Entretanto, cumplió su tercera década, y no tardó mucho en ejercer su título: "Empecé a administrar empresas. Ocho años en una firma de tecnología. Todo bien…, hasta que una nube con carga negativa amenazó con asfixiarme. Y dije 'basta'. A otra cosa…"
Cansada de la vida en relación de dependencia, "tareas interminables, problemas que nunca encontraban solución", decidió "cambiar el foco" de su vida.
Dice, con convicción, que un rayo misterioso –o una alfombra mágica– la llevó hasta sus orígenes. Difícil es explicar, pero misterio al fin. Y salto récord al delicado planeta de convertirse en emprendedora, así explicado: "Los envoltorios se hacen a mano, pero sofisticados: encerados con cera de abejas, resina de árbol y aceite de semillas".
Como una alquimista de la Edad Media, en jeans.
Instante didáctico: "Son paños para conservar alimentos y reducir el uso de plásticos: en especial el film… Es posible envolver desde quesos hasta verdura. Después se lava con agua fría, ¡y listo para volver a usar!"
La idea tiene avales prestigiosos: tales envoltorios se usan en los Estados Unidos, Canadá y Tailandia.
Con todo, el proceso no fue coser y cantar. Estudio, probó, trabajó para hacer su propio producto. Avanzó, según Sofía, "a paso de tortuga, decapitando almuerzos y fines de semana". Y lo más felizmente doloroso –vaya oxímoron–: sacrificar aquellas sábanas de algodón de los abuelos…
"Había conseguido todos los materiales, cera de abeja, resina de árbol y aceite, pero no tenía lo principal: la tela. Y fue ahí que mi mamá me ofreció la reliquia…las sábanas del casamiento de mis abuelos escoceses ¡y la sacrificamos! Por suerte funcionó, porque para hacer los wraps, es necesario que no tengan poliéster y sean 100 % algodón".
Y lo demás fue lo de menos. Veinte muestras, un folleto con instrucciones, reparto en mano entre amigos y compañeros de trabajo, gran feedback…
Sólo faltaba el nombre. Y fue Antófila. Un derivado del amor de Sofía por aquello tan ancestral: cavar la tierra, plantar la semilla, esperar el fruto…
Por si el lector no domina el arduo griego, Anthopila significa "amante de las flores". Y también "hojas que se modifican y se convierten en partes de una flor"
Sofía jura que esta nueva vida le llena en alma.
Desde algún lugar, sus abuelos de Escocia, aquellos de la noche de bodas entre sábanas de algodón, se ríen.
Porque nada se termina. Porque todo se transforma.
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