Video: El 25 de julio de 2017, junto al grupo de Nadadores en Aguas Frías, Celia hizo su primera inmersión rompiendo el hielo en una laguna de Villa La Angostura y sin traje de neoprene
"Uno tiene que empezar soñando… Y una cosa lleva a la otra y así surgen las oportunidades". Así lo asegura Celia Luna Olmos, la mujer que desde hace dos años se entregó a su pasión: nadar en aguas frías. Y lo afirma desde la seguridad de quien se atrevió a soñar pasadas las seis décadas de vida, cuando socialmente se esperaba que hiciera cualquier cosa menos dedicarse al deporte extremo competitivo.
A Celia, bioquímica de profesión, no le importa la temperatura —ni la de fuera ni la de dentro del agua—: ella se calza la malla, las antiparras, el gorro y allí va, cual sirena que revive cuando su cuerpo atraviesa los mares, ríos, lagos, lagunas y canales a los que respetuosamente reta.
En abril de este año, junto a su equipo Natación en Aguas Frías (NAF), visitó las Islas Malvinas para rendir tributo a los combatientes caídos. Nadó mirando el Cementerio de Darwin y fue alentada por un grupo de Veteranos de Corrientes que conoció mientras homenajeaba a los héroes argentinos. Luego nadó en la laguna interna de un volcán y ahora se prepara para competir en Italia.
"El desafío está en disfrutar lo que se hace"
Celia entró a las aguas frías por primera vez en 2017. Fue el 25 de julio cuando se hundió por completo en una laguna cercana a Villa la Angostura, en Neuquén. La temperatura de las aguas oscila allí entre los 5 y 16 grados, pero en ese caso el termómetro indicaba 0 grado. Se metió en malla.
"Me metí despacio, como me enseñaron. Primero me quedé parada y me fui hundiendo hasta la cintura hasta que hice inmersión", cuenta a Infobae sobre aquella primera vez en que su cuerpo quedó rodeado de hielo.
Nadar es lo suyo. De hecho, comenzó a hacerlo cuando era niña y sabiendo lo "básico" que le enseñó su padre. Nadaba ocasionalmente en piletas olímpicas y en el mar de la costa bonaerense. Hasta que en 1996 sus dolores cervicales y un inicio de artrosis hicieron que el médico le aconsejara practicar natación de manera regular para aliviar sus dolores.
—¿Cómo pasa de nadar en una pileta de natación a nadar en temperaturas cercanas al grado bajo cero?
—Sabía nadar lo básico, crol y nada más, pero no tenía la técnica. Siempre nadé, pero debido a mis problemas de columna el traumatólogo me recomendó nadar o hacer yoga de manera regular. Elegí natación porque soy más activa, lo digo sin despreciar las bondades del yoga. Esto pasó en 1996 y ese mismo año en el lugar donde iba se formó el equipo de natación Master, que es para mayores de 25 años. Mi profesor Diego Lunati me invitó a participar y así empecé a competir en pileta y en aguas abiertas, que es lo que siempre me gustó. Desde los 44 años, cuando arranqué, nadé en el Río Paraná, en Mar del Plata, en Villa Gesell, crucé la Laguna de Chascomús y hace dos años a mis compañeros de equipo se les ocurrió participar en una competencia en el Lago Gutiérrez, en Bariloche, pero nos exigían usar traje de neoprene. Nos gustó participar y la experiencia de nadar en medio de esos paisajes y ver los picos de las montañas nevados me entusiasmó. Después de la competencia me quedaron muchas ganas de nadar sin ese traje, en cueros, digamos. Y empecé a buscar grupos en Facebook porque supe que había gente que nadaba como yo quería hacerlo. Así, encontré a los Nadadores de Aguas Frías (NAF) y me contacté con Camilo López, ¡y me contó que había cruzado el Canal de Beagle en verano! ¡Me pareció una cosa re loca y a la vez alucinante! Vi fotos y videos de ellos, muy asombrada porque parecía que estaban en una fiesta. Así que le pregunté a Camilo: ¿Cómo lo hacen? Y respondió: "¡Cualquiera puede hacerlo!" ¡Para qué! ¡Me prendió la mecha!
Celia se ríe mientras comparte el recuerdo. Su risa pícara, que se asemeja al de una niña que descubrió cómo hacer una travesura, traspasa el tubo del teléfono. "Yo no sabía si lo iba a poder hacer, pero pensé que con toda la experiencia que había hecho en aguas abiertas podría. Pensé: 'Sé cómo orientarme, no perder el rumbo, sé vencer problemas como cuando me atacó una sudestada nadando en el mar…'. Sabía que iba a poder, así que en marzo de 2017 empecé a ir a Pilar para entrenar en Lagos del Rocío", recuerda.
Hasta allí llega Celia los domingos a las 8 de la mañana. "La primera vez que nadé ahí el agua estaba a 22° y me pareció helada porque estaba acostumbrada a nadar en pileta con agua a 28 grados", dice.
—¿Cómo hace para vencer esa sensación cuando el frío arremete?
—Me enseñaron cómo hacer para entrar en las aguas frías. Hay una técnica de concentración y para controlar la temperatura. Frío siento, al igual que cualquiera, pero es tanto el entusiasmo y ganas de hacerlo que parece que no lo sintiera. Pero todo pasa también por la cabeza, por pensar y ponerse en positivo para lograrlo. Son varias cosas además de atender a la respiración, porque empiezan las palpitaciones porque el organismo da avisos. Te dice: "¡Eh, este lugar que elegiste no es muy confortable!" —se ríe—. Y eso se va controlando: entrás de a poco, es una cosa progresiva. Me mojo primero las manos y cuando el agua me llega a la cintura o al pecho lentamente me hundo o sumerjo y empiezo a nadar y no paro hasta que salgo.
Celia cuenta que hay nadadores que, debido a la competencia que realizan, no tienen ese tiempo de adaptación a la temperatura del agua y que se tiran directamente y "salen nadando". "Eso no me ha pasado y tal vez no lo haría porque soy una persona grande y no sé si ese golpe sería bueno, a los que lo hacen no les pasa nada, pero lo evito", afirma.
—¿Cuánto fue el tiempo máximo que nadó en aguas frías?
—Fueron 25 minutos, en el Canal de Beagle y con 5 grados. Al igual que todo el equipo, nadé en malla, pero con doble gorra de silicona, las comunes que se usan para nadar; y con tapones en los oídos porque por la cabeza es donde más calor se pierde, entonces la preservamos.
Después de esas competencias, los dolores en su cadera la dejaron sin actividad varios meses. "En septiembre del año pasado me hicieron un reemplazo total de cadera porque tenía una artritis avanzada. En agosto, mi entrenador me avisa que quería que fuera parte del equipo que haría un homenaje a los chicos caídos en las Islas Malvinas, así que venciendo miedos por la cirugía, me apuré y me operaron. Me dolía tanto que ya no podía caminar y pensé: 'Si no te operás, te quedás en sillas de ruedas'", cuenta entre risas.
Tras meses de rehabilitación, en abril de este año Celia y todo el equipo viajaron para rendirles en el Cementerio de Darwin.
Una experiencia conmovedora
El Tercer Desafío del Atlántico Sur estaba en marcha. Entre el 13 y 20 de abril de este año, el grupo NAF comandads por los entrenadores Claudio Plit y Julio Aro, viajaron para realizar un nado en aguas frías en las aguas de las Islas Malvinas y en la Laguna Azul, en Río Gallegos.
El clima de las Islas es muy cambiante y Celia una vez más venció sus propias limitaciones.
—¿Cómo fue el nado que realizaron en las Islas Malvinas?
—Allí no competimos sino que hicimos nados en homenaje y el abrazo acuático, que hacemos en todas las aguas, pero esta vez fue en tierra. Tuvimos que nadar hasta una boya que estaba cerca de un velero, a 650 metros, y se hizo un sonido de largada. Al llegar debimos volver a la costa.
—¿A qué temperatura estaba el agua?
—¡A cero grados! Ese día, cuando desayunamos a las 9 de la mañana llovió, después granizó, después salió el sol, después nevó así que la sensación térmica era bajo cero y seguro que la temperatura también. Pero, en el momento que nadamos harían unos 2 grados afuera y el agua estaba a unos 7 grados.
Antes de ese nado, Celia y sus amigos compartieron una experiencia que quedará para siempre en sus corazones: el abrazo acuático en el Cementerio de Darwin, donde descansan los restos de los soldados caídos en combate.
—¿Qué sensaciones tiene de ese momento?
—¡Emoción! La experiencia fue linda, pero muy dura. La parte de nado fue hermosisima, pero la experiencia de ir a Malvinas fue shockeante, muy movilizante. Llegamos un sábado a las Islas y el domingo fuimos al cementerio para hacer el homenaje a los héroes caídos, por ese motivo fuimos. Y allí nos encontramos con un grupo de unos 20 veteranos de Corrientes. Un compañero poeta de Mar del Plata, que escribió un poema a los chicos caídos y que lo dejó escrito el año pasado cuando fue por primera vez, lo leyó. Después, nosotros hicimos el abrazo acuático, que es que hacemos cada vez que nadamos. Es así: adentro del agua nos abrazamos y tiramos para atrás, quedando boca arriba y con los pies extendidos, pero como estábamos en tierra lo hicimos parados. Cuando nos abrazamos, emocionados por la situación mientras leían el poema, los correntinos se empezaron a entremezclar entre nosotros… —se emociona—. Cuando terminó la lectura nos abrazamos llorando entre todos. ¡Fue muy fuerte y muy lindo a la vez!
El grupo de nadadores y veteranos —los para siempre "Chicos de Malvinas"— compartían hotel, por lo que pudieron vivir más que la experiencia en Darwin. "Hablamos mucho con ellos en el hotel. Y cuando recorrimos los lugares donde fue la guerra, reconocían sus posiciones, miraban todo, algunos lloraban… ¡Eso fue muy fuerte!", recuerda Celia.
Dolida por el recuerdo, Celia cuenta a Infobae que los hombres correntinos compartieron con ellos lo que vivieron allí cuando tenían 18, 19 años, mientras duró la guerra que aún les duele.
"Me contaron un montón de cosas que vivieron como, por ejemplo, que habían entrado en febrero al Servicio Militar ¡y que en abril ya estaban peleando, sin instrucción, sin saber manejar un fusil! Contaron que cuando los ingleses los llevaron como prisioneros fue el mejor momento porque les daban ropas de abrigo y la comida que les faltó. ¡Ellos sentían que los ingleses los miraban sin poder creer que eran tan chicos y que les ofrecían resistencia!", casi quebraba por lo que vuelve a su mente y lo que calla, Celia sigue: "Me quedó el lindo recuerdo de saber que quedaron muy contentos por el homenaje que les hicimos. Y por todo lo compartido. Nunca antes había escuchado a un veterano contar en primera persona lo que vivió", relata.
El desafío que viene
El próximo destino será Italia. El 4 de julio, Celia emprenderá camino a Nápoles para hacer la carrera Capri Nápoles. "Iremos un equipo de seis atletas y haremos competencia por postas. En total son 32 kilómetros", detalla.
"Mi hija, que es cardióloga me ayuda mucho para prepararme para cada competencia", confiesa sobre la tarea de María Soledad Antonioli. "Ella me apoya incondicionalmente en lo que hago, lo mismo que Tomás y Jazmín mis otros dos hijos".
Finalmente, reflexiona:"Soy bioquímica de hospital público, mis ingresos no son importantes y a todo lo hago con un sacrificio tremendo, pero es lo que me gusta hacer. Cuando uno tiene ganas, y pone empeño, puede conseguir lo que desea. Sea nadar, patinar, sea escribir, sea pintar… Cuando decidí nadar en aguas frías tenía 64 años, por eso creo que tener desafíos, metas o querer lograr algo es fundamental en la vida. Uno tiene que empezar soñando y yo estoy soñando con nadar en Nápoles. ¡El desafío es disfrutar de lo que se hace!".
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