"Estaba borracho con unas amigas. Encontramos unas pelucas, nos las pusimos y fuimos hasta la zona roja de la ciudad. Le cobré $50 a un camionero por un bucal y me sentí feliz. Era deseada. Caminaba por el pasto, se me enterraban los tacos. Fui durante dos veranos y viví las noches más felices, pero después se volvió peligrosa la zona".
Bruno Disalvo tiene 23 años. Vive en Mar del Plata y es trabajador sexual. "Todos me conocen como Brune", dice a Infobae. Pertenece a un mundo desconocido; también hermético. Desde afuera, la primera percepción es bastante clara: los varones que ejercen la prostitución no cargan con la estigmatización corporal que sufren a diario las mujeres, transexuales y travestis. La calle tampoco es su lugar. El encuentro, previo contacto telefónico, se da en su departamento o en algún hotel a convenir. Y si bien lo descripto parece ser más favorable en relación a la "otra" prostitución, en el micromundo que los engloba también se hallan carencias, alegrías, silencios, soledades y comodidades.
—¿Recordás cómo fue comenzar a ejercer el trabajo sexual?
—En ese momento no lo vivía como un trabajo, sino como la única forma que tenía de conseguir plata sin tener que ir a trabajar, porque para mí trabajar siempre estuvo asociado al padecer y realmente yo la pasaba muy bien con los clientes. Me di cuenta de que estaba ganando lo mismo o más que un sueldo básico y de que no tenía que salir a buscar un trabajo porque ya lo tenía. Pero reconocerme como trabajador fue un proceso que comencé hace unos años y me costó aceptarlo.
—¿Tuviste una linda adolescencia?
—Durante mi adolescencia fui una marica bastante apolítica y capitalista, sin ninguna conciencia de clase o reflexión de género, simplemente me importaba salir bien en las fotos e ir a bailar. Fue cuando descubrí el feminismo, la teoría Queer, el veganismo. Pude entender las opresiones que sufrimos las minorías y empecé a desarmar y a cuestionar todo aquello que me hacía ruido. Conocí la militancia y la abracé para siempre. Politicé mi identidad, politicé mi trabajo e incluso lo que comía.
—¿Y tu familia qué dijo?
—Tener la mamá y los hermanos que tengo es un privilegio, mi familia sabe si voy a una marcha con las putas, o si me voy con algún cliente. No les escondo nada. Con mi mamá no fue difícil, pero sí tuve que derribarle muchos prejuicios. Al principio le decía que era solamente con un hombre, porque prostituirse con una sola persona está perfecto y a eso le llamamos matrimonio; pero si lo empezás a hacer con muchos empieza el drama. Lo tomó bien porque le fui acercando notas y relatos de otras putas feministas y mostrándole nuestro trabajo a través de la voz en primera persona de mis compañeras.
—¿Te costó descubrir tu sexualidad?
—Me encantaría haber haber optado ser marica, pero no recuerdo ninguna situación que me haya hecho elegirla, creo que simplemente fui así. Sí me acuerdo de calentarme con amigos de mis hermanos desde muy chico y fantasear con que eran mis novios.
—¿Y cómo es un día de tu vida?
—Me levanto entre las 10 y las 11 y trato de coordinar algún cliente para el mediodía o la hora de la siesta. A las 16 trabajo en una ONG que se llama Red de Personas Viviendo con VIH/SIDA. Yo coordino el área de trabajo sexual, trabajamos con más de 100 trabajadoras sexuales por mes: les proveemos profilácticos y asistencia en general ante hechos de violencia institucional y discriminación. Durante el trabajo tejo algún cliente para la noche, ahora salen muchos porque estamos en temporada.
—¿Disfrutás tu trabajo?
—Con algunos clientes disfruto mucho mi sexualidad, con otros no tanto. Depende de la piel que tengamos, pero tengo muchos clientes fijos y para que eso se dé tiene que, sí o sí, existir un disfrute por parte de ambos. Disfruto de viajar, de comer, de charlar. Cuando no disfruto el sexo, me voy feliz porque tengo los bolsillos llenos.
—¿Cuáles son tus límites?
—Cualquier situación en donde no me sienta cómodo. Uno pacta con el cliente cuáles son las cosas que vamos a hacer y hasta dónde vamos a llegar, se tiene claro qué es lo que va a ocurrir en el encuentro. Yo aprendí a utilizar estas herramientas del trabajo sexual dentro de la pareja. El amor romántico borra esa línea de consenso y muchas veces uno termina aceptando realizar cosas porque no puede decir que no. A mí me han abusado ex novios, no clientes.
—¿Sufrís mucha discriminación?
—No la sufro, pero sí vivo situaciones de discriminación. El haber sido echado del departamento donde trabajaba porque me "descubrió" la administradora del edificio, pagar muy caro el lugar nuevo donde trabajo porque saben de qué trabajo. Por ser trabajador sexual, por trabajar en la Red, descubrí que algunos ex clientes dejaron de hablarme y de querer verme.
—¿Qué mirada creés que tienen, en general, las personas acerca de la prostitución?
—Yo creo que la gente en general está a favor, salvo grupos minoritarios como las religiones, la derecha o el feminismo abolicionista. En general la gente está a favor de la regulación del trabajo sexual, pero desde una mirada sanitarista; eso se llama reglamentarización. Nosotros estamos en contra de ese modelo de Estado, no queremos libreta sanitaria o ser vistos como objetos de cuidado de sexualidades ajenas. Los ejes de nuestra conquista deben estar orientados en nuestros derechos humanos, nuestros derechos laborales, poder tener una obra social, aportar para algún día jubilarnos, tener derechos civiles, derecho a la libre circulación en la vía pública. Estamos en 2018 y aún en 19 provincias podés ir preso o ser multado por pararte en una esquina, porque están vigentes códigos de falta sancionados en dictaduras militares y es la policía quien aplica esas normativas.
—¿Qué sentís cuando se dice que los homosexuales tienen más promiscuidad que los hetero?
—Me acuerdo de mis clientes en la ruta, todos con novias. Creo que la heterosexualidad se sostiene solo en el discurso.
—¿Qué tipos de cuidados tenés?
—Me aseguro de que me llamen por teléfono, que el número sea verificable. Si me buscan en auto, pido la patente y se la mando a alguna amiga, y si coincide, me subo. Nunca viví una situación violenta, luego de tantos años desarrollás una especie de filtro "puteril". Tenemos grupos de WhatsApp de trabajadores/as sexuales que nos alertamos de clientes que no son recomendados.
—¿Te piden cosas raras?
– Dentro de las prácticas BDSM (sigla que combina las siglas resultantes de Bondage y Disciplina; Dominación y Sumisión; Sadismo y Masoquismo), existe gente cuyo deseo se basa en la dominación o la humillación. Estos siempre son los más extravagantes. Una vez mandé a un sumiso a que compre bananas, preservativos y un gel íntimo. Luego le pedí que me mande una foto de todo acompañado del ticket de la compra. A otro lo envié a que se pruebe un vestido y que me mande una imagen desde el probador. La mecánica que sostiene su morbo es que las vendedoras lo vean realizar cosas que ellos creen que son humillantes. A mí me divierte mucho, banco mucho las diversas formas de disfrutar y vivir la sexualidad, no creo que deba existir una sexualidad normalizante.
—Con la plata que ganás por mes, ¿qué tipo de vida llevás?
—Hay épocas buenas, como la temporada de verano, y épocas en donde el laburo baja. Ahora que cuento con lugar para trabajar, puedo por primera vez pensar en ahorrar, en comprarme libros, en tener las cosas que quiero. Me reconforta saber que todo lo que tengo es gracias a mi laburo autogestivo, sin jefes ni horarios. Y que logré hacerlo a mi manera.
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