Los alimentos sintéticos, cuyo cultivo y procesamiento se realiza en laboratorios, han emergido como una opción que promete abordar los desafíos medioambientales a la vez que las necesidades nutricionales de una población mundial que ya ha llegado a los 8.000 millones de personas. Sin embargo, las naciones los adoptan con cautela: algunas, como Singapur, que fue pionera en 2020 al aprobar la carne de pollo sintética, resaltan sus beneficios mientras que otras, como Italia, acaban de prohibirlos.
La discusión se centra en la seguridad de estos métodos, su impacto en el medioambiente y cuestiones éticas sobre su comercio. Autoridades sanitarias como la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) han autorizado su producción durante 2023; sin embargo, asegurar el desarrollo y el consumo seguro de los alimentos sintéticos aún necesita de más investigación para confirmar que sean seguros, según advierte la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
¿Qué son los alimentos sintéticos?
Los alimentos sintéticos, también conocidos como alimentos artificiales o alimentos de laboratorio, son productos diseñados y fabricados en entornos controlados, mediante procesos biotecnológicos y químicos para imitar la apariencia, el sabor y el valor nutricional de los alimentos convencionales. Estos productos pueden incluir desde carne y huevos artificiales hasta productos lácteos y vegetales generados en laboratorios.
En el proceso de fabricación intervienen los “granjeros celulares”. Ellos cultivan carne y pescado con fragmentos de células de animales que hacen crecer en tanques especiales. Después, transforman estas partes moleculares en músculos y grasa que se parecen a los de los animales reales. Los científicos también hacen cambios en algunas bacterias a fin de crear proteínas seguras para el consumo humano, como las que están en el queso, mediante un proceso llamado “fermentación de precisión”.
Esta técnica ha generado expectativas para producción en masa, siendo que las distintas tecnologías de fermentación empleadas para producir alimentos y sus ingredientes incluyen la fermentación tradicional, la de biomasa y la de precisión. La tecnología de fermentación de precisión ha registrado disminuciones en sus costos, lo que hace posible la proyección de proteínas a un menor costo, según una investigación publicada en Taylor & Francis Online.
Otro camino hacia la eficiencia podría ser el desarrollo de diferentes cepas de algas de alto rendimiento, potencialmente a través de ingeniería genética. Paralelamente, la combinación de un proceso de cultivo y recolección de bajo costo con la implementación de aguas residuales puede aumentar la eficacia de los sistemas de producción de algas.
Según las legislaciones europeas, el producto de esta manipulación entra en la categoría de nuevo alimento. Es por este motivo que las autoridades discuten las regulaciones bajo las cuales se comercializarán. Para asegurar la seguridad en el consumo humano de estos alimentos a nivel mundial, se ha desarrollado un proceso llamado Presunción Calificada de Seguridad (QPS), que es aplicable a organismos genéticamente modificados (OGM). La finalidad de este sistema es poder realizar un análisis previo de los posibles riesgos para la seguridad alimentaria antes de proceder a evaluaciones más específicas, conforme a las regulaciones de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (ESFA).
Las ventajas y los desafíos de los alimentos sintéticos
La carne sintética, cultivada a partir de células musculares animales estimuladas en biorreactores para que crezcan, fue uno de los primeros productos en acaparar la atención internacional. En la actualidad existen más de 100 empresas que producen hamburguesas, picadillo o nuggets.
La creación de productos que reduzcan la dependencia de la ganadería convencional y, en teoría, mitiguen los problemas ambientales asociados, despierta el interés de algunos países que en la actualidad estudian cuáles serán las regulaciones en el comercio. Aunque los alimentos sintéticos prometen solucionar la escasez de recursos y reducir el impacto ambiental, quedan pendientes las preocupaciones que plantean en relación a la seguridad alimentaria.
Uno de los productos que acaparan la atención a nivel mundial es la carne cultivada. Esto alimento, según los investigadores que la han desarrollado, se produce sin hormonas y microorganismos que, en algunas ocasiones, son hallados en el ganado y que generan preocupación ante su relación con la resistencia a los antibióticos, una amenaza importante para la salud global según la Organización Mundial de la Salud (OMS), de acuerdo con un estudio publicado en la revista científica Frontiers.
Otro punto sobre esta clase de alimentos que se puso en el centro del análisis de los expertos es que la carne cultivada también puede desempeñar un papel importante en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas de la Agenda 2030. Su producción sostenible y su capacidad para proporcionar una fuente de proteína podrían ser factores determinantes en la pelea por reducir la pobreza y el hambre, especialmente en regiones donde el acceso a proteína animal es limitado.
Los alimentos sintéticos, en constante estudio
Los defensores se centran en el potencial impacto positivo de esta nueva industria en el medio ambiente, pues se reduciría la extensión de las tierras de cultivo, la deforestación y la emisión de gases de efecto invernadero que causa la ganadería tradicional. Sin embargo, según un informe reciente de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), estas argumentaciones carecen de evidencia concluyente, por lo que instaron a continuar con los estudios científicos.
Además, punto que se encuentra bajo el análisis es su potencial para abordar la crisis climática, ya que fabricarlos en gran escala podría requerir grandes cantidades de energía y recursos naturales, lo cual contrarrestaría los beneficios medioambientales esperados.
En cuanto a los problemas de seguridad alimentaria, se estima que la producción de alimentos en laboratorios controlados podría prevenir la propagación de enfermedades animales y reducir la necesidad de uso de antibióticos en la cría.