El primer sábado de septiembre de cada año se celebra el Día Internacional del Buitre, para hablar de la importancia de su presencia en los ecosistemas.
Por “buitres” hoy se entiende a las aves carroñeras, que se alimentan específicamente de restos de animales muertos. En Europa se los llama buitres, mientras que en América hay otras familias de aves carroñeras, los cóndores y los jotes.
En nuestra país habitan varias especies: jote real, jote de cabeza colorada, jote de cabeza amarilla y jote de cabeza negra, siendo el cóndor andino el de mayor dimensión.
¿Por qué recordarlos hoy? Porque muchas veces, víctimas de los mitos que rodean a las aves carroñeras, nuestros cóndores y jotes suelen ser cazados o envenenados, ya que su forma de alimentación da lugar a malos entendidos porque, por un lado, tienen una apariencia amenazante y por otro lado, algunas personas creen que atacan a sus animales.
“Siempre se habló de que al ser carroñeros, cóndores y jotes son limpiadores natos, ya que al comer animales muertos ayudan en la limpieza del ambiente”, explica Andrés Suares, Coordinador de Población Animal de Fundación Temaikén. Sin embargo, aclara que no son los únicos que limpian el ambiente, hay otros carroñeros que colaboran en esta función y entre todos contribuyen a mantener el equilibrio ambiental.
Desterrar los mitos alrededor de estos aliados del ecosistema es importante, ya que por ejemplo, el cóndor andino está declarado como especie Vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), eso quiere decir que su población está en decrecimiento.
En este sentido, diferentes organizaciones de la sociedad civil de toda la región trabajan en red para su conservación, como es el caso del Programa de Conservación de Cóndor Andino (PCCA), del cual Fundación Temaikén forma parte junto a otras organizaciones, rescatando, rehabilitando y colaborando en la reproducción y cría de los mismos, para su posterior liberación.
Conociendo más a los cóndores y jotes
El cóndor andino y los jotes son miembros de la misma familia, conocida como “catártidos”, que se distribuye a lo largo de casi todo el continente americano y que se caracteriza por alimentarse principalmente de vertebrados muertos. Una curiosidad: el nombre de la familia de aves proviene del vocablo griego kathartes, que significa “los que limpian”.
Los catártidos se destacan por su buen sentido del olfato y es lo que les permite identificar animales muertos, inclusive si el lugar tiene mucha vegetación. Al ser aves de gran porte, en especial el cóndor, podrán alimentarse de animales grandes y sus picos les permitirán romper la piel más gruesa.
Tanto el cóndor como los jotes carecen de plumas en la cabeza ya que para comer la meten en los cadáveres y se ensucian. No tener plumas en esa zona es una ventaja, dado que si se ensucia con restos de comida limpiarse les resulta muy sencillo: se secan al sol y después se frotan contra un tronco o piedra, usándolos como si fuera un cepillo.
También son buenos planeadores, aprovecharán las corrientes de aire y aletearán sólo cuando sea muy necesario: durante el despegue del suelo, el aterrizaje, las persecuciones y para tomar impulso en lo alto si fuera necesario, cuando las corrientes de aire no faciliten lo suficiente el ascenso.
Ambas aves tienen características a destacar, por ejemplo, el cóndor es una de las aves voladoras más grande del mundo, con sus alas extendidas puede llegar a medir 3 metros. En tanto los jotes son más pequeños y ligeros en comparación con los cóndores pero tienen muy desarrollado el sentido del olfato, especialmente el jote real y el jote cabeza amarilla, que habitan en ambientes selváticos.
Por su parte, el jote cabeza negra, presente en lugares más áridos o montañosos, también se alimentará de pequeños vertebrados y muchas veces buscará su alimento en el suelo, cuando camina, que es algo que también los caracteriza, su hábito “caminador”.
Por qué los cóndores son tan valiosos
Más allá de su rol como “limpiadores” de la naturaleza, cada cóndor es muy importante por otro motivo: el tiempo que tardan en alcanzar su madurez y en estado silvestre su reproducción no es tan sencilla, sólo ponen un huevo o dos en un lapso de más de un año.
Un cóndor puede llegar a vivir hasta 60 años, con lo cual se entiende que su maduración tarde en llegar, la logra aproximadamente a los 9 años. Eso hace que su conservación sea imperiosa. Cada ejemplar que se pierde deja un lugar vacío que lleva mucho tiempo llenar.
El huevo de cóndor es incubado por ambos padres, durante aproximadamente 55 días. Los calentarán con el pecho, que luce como un parche carnoso. Una vez nacido, el pichón pasará un año en el nido, creciendo muy lento. Recién a los 9 años tendrán todo su plumaje característico, blanco y negro.
Esfuerzos de conservación
De estas especies, el cóndor andino es la que mayor amenaza ha recibido para su conservación, originándose el PCCA como respuesta para rescatar ejemplares y además reforzar sus poblaciones con un programa de reproducción y cría, liderado por la Fundación Bioandina y del que la Fundación Temaikén participa activamente, recibiendo ejemplares rescatados para su tratamiento y rehabilitación, aportando huevos de la pareja que se ha formado entre los habitantes del Bioparque y efectuando la consociación de juveniles en su Centro de Recuperación de Especies (CRET).
La existencia de estas especies de animales es fundamental para prevenir la proliferación de enfermedades derivadas de animales en descomposición y mantener los ecosistemas saludables. Cuidarlos es nuestro deber y denunciar a quien los caza o hace daño es contribuir a su conservación. Ni los cóndores ni los jotes son cazadores, no matan ganado ni animales de granja. Al contrario, se llevarán del lugar restos y nos ahorrarán una limpieza.
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