Las adversidades representan oportunidades de resiliencia a lo largo de la vida, aunque en la infancia esta dinámica adquiere un matiz particular. Recientemente, Julia Yates, del área de Promoción de la Salud en Western University, y Katie J. Shillington, profesora adjunta en el Departamento de Psicología de la Universidad Wilfrid Laurier, escribieron al respecto. Además, Infobae consultó a expertos para ahondar en el tema.
“Como investigadores en el campo de la promoción de la salud, con un interés particular en la resiliencia de las poblaciones que merecen equidad, observamos que la narrativa predominante en torno a la adversidad infantil es que debe evitarse, pero no siempre es así”, plantearon Yates y Shillington en The Conversation.
Y remarcaron que es fundamental distinguir entre la adversidad infantil en general y las experiencias adversas en la infancia (ACE, por sus siglas en inglés). La adversidad infantil en general abarca diversas circunstancias o eventos que pueden amenazar el bienestar físico o psicológico de un niño.
Las ACE representan un subconjunto grave que involucra experiencias traumáticas durante la niñez. Estas incluyen abuso, negligencia o la muerte de un familiar, por ejemplo.
Experimentar ACE durante la infancia, una fase vulnerable del desarrollo, incrementa el riesgo de enfrentar problemas de salud a lo largo de la vida. Los trastornos relacionados con las ACE incluyen el trastorno de estrés postraumático, la depresión, la obesidad y la diabetes, de acuerdo a las expertas.
“Las experiencias traumáticas forman parte de nuestra comprensión fundamental de las ACE. Sin embargo, en el caso de las adversidades infantiles más generales, la traumatización es solo un resultado posible, no una garantía. Las adversidades generales que podrían conducir a la traumatización, pero no necesariamente lo harán, pueden incluir el estrés financiero, familiar o las enfermedades infantiles”, explicaron.
Algunas habilidades adaptativas y de autorregulación entre los niños parecen requerir la experiencia con la adversidad. “Estas habilidades y capacidades se combinan para contribuir a la resiliencia de un niño. Si bien es un tema complejo de definir, la resiliencia se refiere a la capacidad de una persona para sobrevivir o incluso prosperar durante y después de la exposición a la adversidad”.
En diálogo con Infobae, el psicoanalista Daniel Antar (MN 9877), miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina e Internacional, destacó la capacidad de los niños para enfrentar las dificultades, siempre que reciban un acompañamiento adecuado.
“Los seres humanos estamos expuestos, aun en el mejor de los casos, desde el nacimiento e incluso desde la estadía uterina misma, a la adversidad. Se trata, como decía Ortega y Gasset de la ‘fatalidad de la existencia’. Sin embargo, en buenas condiciones de provisión ambiental, esto es, de un adecuado sostén emocional y físico, las adversidades de la vida pueden ser bien yuguladas y hacer de la existencia un lindo lugar para ser habitado”, dijo Antar.
Y sumó: “Hay un claro consenso en psicología infantil, que en efecto, cuando esa provisión ambiental facilitadora del crecimiento emocional y físico falla en su función, las adversidades devienen en trauma psíquico. Eso quiere decir que el niño no está todavía en condiciones de tolerar tensiones que desbordan la capacidad de elaboración de su todavía precario ‘yo’. Eso entonces lo compulsa a que deba apelar a mecanismos de defensa como intento, muchas veces fallido, de elaboración mental. De ese modo y según las características y la intensidad de los sucesos, vamos a asistir a la organización de cuadros que van desde el autismo y la psicosis infantil hasta los más leves desórdenes neuróticos que incidirán limitando en más o en menos el goce del vivir”.
En cuanto al rol de los padres, Antar enfatizó que su presencia y contención resultan fundamentales para que el niño pueda desarrollar una vida emocional saludable y afrontar la adversidad de manera resiliente.
“Del adecuado sostenimiento afectivo y físico de los padres dependerá que ese niño avance acompañado de sentimientos –que se van internalizando como un gran dispositivo protector emocional– de amor y creciente seguridad. De ahí que la verdadera capacidad para la resiliencia –entendiendo que se trata de la habilidad para hacer de las situaciones difíciles un motivo de estímulo creativo y nuevo aprendizaje– se vincule con dicha provisión ambiental parental, a la que se irá gradualmente sumando la familia ampliada y la sociedad toda”, sostuvo el especialista.
Resiliencia y crecimiento
Por su parte, la psicoanalista Agustina Verde (MN 72893) puntualizó en el diálogo con Infobae que “las situaciones adversas le darán al niño la posibilidad y oportunidad de aprendizaje para su adultez. La resiliencia es un proceso que puede generar como consecuencia recursos y herramientas de gran valor. Para que un niño sea resiliente, es importante que cuente con adultos con recursos y un ambiente favorecedor, para ello que aloje y no tapone lo que le sucede”.
Verde explicó que “para cultivarla en la infancia, necesitamos primero trabajar la resiliencia en nosotros, los adultos. Poder primero revisar cómo atravesamos nuestras adversidades y cómo nos sobreponemos a ella. Poder entender que como miramos nuestras adversidades, nuestros errores, la vida en general, lo plasmaremos en las infancias. En consecuencia, poder revisar aquella mirada, nos permite mirar a las infancias de manera más liviana”.
La especialista también brindó algunas claves sobre cómo los adultos pueden ayudar a los niños a enfrentar adversidades: “Para promover la resiliencia, un niño necesitará un ambiente seguro, un adulto como sostén seguro que valide aquello que le suceda sin sanción ni castigo. Necesitará amor, contención, presencia, momentos de calidad”.
Finalmente, Verde concluyó que, para guiar a los niños en la superación de las adversidades, resulta esencial “empatizar: entender aquello que le está sucediendo. Poder ponernos en su lugar, entendiendo lo que le sucede y entendiendo que necesita nuestra ayuda. Una buena manera de guiar a los más chicos a atravesar situaciones adversas puede ser ponerse de ejemplo, poder decirles que esas emociones o adversidades como adultos también las sentimos y que siempre nos vienen a enseñar algo en nuestra vida. También podríamos contarles qué hacemos cuando algo nos duele, nos molesta, angustia, etcétera”.
En diálogo con Infobae, Charo Maroño, doctora en Psicología e integrante del Departamento de Niños y Adolescentes de APA, se refirió a los factores que inciden en la salud mental y cómo cada persona responde de manera única a las adversidades.“Hay algo que resalto mucho, que son los recursos que cada persona tiene. Es decir, lo que para una persona puede dejar una marca o devenir en algo de orden traumático, o que puede traer una fobia o alguna patología más grave, en otras personas tal vez no, porque se suman muchos factores: lo propio del sujeto, hasta cierta carga genética, el entorno en donde creció y, por supuesto, las figuras de los padres”, dijo.
Según Maroño, el entorno y las figuras de cuidado juegan un rol clave en la niñez y son fundamentales para el desarrollo de un individuo. Destacó que incluso cuando no existen figuras parentales sólidas, otros referentes pueden cumplir esta función de contención: “No solamente las de los padres; a veces los chicos no tienen buenas figuras parentales, pero tienen alguna otra figura que cumple una función de cuidado y sostén. Esa función es fundamental en la niñez: la idea de sentir que hay alguien que sostiene y resguarda”.
Marcar límites y brindar contención son aspectos esenciales en la crianza y en la salud mental, explica Maroño: “Lo que importa es esa función: una función maternante, una función paterna, una función de cuidado, de sostén, de ‘holding’. Eso lo cumplen ambos, pero también está la función de corte. ¿A qué me refiero? Al ‘no’ del cuidado, no del autoritarismo: el ‘no, mirá, esto no porque no te hace bien’, o ‘esto no porque te puede lastimar’”.