El consumo problemático de drogas y otras sustancias entre las mujeres es una realidad creciente, aunque todavía rodeada de silencios y prejuicios. A pesar del aumento en el número de quienes se animan a buscar tratamiento, muchas enfrentan obstáculos difíciles de sortear debido a barreras sociales, económicas y emocionales, que en gran parte están ligadas a su género.
El reciente informe del Observatorio Humanitario de Cruz Roja Argentina, titulado ”Percepciones y experiencias de mujeres en tratamiento por consumo problemático”, reveló la profundidad de estas dificultades y cómo los roles familiares, el estigma social y la violencia afectan el proceso de recuperación de las mujeres en tratamiento por consumo problemático.
El análisis, basado en 15 entrevistas realizadas en Santiago del Estero, Buenos Aires, Tucumán, La Plata, Córdoba y Comodoro Rivadavia, muestra de manera cruda un retrato íntimo de las percepciones y experiencias de mujeres que están en tratamiento o que, tras superar la adicción, hoy se convirtieron en acompañantes de otras víctimas en situaciones similares. Todas las entrevistas fueron realizadas a personas que viven y/o asisten a las instituciones de la Federación Familia Grande “Hogar de Cristo”, centros de acompañamiento coordinados por la iglesia católica para el tratamiento y rehabilitación de adicciones.
Los testimonios reflejan un complejo entramado de emociones: culpa, soledad, remordimiento, presión social y, además, motivación para superar el consumo problemático. Estas emociones no solo impactan en su bienestar emocional, sino también sus posibilidades de acceder y sostener el tratamiento.
Según el informe, la culpa y la soledad son dos emociones recurrentes que definen la vida de las mujeres con consumos problemáticos. “La culpa constante afecta la autoestima, generando que las mujeres duden de su capacidad para superar su adicción”, señaló el documento.
Muchas de las entrevistadas coinciden en que este sentimiento se exacerba por el entorno familiar y social. En muchos casos, las mujeres cargan con la expectativa de ser cuidadoras, esposas y madres impecables, lo que alimenta el sentimiento de haber fallado a sus seres queridos y a sí mismas.
El estigma y los roles de género
Las mujeres que sufren adicción cargan con un estigma adicional. De acuerdo con la investigación, la percepción social de una “mujer adicta” está fuertemente ligada a ideas tradicionales sobre el rol femenino, que incluyen el cuidado del hogar y de los hijos. Este estigma no solo genera prejuicios sociales, sino que también afecta el modo en que las mujeres ven su propia capacidad para pedir ayuda.
En Argentina, las cifras del INDEC muestran que el 84,7% de la población ha consumido alcohol al menos una vez en la vida, el 49,2% ha fumado tabaco y el 26,3% ha probado marihuana.
Aunque el porcentaje de consumo entre hombres y mujeres es similar, el informe del Observatorio Humanitario de Cruz Roja destacó que el impacto del consumo problemático es mucho más complejo para las mujeres, debido a la intersección entre su adicción y las expectativas sociales.
En especial, se observa un aumento preocupante del consumo de sustancias como la marihuana, que ha crecido del 5,2% en 2017 al 10,8% en 2022, y de tranquilizantes u opiáceos, cuyo uso en mujeres pasó del 0,9% al 8,8% en el mismo periodo, según datos que se presentan en el escrito, los cuales se basan en el Estudio Nacional en Población de 12 a 65 años sobre Consumo de Sustancias Psicoactivas, realizado por SEDRONAR en 2017, y la Encuesta Nacional sobre Consumos y Prácticas de Cuidado 2022 del INDEC.
El informe también destaca cómo las tareas de cuidado y las responsabilidades familiares se convierten en una trampa que impide a las mujeres priorizar su salud.
Muchas de ellas posponen el tratamiento para atender a sus hijos o familiares, sin contar con una red de apoyo. “Las tareas de cuidado imposibilitan a las mujeres a acceder a los servicios de salud, priorizando el cuidado de otros antes que su propio autocuidado”, explicó el estudio. Este sacrificio, aunque profundamente valorado por la sociedad, termina por desdibujar las necesidades personales de estas mujeres, que continúan su consumo problemático en silencio.
Para agravar la situación, la discriminación y el miedo a ser juzgadas como malas madres juegan un rol importante. Las entrevistadas relatan el temor constante a perder la custodia de sus hijos o a ser percibidas como incapaces de cuidar de ellos.
“Tengo terrible miedo de llegar un día a casa y que no estén mis nenes. El sistema entero te condena, pero tampoco te da una mano”, afirma una de las mujeres entrevistadas. Este tipo de miedo, unido a las presiones familiares, aumenta el aislamiento social y emocional, dificultando aún más la búsqueda de ayuda.
El estigma social actúa de manera implacable. En muchos casos, las mujeres son objeto de crítica tanto por sus familias como por el entorno, lo que les genera sentimientos de vergüenza y autoexclusión.
“Nadie, en ninguna familia, espera que yo, la princesa de la casa, consuma. Con ese cuento, me empujaron al secreto. Por la noche consumía en silencio, durante el día me carcomía la culpa y la vergüenza. Me quedé sola”, confiesa otra de las mujeres entrevistadas. Esta soledad, producto del estigma y la incomprensión, es un obstáculo que perpetúa el ciclo de consumo.
Violencia de género y consumo problemático
El informe también revela que para muchas mujeres, la violencia de género es una realidad que se entrelaza con el consumo problemático. Una gran parte de las entrevistadas relata situaciones de violencia física y sexual por parte de familiares o ex-parejas. Este tipo de violencia no solo incrementa el riesgo de caer en la adicción, sino que también hace más difícil el proceso de recuperación.
Muchas mujeres encuentran en las drogas un medio para escapar del malestar emocional que generan estos abusos, señalan en el documento. “La mujer, mayormente la que comienza en el consumo, muchas veces fue violada, abandonada. Y muchas veces en ese espacio de abandono es donde comienzan el consumo”, relata una de las mujeres que vivió en carne propia este proceso y hoy se desempeña como acompañante de un centro de rehabilitación
El ciclo de abuso y consumo es difícil de romper. Algunas entrevistadas narran cómo sus parejas controlaban su acceso a las drogas para mantenerlas bajo control.
“Quería dejar el consumo, quería dejar de consumir y él me golpeaba más, porque estas personas piensan que una, si no consume, va a seguir al lado de ellos”, recuerda una de las mujeres entrevistadas. El informe muestra cómo esta dinámica de poder y violencia refuerza la dependencia de las sustancias, lo que hace que muchas mujeres se queden atrapadas en relaciones abusivas.
El informe subrayó que, sin un enfoque que considere la experiencia de violencia de estas mujeres, los tratamientos tradicionales para la adicción pueden ser insuficientes o incluso contraproducentes.
Para las mujeres que logran dar el paso de buscar ayuda, el largo peregrinar hasta el tratamiento adecuado también está lleno de dificultades. Según el informe del Observatorio de la Cruz Roja, “los servicios públicos de salud presentan deficiencias por disponibilidad de personal, asignación de turnos, acompañamiento en los profesionales y la alta medicalización (dada la falta de espacios terapéuticos). Al mismo tiempo, los servicios de salud privados son restrictivos para mujeres en condiciones de vulnerabilidad”.
Este lugar de apoyo es, en muchos casos, llenado por organizaciones sociales y religiosas, que sostienen los centros barriales de contención y recuperación, como los de Cáritas y los Hogares de Cristo, que han desarrollado programas específicos para mujeres en situación de consumo. Estos centros no solo brindan tratamiento, sino que también proporcionan espacios seguros y de contención emocional, elementos clave para que las mujeres puedan sostener su proceso de recuperación.
El impacto de la maternidad en la recuperación
La maternidad juega un rol central en las vidas de las mujeres en tratamiento por consumo problemático. Para muchas de ellas, sus hijos son la principal motivación para buscar ayuda.
“Quiero tener a mis hijos conmigo, solo por eso estoy pudiendo dejar el consumo”, afirma una entrevistada. Este deseo de ser una “buena madre” impulsa a muchas mujeres a dejar las drogas y comenzar un tratamiento, pero al mismo tiempo, la responsabilidad de cuidar a sus hijos añade una presión significativa.
El informe postula que las mujeres en situación de consumo a menudo se sienten incapaces de cumplir con las expectativas sociales que rodean el rol de madre. La presión por ser una madre perfecta y el miedo a ser juzgadas por sus fallas pueden generar altos niveles de ansiedad y estrés, lo que complica su capacidad para concentrarse en su propia recuperación. Este conflicto interno entre la necesidad de ser una madre presente y la necesidad de cuidarse a sí mismas es un tema recurrente en los testimonios.
Además, la falta de apoyo para equilibrar las demandas de la maternidad con el tratamiento es un problema constante. “El proceso ahora va a cambiar un poco, porque mi maternidad va a ser compartida porque no, no la puedo continuar. No puedo sobrellevarla sola, porque me canso. No me puedo concentrar en el tratamiento”, explica una mujer entrevistada, quien refleja la dificultad de conciliar ambas responsabilidades. En este contexto, el informe subraya la importancia de crear espacios de cuidado para los hijos dentro de los centros de tratamiento, lo que permitiría a las mujeres enfocarse en su recuperación sin descuidar su rol de madres.
Los entornos seguros son claves para el tratamiento
A pesar de las barreras, el informe del Observatorio Humanitario de Cruz Roja Argentina destaca varios factores que pueden facilitar el acceso y sostenimiento del tratamiento para las mujeres en situación de consumo problemático. Uno de los más importantes es la creación de entornos seguros que permitan a las mujeres sentirse acompañadas y comprendidas, sin temor al juicio o la discriminación. En este sentido, los centros del Hogar de Cristo han implementado espacios específicos para mujeres, donde reciben apoyo no solo para superar su adicción, sino también para afrontar los desafíos que surgen de sus responsabilidades como madres.
El acompañamiento por pares, es decir, por otras mujeres que han pasado por situaciones similares, se ha mostrado especialmente efectivo. Estas acompañantes par no solo ofrecen una perspectiva empática y cercana, sino que también brindan esperanza, al demostrar que es posible superar la adicción.
“Las mujeres necesitan un espacio de hermandad, de vínculo femenino, que haga que el acompañamiento sea más efectivo”, reflexiona una de las acompañantes par entrevistadas.
Además, las mujeres entrevistadas valoran la importancia de contar con espacios de cuidado para sus hijos, lo que les permite enfocarse en su proceso de recuperación sin tener que preocuparse constantemente por su rol de madres. Los centros que ofrecen guarderías o espacios educativos para los niños permiten que las mujeres continúen su tratamiento mientras sus hijos están cerca y bien atendidos.
“Nosotros también tenemos una guardería, donde las mamás, mientras hacen el tratamiento acá, nosotros cuidamos a los nenes”, comenta una de las entrevistadas, resaltando cómo estos servicios son clave para que las madres puedan enfocarse en su recuperación.
Otro facilitador importante es la posibilidad de acceder a programas de educación y capacitación laboral. Muchas de las mujeres que asisten a los centros del Hogar de Cristo han retomado sus estudios o aprendido oficios que les permiten mejorar su situación económica. La independencia financiera es un componente crucial para evitar recaer en el consumo, ya que les brinda una vía para reconstruir sus vidas fuera del ciclo de violencia y adicción. “Decidí terminar mis estudios porque quiero un buen trabajo para poder mantener a mi hijo y para salir también de los vicios”, relata una de las mujeres.