La comprensión sobre la base de datos veraces y el respeto hacia las diversas realidades de las personas neurodivergentes son fundamentales para la convivencia en una sociedad más empática e inclusiva. En ese contexto, recientes declaraciones de la psiquiatra Velleda Cecchi, que se presenta como especialista en Trastornos del Espectro Autista (TEA), han suscitado una profunda preocupación y dolor entre el colectivo de padres de niños, jóvenes y adultos con esta condición.
Los padres, agrupados en ONG que desempeñan una labor clave para el esclarecimiento en torno de las diferentes manifestaciones del espectro autista y que han logrado en los últimos años, no solo generar conciencia, inclusión y entendimiento al respecto, además de enormes avances en el mejoramiento de la vida de sus hijos —junto profesionales de prestigio y seriedad—, expresaron su preocupación por lo dicho por Cecchi.
Este colectivo manifestó la indignación y consternación generadas por los conceptos desactualizados de la doctora Cecchi que, lejos de abogar por la inclusión y el entendimiento, parece retroceder a épocas pasadas de estigmatización y desconocimiento.
Valga mencionar aquí, para dar contexto al nudo central de esta nota, el señalamiento de Cecchi, médica psiquiatra y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, autora de dos libros sobre TEA, que generó la comprensible reacción de los padres: “Los niños con autismo, no son otra especie dentro de los humanos, sino que padecen y han padecido aún desde dentro del útero (se sabe que el feto oye desde los 5 meses de gestación), un malestar intenso debido a las dificultades maternas en trasmitirles tranquilidad y amor”. La persona con autismo se protege de un mundo externo “al que vive como terrorífico, construye una coraza para defenderse, no responden, y a veces son considerados sordos, agreden su cuerpo, se autolesionan con golpes, provocándose heridas”.
En diálogo con Infobae, Christian Plebst, psiquiatra Infanto-juvenil y co-fundador de la organización sin fines de lucro PANAACEA, dedicada a mejorar la calidad de vida de las personas con condiciones del espectro autista y de sus familias explicó: “La investigación científica ya descartó que el comportamiento de la madre durante el embarazo se correlacione con el desarrollo posterior del autismo en el hijo o hija. Hoy sabemos que el autismo está relacionado con la suma de factores de riesgo que impactan sobre el aprendizaje temprano del bebé”.
“En el primer año de vida —señaló el experto—, el bebé tiene que aprender, no solo por imitación sino por resonancia. Aprende a darle sentido a las experiencias sensoriales en el mundo de los adultos, como el tono de voz, la mirada, los gestos, las actitudes y hasta a las emociones internas de las otras personas. Eso generalmente sucede como aprender a respirar. Pero en algunos niños ese aprendizaje temprano se está interfiriendo en los primeros dos años”.
“Aún no sabemos por qué sucede el autismo, pero sabemos que ayuda que cuando los adultos nos damos cuenta que el bebé no presta atención, no responde al nombre o no aparece la sonrisa social, tenemos que aumentar nuestras cualidades humanas para volver a enganchar el aprendizaje de ese niño”, agregó.
Por su parte, consultado por Infobae, Paulo Morales, papá de Julián y presidente de la ONG TEAActiva Asociación Civil, explicó que “aún no se sabe exactamente el origen del autismo. Pensar que la causa del autismo está en uno de los progenitores no tiene evidencia científica. Tampoco se sabe bien por qué están aumentando tanto los casos de autismo en el mundo, pero hay consensos que sería una consecuencia de cambios socioambientales que ha experimentado la humanidad durante las últimas décadas”.
“Independientemente del origen del autismo, se sabe también que hay factores de riesgo durante los primeros años de vida. Ya se recomienda que los bebés no deben tener contacto con pantallas de tabletas o celulares. Incluso se intenta llevar esa recomendación hasta los 6 años. Nosotros lo aplicamos con nuestro hijo, cuando ya tenía el diagnóstico y había cumplido 4 años. En ese momento, un profesional de la salud nos recomendó no darle la tableta electrónica. Cuando eso ocurrió, mi hijo mejoró notablemente en su sociabilización”, afirmó Morales.
En tanto, entre quienes expresaron su indignación por la declaración de la psiquiatra, Ludmila Gurchenco, madre de un niño con TEA consideró una “barbaridad” lo dicho por la psiquiatra. “Espero que la Asociación Psicoanalítica se pronuncie al respecto sobre la bestialidad que dijo esta persona. Desinforma, miente y atrasa años de investigación médica y científica. Sinvergüenza”, se indignó a través de su cuenta de X.
Y agregó: “Por el momento el autismo es una condición. No es una enfermedad. Hay investigaciones que apuntan hacia la rama genética, otras a un desorden metabólico. No le vas a “inocular” autismo al bebé que está en la panza por estar transitando el duelo de tu mamá”.
Como expresión de la misma postura del colectivo de padres que lucha por la inclusión y la difusión de información veraz sobre el TEA, Cintia Fritz, madre de Lautaro, por la misma red social, indicó: “Para decirle a la Dra. Velleda Cecchi que la capacitación continua y la actualización no muerden y que ya estamos en 2024, #desinformacion. Hay que cuidar que estas cosas no sucedan”.
Finalmente, el doctor Plebst señaló que en la actualidad, “llamamos autismo a un cuadro que se da como interpretación adaptativa. El cerebro se está adaptando a no poder estar aprendiendo y autocalmarse. Se aleja del mundo social. Antiguamente se pensaba que el autismo era algo fijo y que se daba de nacimiento. Pero hoy esa perspectiva ha cambiado: el autismo es un síndrome conductual. Es la punta de un iceberg por el cual el cerebro está intentando seguir aprendiendo y autorregulando. Se aleja para poder organizar la experiencia de aprendizaje, porque está demasiado sobreestimulado. Es decir, las personas con autismo sí pueden aprender. Pero eso depende de que los adultos puedan comprender el perfil de aprendizaje sensorial, afectivo y motriz de cada bebé o niño”.
El experto agregó que, “si se lograra que todo el día funcionara a su ritmo, el niño no tendría que hacer conductas repetitivas. La diferencia entre las personas son solo cuestiones de tiempo, modalidad, ritmo y proceso de aprendizaje. Si se respetaran esas diferencias desde la comunidad, y sería beneficioso que haya una mayor conciencia para que todo niño o niña con autismo pueda participar en el jardín o en la escuela y así pueda aprender”.
“También se necesita apoyar a las familias. Aún muchas reciben el diagnóstico de autismo tras 15 minutos de evaluación. Se debería acompañarlas para que puedan generar un entorno para que el bebé pueda conectarse, estar con otros y prestar atención a la conducta de otros, en jardines, escuelas, clubes. Bajar el ritmo de la sociedad también nos puede ayudar a todos”, mencionó Plebst.