Muy habitualmente en alguna consulta surge la pregunta sobre “el cortisol alto”, relacionándolo inmediatamente con ser la causa, explicación o consecuencia del estrés, es decir, el cortisol es la “hormona del estrés” y es solo eso.
Similar a lo que ocurre con el colesterol, el “bueno” y el “malo” (HDL/LDL), ese etiquetado casi moral sobre la biología y la bioquímica en particular, nos aleja de la posibilidad de comprender cómo funciona nuestro cuerpo, creer así que valores de laboratorio altos o bajos, de manera aislada, tienen una respuesta o explicación lineal.
Así, de hecho, de la misma manera que necesitamos colesterol, necesitamos cortisol. Veamos algunos datos que nos permitirán entender mejor de qué se trata.
Qué es el cortisol y qué hace en el cuerpo
El cortisol juega un papel central en varias funciones corporales desde regular el metabolismo hasta controlar la presión arterial y actuar en procesos inflamatorios o nuestros ritmos de vigilia, es decir en realidad es fundamental para nuestra salud.
Lo de “hormona del estrés” es porque cuando estamos bajo el impacto de algún estresor, ya sea físico (como una lesión) o psicológico (como problemas de relación), nuestros cuerpos experimentan una intensa respuesta hormonal, neurológica y psicológica, que hemos visto en otras ocasiones más comúnmente conocida como el reflejo de triple respuesta del estrés, por huida, lucha, o parálisis. Allí el cuerpo responde al estrés liberando esta hormona esteroide llamada cortisol.
A pesar de ser esta respuesta la más conocida, existen muchas otras. Al ser una hormona esteroide, o glucocorticoide tiene una estructura particular y es liposoluble, lo que implica que no necesita de un mecanismo activo para ser transportada a las células. En las células al llegar al núcleo contacta con los genes. Ahí juega un papel en la transcripción de estos, y por eso el cortisol hace muchas cosas diferentes, porque está regulando muchos genes diferentes. Es decir, esas características hacen que el cortisol afecte a casi todos los tejidos y órganos de nuestro cuerpo.
De esta manera, interviene en varias áreas como, por ejemplo: contrarresta la insulina, contribuyendo a la hiperglucemia; su incremento a niveles extremos induce la pérdida de colágeno; también interviene en los niveles de sodio, potasio, del ph, así como la retención de agua en general. También interviene en el sistema inmune evitando la proliferación de células T, de allí que los incrementos crónicos de cortisol generan cierta supresión inmunitaria. Como último ejemplo, ya que hay muchos más, interviene en el metabolismo óseo y así hay una relación a largo plazo con la osteoporosis.
El cortisol se produce en las glándulas suprarrenales, llamadas así porque se encuentran encima de los riñones, en una parte que es la corteza suprarrenal. La liberación de cortisol está controlada por el hipotálamo, una parte del cerebro, en respuesta a una serie de estímulos como, por ejemplo, el estrés o a un nivel bajo de glucosa en la sangre. Esto lo hace en función de la secreción de la hormona liberadora de corticotropina (CRH) por parte del hipotálamo que desencadena la secreción por parte de la hipófisis de la hormona suprarrenal corticotropina (ACTH) y finalmente esta hormona es transportada por la sangre hasta la corteza suprarrenal, en la cual desencadena la secreción de glucocorticoides, entre estos el cortisol.
Entre los estímulos o reguladores hay uno especial y es el ritmo circadiano, es decir las variaciones que ocurren durante un día, de la hormona adrenocorticótropa (ACTH) que son altas tras despertar, ya que necesitamos generar energía después de largas horas de sueño.
La producción de cortisol empieza a aumentar en las últimas horas de sueño, preparando para la actividad y el despertar y alcanzan sus niveles máximos unos 30 o 40 minutos después de despertarnos. Así, regula en parte el metabolismo controlando cómo el cuerpo convierte las proteínas, los lípidos y los carbohidratos en energía. Esto lleva, por ejemplo, a que sus niveles tengan que ver con los de azúcar en la sangre.
Finalmente, luego durante el día en condiciones normales irá decayendo hasta estar en su momento de menor nivel en horas de la noche permitiendo el sueño. De hecho, necesita ser casi nulo una hora o más antes del momento de reposo para que podamos dormir bien por la noche.
El aspecto temporal, circadiano, es el que a veces no es tenido en cuenta y es que el cortisol no es sinónimo de estrés, y es importante saber cuáles son los valores, cuánto, y especialmente cuándo se ha tomado la muestra. Esta es la razón por la cual muchos valores solicitados sin indicar para qué se los pide o pedirlos dentro de un estudio general no dirigido y, por ende, no indicando el horario de la toma, no son comparables entre sí. La modalidad estándar es tener una toma de cortisol antes de las 8 h.
En el estrés, el cortisol cumple las mismas funciones: es decir levantarnos, despertarnos alertarnos, preparar para la acción, pero como todo en esta situación, es de manera exagerada y a veces persistente.
Allí ya no es el despertar y activar, sino la triple respuesta que trata de priorizar, lo necesario para esas funciones de huida o ataque y entonces todo lo que no necesita para la supervivencia inmediata queda en segundo plano.
Así acelerará el ritmo cardíaco y la respiración (hiperventilación), dilatará las pupilas o activará la musculatura estriada. Por contrapartida, la digestión, la producción de hormonas y la reparación de tejidos queda en un segundo plano temporalmente.
Esa función que hemos visto favorable del estrés es la que el cortisol ayuda a manejar, sin embargo, el problema es el estrés crónico que dará niveles de cortisol frecuentemente altos, y eso lo que puede tener efectos perjudiciales para nuestra salud.
Ese cortisol alto tendrá que ver no solo con la persistencia de los efectos nocivos del estrés y de la alerta constante en detrimento de las otras funciones, sino, por ejemplo, en función de esos patrones circadianos alterar los ritmos de sueño, de los cuales a su vez son dependientes. Es decir, se establece un círculo vicioso en el que los niveles de estrés y cortisol afectan los ritmos de sueño y esta alteración a su vez sostiene los niveles de estrés y cortisol elevado.
Esto nos lleva con el tiempo no solo a las consecuencias del estrés crónico, sino a los efectos en el sistema nervioso.
De esta forma, la relación con la producción de cuadros depresivos se ve incrementada por este factor y el estrés crónico y los niveles de cortisol consistentemente altos pueden afectar por el fenómeno de la neuroplasticidad, la estructura y la función del cerebro, lo que potencialmente puede conducir a la depresión.
Al mismo tiempo, la evolución de estos cuadros y el fenómeno de estrés crónico y en particular aquellos cuadros que están asociados al trauma o son predominantemente traumáticos, mostrarán otros patrones respecto al cortisol. De esta manera un valor normal de cortisol en una muestra de sangre tomada a las 8 a.m. es de 5 a 25 mcg/dL.
En los cuadros asociados esencialmente al estrés los valores serán elevados y en particular modificarán sus ritmos diarios. En ciertos cuadros depresivos pueden encontrarse elevados e inclusive no responder a la supresión experimental con dexametasona. Este es el test de supresión a la dexametasona que es positivo en cuadros de depresión mayor, o la anteriormente llamada endógena. En los cuadros traumáticos, por el contrario, así como en aquellos en los que predomina la astenia y/o el dolor, como fatiga crónica, por ejemplo, los niveles plasmáticos de cortisol son bajos.
Las mediciones deben realizarse sabiendo qué es lo que se está buscando y al realizarlas, si es de manera estándar, deben hacerse temprano, (y sin estimulantes).
Existen otras pruebas por cuadros hormonales, o de trauma psíquico, fatiga crónica etc. que necesitan otras formas, inclusive por otras vías como la salival o en orina, aparte de la plasmática y en tomas repetidas a diferentes horarios.
Cortisol no es una molécula mala sino, por el contrario, es la que nos permite levantarnos a la mañana en un estado de alerta y energía. Más allá de explicaciones puramente psicológicas, la alteración en los ritmos circadianos del cortisol, en muchos casos congruentes con los ritmos de sueño alterados por diferentes razones, perturba ese despertar que nos permite abordar el día.
Los ritmos van cayendo a los 90/120 minutos después de recibir los primeros rayos de luz que actúan como un resincronizador, y por eso la idea de exponerse a la luz, y activarse físicamente puede favorecer el acompañamiento con un ritmo circadiano saludable. En el mismo sentido hay quienes proponen postergar la ingesta de estimulantes como el café o mate hasta la caída de los niveles de cortisol.
Si bien le adjudicamos algo malo cuando estamos estresados, también es útil notar el aspecto que tiene en tantas funciones del cuerpo y en particular que cuando nos levantamos concentrados y bien, y no padecemos de somnolencia diurna y al mismo tiempo podemos dormir al ir cayendo la luz, eso también es el cortisol.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista