La violencia es una de las formas de manifestación más frecuentes y, de alguna manera, se encuentra normalizada. El malestar interno, individual, pero también el externo y el colectivo, social y cultural se expresa en forma de violencia dirigidas hacia afuera, a los demás, a la sociedad, pero también hacia sí mismo. Es por eso que las manifestaciones son múltiples. Existe la tendencia en esas formas de expresión a ver algunas separadas de otras y sin un nexo continuo. Esto hace más difícil su estudio, pero especialmente su compresión, la prevención y por supuesto el abordaje.
Hace ya muchos años el sociólogo noruego Johan Galtung habló de la pirámide (triángulo en algunas presentaciones) de la violencia. En ella se establecía algo evidente y es que la violencia que vemos, a la cual llamó directa o expresa, se sostiene en un aspecto cultural y otro estructural. Es decir, los diferentes aspectos que hacen a la construcción de las sociedades. Es interesante notar que Galtung se inscribe en toda un línea de estudios en los países escandinavos y en Noruega en particular en los cuales el estudio del bienestar y malestar se hace desde una perspectiva amplia, como vemos en el lugar que se le concede a la psicología de la felicidad.
Es en este contexto amplio e interconectado en el cual la variable bienestar-malestar es un espectro, es que hay que entender cada forma de violencia y en este caso una en particular que es aquella dirigida hacia las mujeres.
La violencia contra las mujeres es un problema que ya no admite discusiones y afecta a millones de víctimas cada año y, a su vez, tiene consecuencias que alcanzan a otros, como son sus hijos. A horas de que se haya conmemorado, este 25 de noviembre, el Día internacional por la eliminación de la violencia contra la mujer, la importancia concientizar sobre esta problemática.
La violencia contra las mujeres puede expresarse de diversas formas, desde algunas sutiles y aparentemente imperceptibles, hasta ser la razón de la pérdida de la vida. Esa violencia puede, y usualmente es el caso, tener efectos graves y duraderos sobre todos los aspectos de la salud física y mental, así como sobre su bienestar social y económico.
Usualmente, la violencia cobra notoriedad en los casos de femicidio, pero es un espectro amplio que, por ejemplo, también muestra sus consecuencias en la reducción a la marginalidad social y económica de las víctimas.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) la violencia contra las mujeres se define como “todo acto de violencia de género que resulte, o pueda tener como resultado, un daño o sufrimiento físico, sexual o mental para las mujeres, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”.
Hay diversas formas de violencia, como la que ocurre en el seno de la pareja, donde existe desde el daño físico, al psicológico, así como el sometimiento expresado en distintas maneras, o la violencia sexual en la cual la víctima es sometida al deseo del otro sin considerar su consentimiento.
En relación a esto, es importante tomar conciencia de que el nexo civil o legal (pareja/matrimonio) no avala tal consentimiento y se puede ser víctima inclusive de violación aun en este contexto. En muchas mujeres persisten los sentimientos de vergüenza, de obligación de deber, que vienen como legado de épocas muy lejanas.
Si bien la prevalencia de la violencia contra las mujeres y las modalidades de la misma varía según las regiones y los países, un informe de la OMS estima que a nivel mundial, alrededor de 1 de cada 3 (30%) de las mujeres han sido víctimas de al menos un episodio de violencia física y/o sexual por parte de parejas o no, en algún momento de su vida.
Otra estadística sitúa en que un 25 % de las mujeres de 15 a 49 años han sido sometidas a violencia física y/o sexual por parte de su pareja íntima al menos una vez en su vida. Hay estadísticas entre el 20 al 33% según las diferentes regiones del mundo, desde el 20% en el Pacífico Occidental, el 22% en los países de ingresos altos y Europa y el 25% en Sud América hasta el 33% en la Región Africana y Sudeste Asiático.
Efectos en la salud mental
La violencia contra las mujeres puede tener consecuencias a más largo plazo e inclusive en áreas a veces no tan tenidas en cuenta o minimizadas, como son las secuelas en la salud mental. Quizás por habituales en sociedades del malestar y del vacío, ya se considera que forman parte de la normalidad, pero las personas que sufren violencia tienen un mayor riesgo de desarrollar cuadros como depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático (TEPT), e inclusive cuadros psicóticos. Tampoco hay que obviar la frecuente comorbilidad del abuso de sustancias ilegales o inclusive fármacos como intento de salida o desgraciadamente una última vía de escape en la desesperación que son las conductas suicidas directas, ya no indirectas como son las adicciones.
Por otra parte, es evidente que el padecimiento de estas enfermedades o en realidad el ingreso en esa condición mental incide en la salud de manera completa y así las consecuencias psicosomáticas. Asimismo, se incrementa la vulnerabilidad y así a padecer más violencia, potenciando el circuito de abuso, sufrimiento y revictimización.
Algunas de las consecuencias psicológicas y psiquiátricas de la violencia contra las mujeres son:
- Depresión: este cuadro genera más allá del estado anímico, pérdida de interés, baja autoestima, culpa, desesperanza y pensamientos suicidas. Se considera que la probabilidad de sufrir cuadros depresivos en comparación con las mujeres que no han sufrido violencia, es el doble en violencia de pareja y el triple en aquellas víctimas de violencia sexual. Los cuadros distímicos crónicos no solo afectan la salud mental, sino la física, pero esencialmente las diferentes áreas de la proyección existencial, trabajo, estudios, proyectos vitales etc.
- Ansiedad: sin bien es una respuesta inicialmente adaptativa, luego se transforma en la persistencia de la alerta del miedo que se expresa bajo diversas formas de trastornos de ansiedad. Al igual que la depresión u otros cuadros la correlación violencia y ansiedad es directa y así las mujeres que son víctimas de alguna de las formas de la mismas están representadas de mayor manera en las estadísticas de estos cuadros. El trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno de pánico, el trastorno de ansiedad social y las fobias son frecuentes y casi inevitables.
- El consumo de psicofármacos autoadministrados también se incrementa, al mismo tiempo que el acceso a la atención en salud mental se dificulta. Al igual que en otros cuadros los victimarios usan inclusive la eventualidad de ese tratamiento, para culpabilizar aún más a la víctima, en base al estigma que existe en la sociedad respecto a la atención psiquiátrica y actúa como un fenómeno de culpabilización tanto externa como propia. La “enferma mental” es así responsable de su victimización y no a la inversa, y en muchos casos la víctima lo cree. Estas consideraciones ligadas a la vergüenza y la culpa son aplicables también a otros cuadros.
- Trastorno de estrés postraumático (TEPT): es un trastorno que puede desarrollarse después de la exposición a un evento traumático, como la violencia. Se manifiesta mediante cuatro síntomas principales: revivir el trauma a través de recuerdos intrusivos, pesadillas o flashbacks; conductas evitativas; alteraciones cognitivas y anímicas, como culpa, vergüenza, desapego o creencias distorsionadas, y por último el incremento de la alerta con hiperactivación, hipervigilancia, irritabilidad, insomnio o respuesta autonómicas aumentadas.
- Abuso de sustancias: aparece al igual que el de psicofármacos como intento de escape y al mismo tiempo como equivalente depresivo y autolesivo. Lo que nos lleva a las conductas suicidas.
- Conductas suicidas: tienen su origen en la huida del ítem anterior y a su vez al incremento de otras patologías psiquiátricas comórbidas fruto del cuadro, como el TEPT. En este contexto se comprueban conductas de riesgo que en algunos casos no son comprendidas en el contexto que ocurren y se adjudican a la personalidad de base.
- Psicosis: Por último, no es ajena a esta situación, la probabilidad de desarrollar cuadros psicóticos, sea en relación a alguno de los factores anteriores, como el abuso de sustancias, o el trauma, o la incidencia sobre factores de base que se ven sometidos a una presión psíquica que generan la ruptura psicótica. Al igual que los otros cuadros, las mujeres bajo condiciones de violencia tienen mayores probabilidades de desarrollar un cuadro psicótico. Las formas de la violencia también inciden en cuanto a la diferente probabilidad de generar esa disociación traumática, que de incrementarse puede llevar a la psicosis.
La violencia es un tema de salud pública y se manifiesta de múltiples maneras. Aquella dirigida contra las mujeres no escapa a esto y tiene algunas características diferenciales que le dan una especial importancia. Al igual que otros temas en salud la prevención primaria, la detección temprana de indicadores de violencia contra las mujeres en sus diferentes y múltiples formas, requiere no solo la concientización, sino la capacitación específica y las herramientas y recursos necesarios para enfrentar este fenómeno creciente.
El abordar la matriz cultural que subyace en la violencia es de suma importancia, ya que es esta una forma de prevención secundaria. El papel de los diversos actores, como los gobiernos, la sociedad civil, los medios de comunicación, la educación, la justicia y la seguridad es esencial, así como el manejo coordinado de estos recursos.
Por último, quizás sea importante recordar que no estamos hablando solo de las víctimas primarias en apariencia, sino que otra inevitable consecuencia frecuentemente invisibilizada que son los niños, no solo inmersos en la misma violencia sino la secuelar a aquella que sufre su madre.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista