Uno de los problemas que enfrentan las parejas es encontrar el momento para hablar de temas profundos, íntimos. Muchos vínculos terminan por la falta de comunicación, por no decir lo que cada uno siente.
Los gestos que expresan bronca, poca tolerancia y la reacción por mínimos problemas, que se asumen como causa, pasan a ocupar el lugar del diálogo sincero. Y así como aparecen mecanismos de adaptación al conflicto, también la sexualidad se ve comprometida, ya sea como uno de los factores causales o como consecuencia de las crisis.
Si no se habla se actúa
La sexualidad es la expresión humana que más se ve influida por las normativas sociales, culturales, religiosas, entre otras, es por eso que convertirlo en lenguaje o comunicación suele ser motivo de inhibición, ocultamiento o postergación esperando, quizá, tiempos mejores. Sin embargo, lo que no se habla se actúa. Es decir que pasa a la acción: bajo deseo sexual, problemas en la erección, en la lubricación, en el orgasmo, por nombrar algunos.
Una vez descartadas las causas orgánicas, la mayoría de los problemas sexuales surgen de incompatibilidades vinculares que no se traducen en la falta comunicación. La aparición de creencias, de suposiciones o conjeturas, reemplazan al diálogo.
Uno se habla a sí mismo: “Ya no le atraigo”, “no me busca como antes”, “está indiferente”, “siento que lo hace para sacarse el tema de encima”, “debe estar estresada, por eso me rechaza”, “espero a ver si cambia”... Estas y otras tantas frases dan cuenta de cómo los pensamientos intrusivos hacen presa a la persona que decide no encarar el tema frente a frente.
Entiendo que en los tiempos que vivimos se hace difícil encontrar esos espacios de intimidad, no obstante, cuando uno se lo propone con responsabilidad, cuando se tiene conciencia de que ya no es posible escaparse más, el momento surge. La prevención del conflicto debería ser la regla, la postergación lleva a la eclosión de la crisis.
Pautas a tener en cuenta para una comunicación sincera
1) Claridad en lo que se desea comunicar: el tema a plantear debe ser el resultado de la exploración interna, de aquello que deseamos que el otro sepa. Así como autoexploramos nuestro cuerpo para decir lo que nos gusta, también podemos recurrir a las necesidades afectivas, al compromiso, a la expresión de deseos o hacía dónde me gustaría que transiten los proyectos.
2) Comunicar, escuchar, sin juzgar: la finalidad del encuentro es “decir lo que nos pasa”, no es juzgar, reprochar, acusar. Centrarme en la falta del otro no permite abrir la comunicación, al contrario, la impide.
3) Buscar juntos el espacio y el momento más adecuado: siempre será posible el encuentro, no hay excusa. Ampararse en el trabajo, los hijos, las complicaciones de la vida cotidiana, entre otros, son meras defensas para no encarar el tema. Con solo dejar un instante los teléfonos a un costado y mirar al otro, la posibilidad de hablar se hace realidad.
4) Escuchar activamente: estar frente al otro y escuchar con atención, sin interpretar, sin juzgar, sin defenderse de lo que otro plantea, es el paso esencial para seguir adelante. Si puedo centrarme en el relato de la pareja, en mirar a los ojos, sin intervenir, sin estar buscando la respuesta a lo que se dice, la comunicación se convierte en un hecho real, en un “aquí y ahora”.
5) La sexualidad es dinámica: así como la sexualidad se ve influida por múltiples factores, también es la expresión humana que más se adapta a lo conocido. Innovar, provocar cambios, suele ser motivo de conjeturas: “¿le gustará?”, “no quiero que sienta vergüenza”, “no quiero que piense que estoy insatisfecha”, por citar algunos pensamientos. Dejar de lado las creencias y las conjeturas permite un acercamiento real, sin la interposición de pensamientos innecesarios.
*Walter Ghedin, (MN 74.794), es médico psiquiatra y sexólogo