Para 2050 se espera que la población mundial supere los 9.000 millones, lo que equivale a 1.000 millones más de personas en nuestro planeta, a quienes garantizar su derecho a una alimentación saludable de manera equitativa y sostenible.
El agua cubre el 71% de la superficie terrestre. Siendo tan azul como es nuestro planeta, sólo 2,5% del total es agua dulce, apta para beber, para la agricultura y para la mayoría de los usos industriales. ¿Por qué detenernos en el agua? Porque este año, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) hace foco en este recurso, definitivamente un nutriente esencial para el crecimiento de todas las formas de vida, las que integradas en complejos ecosistemas conforman la cadena alimentaria.
En la actualidad, el agua dulce está disminuyendo a un ritmo acelerado: su disponibilidad bajó un 20% desde comienzos del siglo XXI. Según un informe de FAO, “la disponibilidad y la calidad del agua se están deteriorando rápidamente debido a decenios de uso y gestión deficientes, sobreexplotación de aguas subterráneas, contaminación y cambio climático. Corremos el riesgo de sobrecargar este recurso preciado hasta un punto de no retorno”.
El rápido crecimiento de la población, la urbanización, el desarrollo económico y el cambio climático están poniendo los recursos hídricos del planeta bajo un estrés cada vez mayor.
Dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, establecidos por Naciones Unidas para 2030, se encuentra en 6to lugar el acceso al agua potable, el saneamiento y los recursos hídricos inocuos. Para ilustrar la escala de uno de estos desafíos, FAO menciona que más del 80% de las aguas residuales del mundo se liberan al medio ambiente sin tratar.
De acuerdo con datos del Censo Nacional de Población y Vivienda 2022, elaborado por el INDEC, el 14,6% de los hogares de Argentina no tiene conexión de agua a la red pública, acercándose esa proporción al 25% en algunas provincias del norte del país.
El agua es la base de nuestra alimentación. El 95% de nuestros alimentos se producen en la tierra, representando la agricultura el 72% de las extracciones mundiales de agua dulce.
Como todos los recursos naturales, el agua dulce es finita. Los alimentos que comemos y su forma de producción afectan la disponibilidad de agua. Podemos marcar la diferencia consumiendo alimentos locales, de temporada y frescos, y evitando desperdiciarlos. Anualmente se tiran en el mundo aproximadamente 1.000 millones de toneladas de alimentos, junto con el agua necesaria para producirlos.
Una mención especial merece la protección de los sistemas alimentarios acuáticos. Su biodiversidad los convierte en una fuente única e imprescindible de nutrición y seguridad alimentaria. Los alimentos acuáticos son ricos en nutrientes esenciales como los ácidos grasos omega-3, las vitaminas y los minerales, particularidades que los erige en un recurso valioso para la prevención de malnutrición en todas sus formas.
Entre los principales desafíos que enfrenta el mundo hoy en relación al agua se encuentran: su escasez, la contaminación y la distribución desigual de los recursos hídricos. Todos ellos atribuidos a la acción o inacción de los seres humanos.
En 2002, Arjen Hoekstra creó el concepto de “huella hídrica”, indicador que integra la familia de huellas que nos ayudan a entender cómo nuestras elecciones de consumo y la forma de producción de bienes y servicios afectan los recursos naturales.
Sólo por mencionar un ejemplo, mientras la huella hídrica de 1 kg de carne vacuna es de 15.415 litros de agua (112 litros por gramo de proteína), la de 1 kg de pollo es de 4.315 litros (34 litros por gramo de proteína).
En el año 2020, la FAO junto a la Organización Mundial de la Salud publicó un documento sobre dietas saludables sostenibles. Allí se establecen patrones alimentarios que promueven todas las dimensiones de la salud y el bienestar de las personas; tienen una baja presión e impacto ambiental a la vez que resultan accesibles, seguros y culturalmente aceptables. Por nuestra salud y la del planeta, conviene tener en cuenta esos principios.
El afán de trascendencia es un rasgo que caracteriza a los seres humanos. Cada uno de acuerdo con nuestros talentos buscamos trascender; dejar huella.
En términos de ecología, rige el principio de “menos es más”. Cuanto más pequeña sea nuestra huella, más contribuimos a la calidad de vida de las generaciones presentes y futuras.
*Doctora en Medicina. Consejera y Profesora de la carrera de Nutrición de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.