Muchos crecimos viendo películas en las que el héroe de acción caía de lugares imposibles, recibía y propinaba castigos que en la vida real ocasionarían secuelas. Por ejemplo en el caso de “Duro de matar”, el actor Bruce Willis entraba a su vehículo luego de haber atravesado ventanas, caminando descalzo sobre vidrio y con cortes en todo el cuerpo, y buscaba ávidamente un pequeño frasco amarillento del cual salían pastillas blancas de diferente forma según el episodio.
A cada escena violenta, el dolor que imaginábamos imposible de soportar era liberado con un gesto: arrojarse varias de estas pastillas a su boca y tragarlas. A partir de ese momento se producía una especie de “reseteo” y el personaje podía volver a la acción, cuando en la vida real estaría seguramente muerto.
La necesidad de esas pastillas se hacía más evidente a medida que la trama aumentaba de tensión y peligrosidad. El inconveniente venía en alguna escena cuando no las tenía. En algunos momentos, el personaje mostraba la incapacidad de afrontar esa situación sin esos comprimidos o, inclusive, se evidenciaba su desesperación cuando le faltaban.
Lo que era evidente para quienes supieran algo de medicina era que, más allá de la ficción, se estaba mostrando y, de alguna manera, alimentando y romantizando una adicción en la cual el estoicismo de soportar el dolor era ayudado por una droga para suprimirlo, los “pain killers” (NdeR: analgésicos en español). La virtud estoica y, por qué no, noble, justiciera y patriótica era sostenida por un compuesto que permitía anular el dolor a nivel central y cerebral. Los fines superiores justifican ciertos sacrificios; ese es el mensaje.
La vorágine de la escena impedía que el público general viera la realidad que allí se evidenciaba de manera bastante clara, por momentos casi clínica. Se trataba de cuadros adictivos severos ligados al uso de opiáceos. Las películas llegan a todo el mundo, así como esta epidemia. De hecho, muestran que afectan a todas las clases sociales, incluyendo, y en particular lo vemos en causas forenses, a personal médico. Y en la ficción al inefable Dr. House, que calmaba con un opiáceo sus pesares de todo tipo.
En estos tiempos, el tema ha merecido nuevamente atención por parte del público general en base a algunas series-documentales, que han mostrado de manera elocuente diferentes elementos sobre la epidemia de los opiáceos.
Una de ellas, “Dopesick” (2021), y la más recientemente “Medicinal letal”, la cual pone énfasis en la historia de la familia que fundó un laboratorio que comercializaba “Oxycontin”, con la droga oxicodona. En Infobae se trató sobre ellas en la nota “La crisis de los opioides que sacudió a Estados Unidos en una nueva miniserie de Netflix”. Mientras que una tercera, “El Farmacéutico”, que nos cuenta la historia personal de un profesional de esta área cuyo hijo muere en circunstancias ligadas a la misma situación.
La diferencia en particular entre nuestro medio y otros países, como Estados Unidos, es la facilidad de acceso y ligereza con la que se prescribe la droga. Así tal como muestran los documentales, en ese país se fomentó su uso para cualquier condición y edad, y fue eso lo que llevó a uno de los laboratorios a un juicio millonario. Mientras que en nuestra nación se encuentra más limitada y controlada su utilización. Sin embargo, el uso de analgésicos, ya no de la misma familia, es cada vez más frecuente inclusive en su venta libre con publicidad en medios de difusión masiva. Esto, a su vez, representa el peligro de las poliadicciones.
A veces se cree erróneamente que el que pasa de usar a abusar y, finalmente, a una adicción, es necesariamente alguien que posee una personalidad propensa, pero en el terreno del uso indiscriminado de analgésicos comunes o ansiolíticos, vemos que ha pasado a ser un problema de salud pública y no de una pequeña subpoblación.
Otro inconveniente en este análisis es imaginar que la legislación y la necesidad de recetas especiales será barrera suficiente en un país donde el acceso no se limita al ámbito oficial y médico, sino que al igual que otras sustancias, existe un enorme mercado no controlado. Por otro lado, la actual y todavía no bien clara reglamentación respecto a las recetas electrónicas lleva a casos en los que, por grupos en redes sociales y con recetas falsas, se obtienen opiáceos.
Quizá (con un gran interrogante) la combinación hidrocodona/paracetamol, el famoso Vicodin en Estados Unidos, o la mencionada oxicodona no sean tan frecuentes en otras naciones, pero otro opiáceo, el fentanilo, empieza a ser un real problema.
Hemos mencionado los casos de fentanilo y sus terribles consecuencias en diversas notas en Infobae, por ejemplo: “Fentanilo: la droga sintética que provoca miles de muertes en EEUU y alerta a las autoridades argentina”. Y como vimos en este y otros artículos, el problema es no solo su uso médico oficial (o aún no oficial), sino su uso mal llamado “recreativo” o en caso de francas adicciones.
Todos los opiáceos, vale aclararlo, son compuestos que actúan al nivel del sistema nervioso central y de allí sus efectos analgésicos. Los cuales, sumados a todos los otros que se buscan, generan, en consecuencia, los cuadros adictivos. La crisis de opioides no se limita a un solo país o región. Es un problema global que afecta a personas de todas las edades, razas y grupos socioeconómicos. En 2020, se estima que 11,8 millones de personas en todo el mundo sufrieron de trastorno por uso de esta sustancia.
Cuándo empezó la crisis
El consumo de morfina y drogas emparentadas viene desde la antigüedad. Sin embargo, la crisis como tal se inició en la década de 1990, cuando las empresas farmacéuticas comenzaron a comercializar agresivamente estos medicamentos a médicos y pacientes. En esa estrategia de marketing aseguraron algo irreal y es lo que se muestra en las series: que los opioides eran seguros y eficaces para el tratamiento del dolor crónico. Aunque sin evidencia científica fundamentada, elevaron a rango de valor ético-moral a la eliminación de ese dolor por encima de cualquier otra circunstancia.
Prescribir y consumir opiáceos ya carecía del estigma social-moral y, por el contrario, era lo correcto. Es así que los médicos comenzaron a prescribir en función de esas consignas y, por ejemplo, entre 1999 y 2017, la cantidad de opioides recetados en los Estados Unidos se cuadruplicó. Inevitablemente, los efectos tanto del consumo como la abstinencia se hicieron notar. Esto llevó a un aumento considerable en el número de personas que se volvieron adictas a estas drogas.
En los últimos años, la crisis ha empeorado. En 2017, hubo más de 70.000 muertes por sobredosis de drogas en los Estados Unidos, y más de la mitad de ellas involucraron opioides.
En ese país la crisis de los opioides ha ocasionado una serie de consecuencias sociales: un aumento de la delincuencia, la falta de vivienda, la pobreza, y en particular un incremento de muertes por drogas. A su vez entre los costos sociales están los de atención médica y de productividad perdida.
Aparte de Estados Unidos hay otros países en los cuales la crisis se ha manifestado y expresado como problema de salud pública como, por ejemplo, Canadá, Australia, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, España, Rusia, China, e India, entre otros.
Los efectos del consumo de oxicodona
Al ser un opioide sintético es más potente que la morfina y más propensa a causar adicción. Recetada para tratar el dolor, la oxicodona lo hace al unirse a los receptores opioides en el sistema nervioso central, lo que reduce la percepción del mismo. Los efectos, entonces, son:
- Sensación de euforia.
- Somnolencia lo que puede afectar el juicio y la coordinación; provocar caídas o accidentes (como los automovilísticos).
- Náuseas y vómitos.
- Confusión: esto puede dar lugar a comportamientos de riesgo o tomar más de la dosis prescripta.
- Adicción: las personas que las toman durante mucho tiempo pueden desarrollar una dependencia física a la droga, lo que significa que necesitan tomarla para evitar los síntomas de abstinencia.
- Depresión respiratoria: especialmente peligrosa en personas con problemas pulmonares.
- Sobredosis: es una emergencia médica grave que puede provocar coma y muerte.
A su vez, los efectos de la abstinencia son similares a los evidenciados en otros opioides, pero más severos y pueden comenzar - como veíamos en las películas de acción o en los documentales - a las pocas (12-24) horas de la última dosis y durar entre 7 y 15 días. Los síntomas comunes incluyen: malestar, sudoración, picazón, temblores, inquietud, dificultad para dormir, náuseas y vómitos, diarrea y depresión respiratoria. En casos severos, la abstinencia de opioides puede provocar convulsiones, delirio y coma.
Hay una serie de factores que han contribuido a la crisis de opioides, entre ellos:
- La sobreprescripción de opioides por parte de los médicos.
- La disponibilidad de opioides ilícitos, como la heroína y el fentanilo. Esto se debe a la globalización del mercado de drogas y, aparentemente, algunos reportan al aumento de la producción de fentanilo en China.
- El estigma asociado a la adicción, que puede dificultar que las personas busquen ayuda.
- La falta de acceso al tratamiento. El tratamiento para la adicción es costoso y difícil de encontrar. Esto puede ser un obstáculo para las personas que buscan ayuda.
En los países en los que esto es considerado un problema de salud pública, ya adquieren características, como mencionamos por ejemplo con la droga “zombie”, de carácter ejecutivo por orden directa presidencial. En nuestro ámbito regional todavía estamos a tiempo de no desconocer el problema toda vez que entendemos a la problemática de las adicciones como un tema multifactorial, con características regionales pero global y no podemos imaginar que por alguna razón podríamos estar excluidos del mismo.
Qué estrategias tomar
- Reducir la cantidad de analgésicos que se prescriben y en especial opioides
- Educar a los médicos y pacientes sobre los riesgos de la adicción a los analgésicos y opioides en particular
- Tener en cuenta seriamente como posibilidad concreta el riesgo de desarrollo de adicciones
- Crear estructuras y capacitación acorde para el tratamiento de este tipo de adicciones
- Abordar las causas subyacentes del dolor, como las enfermedades crónicas y las lesiones
En el fondo existe también una reconceptualización de qué son las emociones y cuál es la relación con el cuerpo. Es muy factible que el malestar psíquico se traslade a manifestaciones dolorosas como única posibilidad de expresión y poder comprender al ser en su totalidad, y no decapitar el síntoma dolor con algo que “lo mate”, puede evitar que esa persona efectivamente se mate.
Ese puede ser el valor de escuchar y dar respuesta a esta crisis como individuos, profesionales y como sociedad.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster (MN 63406) se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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