Existe una expresión popular que reza: “Es peor el remedio, que la enfermedad” y quizás es casualmente, en cuanto a la información en salud que recibimos diariamente, donde pueda ser aplicada.
La Torre de Babel de lo que genera en la salud y la ansiedad el tema de la preocupación por la salud y, más aún por la enfermedades, es clásico y hasta es parte de la literatura universal. Habitualmente, Argán el “Enfermo imaginario”, de Molière (J.B. Poquelin), es tomado como el personaje emblemático que, atormentado por sus padeceres imaginarios, era estafado en la vida real.
A modo anecdótico, recordemos que Molière muere en momentos de una de las presentaciones de su obra, luego de una vida de largos padecimientos en parte reales y en parte imaginarios. Su relación con los médicos y con las dolencias sería siempre complicado. Siempre apelamos a sus personajes, y a él cuando hablamos de ansiedad por la salud e hipocondría, entre otros.
Vivimos una época en la que, de alguna manera, la salud ha pasado a ser un tema al cual afortunadamente le estamos concediendo importancia, que nos ocupa, que entendemos que debemos ocuparnos y no relegar. Queremos saber de qué se trata, ya no solo ser actores secundarios de nuestra salud y recibir pasivamente indicaciones.
Sin embargo, por momentos, este afán adquiere características que pueden empezar a ser preocupantes. La cantidad de información referida a temas de salud de la que disponemos es, en la actualidad, prácticamente infinita. Al igual que, en particular, en cuanto a nuestra capacidad de poder clasificarla, procesarla adecuadamente o darle algún sentido que la transforme en útil y positiva.
Dietas, regímenes de todo tipo no solo nutricionales, sino rutinas de vida, de ejercicio, de luz solar, formas de mejorar tal o cual aspecto de nuestra salud, entrenamientos, o maneras de prolongar la vida, ocupan más y más espacio en los medios de información. Otro aspecto significativo de los tiempos actuales, sin duda con la postpandemia como telón de fondo, es que la cantidad y variedad de este material fácilmente disponible ha crecido exponencialmente, ya no solo por los medios habituales y formales de información (canales, sitios online de medios contrastados, radios, entre otros), sino que procede de una enorme cantidad de fuentes, que superan a la de los que llamábamos tradicionalmente medios masivos de información.
Hoy, todo aquel que considera que está en condiciones de exponer su punto de vista, y ser, por las razones que considere, conocedor de un tema en salud, dispone de múltiples vías a través de las más variadas formas que da internet para expresarse.
Así, en la práctica es muy frecuente que alguien en la consulta refiera una información que vio, algo “que le pasaron” en un video de alguna red, o un TikTok, desde ya sin conocer el origen o la validez cierta de esa fuente. Está en la red, ya es semiplena prueba.
El problema tiene dos aristas principales, una es que en muchos casos esa cantidad supera la capacidad de adaptarse a ella, sumada a esto que la diversidad es contradictoria. La otra arista es que la información que emiten los autoproclamados expertos, en muchos casos no solo es simplemente falsa sino que muchas veces es peligrosa. Eso sí, será dicha con total autoridad, aun sin título profesional y/o especialidad y experiencia que avale sus dichos.
Es lo mismo un especialista médico en nutrición que un supuesto personal trainer que nos habla de la resistencia a la insulina. De allí quizás un primer “Take Away” de esta nota: no hay que cuidar solo la posibilidad de filtrado sino la procedencia y fuentes de información en temas de salud: cuidado con la fuente.
El otro problema es que esa saludable ocupación pasa a veces al terreno de la preocupación a, por qué no, la obsesión cuando la búsqueda es de forma exagerada y desmedida. Es decir, perseguir una idea distorsionada de la salud puede llegar a ser en sí mismo una patología.
Un ejemplo es la información respecto a la alimentación en la cual a veces ya no quedan alimentos que no deban ser “observados”. Controlar la procedencia específica de un nutriente quizás sea saludable para nuestro cuerpo, pero limitarse solo a ellos y tener conductas alimentarias restrictivas, ya no es tan sano para nuestro psiquismo y puede constituir un trastorno alimentario, ligado a veces a la hipocondría.
Hipocondría 2.0
En la interminable búsqueda personal de Molière y la de sus personajes se encuentran en la actualidad muchas personas, solo que todo es potenciado por lo que llamamos genéricamente el Dr. Google, es decir todas las vías de acceso a la seudo-información en salud. Es por eso que hoy los cuadros de este tipo son bastante más complicados de abordar que en épocas de menor acceso a la información.
A la clásica hipocondría o “ansiedad referida a la salud”, según sea la clasificación que le dé el DSM o las diferentes formas de clasificación, hay que agregar los autodiagnósticos que se hacen inclusive hoy con sistemas de inteligencia artificial, como Google Lens, o usando los ahora habituales GPT-3 y 4. Quizás una forma de ver la poli y automedicación, en particular de psicofármacos, debiera ser considerarlas como una forma actual de la “vieja” hipocondría.
La multiplicidad de manifestaciones de este espectro sintomático tiene algo en común y es que la preocupación por la salud y por la enfermedad o, en realidad, por la certeza de alguna de ambas, adquiere características que impiden a la persona estar en paz y ocuparse de otros aspectos de su vida, ya que este aparece sobredimensionado en su psiquismo.
Quizás la hipocondría sea uno de los cuadros en donde podemos ver más claramente cómo las variables culturales y sociales influyen en nuestro bienestar o malestar. Tenemos los medios, y la posibilidad de información, pero más no siempre es mejor.
Un paso es entender que no hay verdades absolutas que calmen de manera definitiva nuestra ansiedad. Otro es confiar en los profesionales serios, siendo pacientes que no desesperen ante la necesidad de poseer toda la información nosotros mismos.
Todo esto, quizá, sea avanzar hacia cierto grado de bienestar y de tranquilidad que, en definitiva, de eso se trata.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster (MN 63406) se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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