Hace unas semanas leíamos en infobae sobre los últimos avances en el tratamiento del cáncer y uno de los elementos considerados allí, aparte de las nuevas terapéuticas y la desestigmatización de esta línea patológica, fue el del acompañamiento del paciente.
¿Qué pasa en la mente de una persona cuando es diagnosticada con alguna forma de cáncer?
Las palabras, como los pensamientos, tienen un impacto extraordinario. Así como de alguna manera somos lo que pensamos, también construimos esos pensamientos con palabras que decimos, a veces calladamente, otras en voz alta, como forma de expresarlos hacia nosotros mismos o a otros. Esas palabras, según la connotación emocional, dejan diferentes huellas de mayor o menor impacto. De allí que el uso de las palabras tanto hacia nosotros, pero en particular las que dirigimos hacia los otros deben ser tan cuidadosamente sopesadas.
En la práctica médica eso es de fundamental importancia por la decodificación particular que le dará el receptor, sin duda con otra resonancia y distancia afectiva que la del emisor profesional. La palabra expresada puede quedar en un imaginario, que genera temor en el paciente y/o el familiar y en caso de equívocos provocar un efecto que en medicina no dudamos en llamar iatrogénico, es decir, etimológicamente, aquello que genera daño.
Algunas palabras en particular, tienen un peso que las estigmatiza, que las rodea de temor. En salud mental esto es particularmente importante. Pero hay una que de alguna manera nadie espera y es la palabra cáncer.
No solo la certeza del diagnóstico, sino la sospecha del mismo, nos sumerge en un territorio intangible con límites no racionales y aún menos precisos, de intenso desarraigo emocional y existencial, que incluye pero va más allá de la ciencia y el arte de curar, y es el de la comunión con el otro.
La literatura es extensa no solo en cuanto a la mejor o peor respuesta al tratamiento en función de las variables psicológicas sino a la evolución de la patología específica en sí, de hecho la elección o la modificación en la modalidad del tratamiento específico (radiante, quimioterapéutico, quirúrgico etc.) a veces está regulada por el estado mental del paciente.
La psicooncología, quizás otra palabra que denota la visión dualista de un solo ser, pero es la que por el momento tenemos (al igual que psicosomática), es un campo multidisciplinario que aborda los aspectos emocionales, psicológicos y más particularmente existenciales y espirituales del paciente con cáncer. Quizás más que otra patología, es aquella donde la base de la existencia del planteo filosófico se explica y justifica, ya que es el territorio donde las preguntas sobre la existencia, la vida y en particular la muerte, se instalan de manera directa, vivencial.
Las áreas que aborda el acompañamiento profesional y humano son diversas. Una de ellas es mejorar la calidad de vida del paciente cualquiera sea el estadio y pronóstico. Manejando las necesidades y las respuestas psicológicas y emocionales, le permite afrontar la situación en un estado que lo coloca en mejores condiciones de tomar las diferentes decisiones y/o aceptar las respuestas a las que deberá hacer frente.
Así también, el manejo de los diferentes síntomas, del dolor en particular, han demostrado una excelente sinergia con el tratamiento específico. En este contexto, los enfoques de aceptación y compromiso dentro del espectro de los abordajes cognitivo comportamentales, suelen dar buenos resultados.
La psicoeducación, la información que permite entender o aceptar el dolor y los miedos, sin negarlos o banalizarlos, cosa que suele ser contraproducente, pero permitiendo tomar una distancia saludable, ayuda también a que la tarea del equipo tratante sea más eficaz.
Un aspecto no menor es el sostén del núcleo más cercano, de la familia ante los miedos y fantasías que pueden y suelen hostigar. Ayudar al mantenimiento de estructuras de soporte interpersonales, familiares, permite que el paciente sepa que aun en ese trance no está solo.
El colaborar en encontrar mecanismos de afrontamiento válidos, que acepten la realidad del cuadro y situación específica, permite que los cuidadores sean cuidados y así estar en mejores condiciones de hacer frente a la situación traumática.
Por otro lado, algo a veces no tomado en cuenta en quienes aún continúan el tratamiento pero ya habiendo sido exitoso, es el trabajar la conducta del sobreviviente. En estos casos el paciente puede haber realizado una forma de duelo que le impide retomar la vida, toda vez que esa persona imaginó o anticipó los peores pronósticos y, al escenario que no está preparado, no es el temido y fantaseado en muchos casos, es el de retomar su vida normal.
La detección temprana y los tratamientos para las diversas formas de cáncer han avanzado y así modificado lo que antes era un pronóstico ominoso, con una connotación muy sombría. La palabra sigue cargada, sin embargo, de una fuerte carga emocional. Es en este terreno donde el considerar a los aspectos emocionales, psicológicos, espirituales en estas patologías adquiere un valor significativo y hoy juega un rol a la par del tratamiento específico.
Las implicancias concretas de la correlación entre sistemas inmunitario, endocrino y la respuesta tumoral son solo el nexo observable de algo mucho más amplio, entre áreas que se consideraban separadas. Quizás sea una de las áreas donde el ver que somos un solo ser sea más evidente y que ningún aspecto puede o debe ser descuidado.
El camino puede ser muchas veces tortuoso y descorazonador, pero la ciencia hoy está cambiando el paradigma. Los abordajes que acompañan al paciente en este trance, ayudan a que la mente y las emociones se adapten a ese cambio de expectativas.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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