¿Qué pensaría si le contáramos que el origen de la depresión no es una de las teorías consideradas indiscutible? Desde hace al menos tres décadas la idea de la falta de un neurotransmisor fue instalada como explicación suficiente para la causa de la depresión y, en consecuencia, para la respuesta terapéutica a ella.
De hecho, frecuentemente, se repetía: “La depresión no es más que un desbalance químico”. Si bien existen varios neurotransmisores había uno en particular al cual se hacía referencia: la serotonina.
Recordé esto en un consulta reciente en la que, al iniciar la entrevista y la anamnesis para la historia clínica, una paciente situó como el inicio de sus problemas al hecho que “tenía baja la serotonina”. Esto le había sido informado y desde ese momento, 20 años atrás aproximadamente, estaba tomando un antidepresivo inhibidor de la recaptación de serotonina (IRSS-SSRI), es decir un fármaco que haría subir esa variable baja causante, según el postulado, de sus problemas. El inconveniente evidenciado en esta consulta, que se ha repetido en el curso de los años en su contenido, es que esa supuesta razón y causa de su malestar, había evitado toda una investigación en mayor profundidad.
Sin embargo, la teoría de un desbalance o la falta de un mediador, neurotransmisor, como causa de la depresión, está no solo cuestionada, sino abandonada, lo cual no significa que estos productos no sean sumamente útiles en la práctica clínica, sino la teoría o argumento en que se fundamentó especialmente la venta, es la que ya está superada.
La avalancha de información sugiriendo que la depresión es causada por un “desequilibrio químico” en el cerebro comenzó antes de la salida de los primeros IRSS-SSRI, del cual uno de ellos el Prozac se convirtió en una de esos éxitos comerciales marca=producto, como tantos otros emblemáticos a nivel nacional e internacional sinónimos del producto y la función que propugnaban (por ejemplo, Curita, Geniol, Coca-Cola etc).
También es cierto que responden a una modalidad de una época de asociar un efecto, un logro, a un producto y una marca. Ya en los años ´60 se hablaba de la teoría serotoninérgica de la depresión, pero no fue hasta finales de los ´80 y, principalmente a nivel comercial masivo, a inicios de los ´90, que aparecieron esos productos en el mercado.
En su momento, fueron asociaciones referentes en psiquiatría a nivel mundial que instalaron el concepto de que la base de la depresión eran las diferencias en ciertas sustancias químicas del cerebro, en particular en los niveles de serotonina. A partir de esa idea y, considerando el paradigma de la glucosa o los niveles de hormona tiroidea, en lugar de investigar los múltiples factores de un cuadro depresivo, bastaba con pedir dosajes de neurotransmisores.
El mismo mensaje fue repetido por miles de médicos en todo el mundo, en sus consultas, congresos y medios de comunicación y quedó instalado como verdad indiscutible. Hoy, como ya hemos mencionado en otras notas en Infobae, el consumo de estos productos llega en algunos países a superar cualquier estadística previa. A su vez se instaló, hasta en películas, el uso de uno de esos productos (autoadministrados), como respuesta inmediata a casi cualquier malestar, como podría ser una desavenencia amorosa.
Las investigaciones
Han existido varios informes, pero ya en el año 2005 un artículo de Lacasse y Leo (Serotonina y depresión: La desconexión entre la propaganda y la literatura científica), con una interesante revisión de los mismos autores diez años después, planteaba el conflicto entre la información provista por los laboratorios y la evidencia científica.
Varios estudios han dejado finalmente de lado esta teoría y hoy se considera superada, sin embargo, se sigue repitiendo en algunos ámbitos. Un estudio de revisión exhaustiva de la literatura existente, publicado en 2022, y que las autoras Joanna Moncrieff y Ruth Cooper, junto a otros colegas del University College de Londres, consideran el primero en su tipo, es concluyente en el mismo sentido.
En el estudio se revisaron diversos aspectos y escenarios de la relación depresión-IRSS. Uno de ellos, respecto al efecto en comparación con placebo (una píldora sin el principio químico); otro el efecto objetivo sobre la depresión y las emociones en general en la que refieren que parte del efecto estaría ligado a un estado de “adormecimiento de las emociones”.
Otro aspecto abordado en este estudio en paraguas, es decir que tomaba todos los aspectos que abordaron las publicaciones estudiadas bajo el mismo concepto, fue comparar los niveles de serotonina y sus metabolitos en sangre o líquido cefalorraquídeo (LCR) y no encontraron diferencias significativas entre las personas con depresión y las que no la padecen. Al mismo tiempo, evaluaron estudios en los que se había buscado disminuir artificialmente el nivel de serotonina y encontraron que aun en dos revisiones sistemáticas de 2006 y 2007, esto no inducía depresión en cientos de voluntarios sanos. Estos últimos dos hallazgos fueron concluyentes.
El interés de esto es que, en cuanto al tratamiento de la depresión, no ha habido quizás hasta ahora con los protocolos que mencionáramos hace unos días en mi artículo sobre la psilocibina y el MDMA, investigaciones que salieran del paradigma previo de manera fundamental buscando otras alternativas farmacológicas. Por otro lado, el incremento en el mundo de las personas que consumen estos fármacos ha aumentado a niveles preocupantes.
Todo esto, en lugar de reducir el estigma de la depresión, quizás lo ha aumentado al focalizar en lo biológico, al considerar que se trata casi exclusivamente de una patología fundamentada en un desbalance químico. De forma coincidente se expresaron Moncrieff y colaboradores en su trabajo.
Al mismo tiempo del uso autoadministrado se ven también, desde hace ya varios años, efectos negativos que en algunos casos han llevado a demandas legales y a ser prohibido su uso en población adolescente o con riesgo por la impulsividad.
La idea de abordar algo tan complejo e inherente a la existencia del individuo encasillándolo como un problema básicamente biológico/químico y, consecuentemente, a que la corrección de esa variable pueda llevar a su solución, ha conducido a una respuesta simple, fácil, pero errónea. Quizás allí esté también, aparte de varios otros factores, el incremento que tenemos hoy en el mundo de cuadros depresivos y de sobremedicación.
La conclusión es que debemos revisar, y esta es la recomendación que dan todas las autoridades a nivel mundial, las indicaciones y la pertinencia de este tipo de tratamientos, evaluar el éxito de cada una de las medidas que se estén llevando a cabo y, en definitiva, la implementación de sistemas de abordaje y tratamiento con un espectro mucho más amplio.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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