Quizás sea el momento de abandonar la idea de lo psicosomático como dos continentes unidos por un puente, para ver que no hay una escisión, sino un solo ser. El abordaje de todo tipo de enfermedades, tanto del cuerpo como de la mente, puede resultar mucho más simple cambiando este paradigma de otras épocas.
Las enfermedades mentales no son enfermedades a las que debe dárseles la importancia de las del cuerpo, sino que “son” enfermedades del cuerpo, si ese es el modelo conceptual (cuerpo/mente) que se aplica. Ese mismo ser en el que predomina lo tangible, el cuerpo, también comprende el funcionamiento neuropsíquico, ya sea normal o patológico.
La desmedicalización de las enfermedades mentales, no entender en qué momento una emoción como el miedo o la tristeza pasan a la característica de una enfermedad y, a la vez, cuándo una emoción debe ser abordada solo como tal, contribuyen no solo a aumentar el estigma, sino también a generar problemas fundamentales de la salud.
Muy habitualmente se dice “tuve” o tal persona “tuvo un pico de estrés” y continúa con la secuencia que todos aceptamos como lógica, o al menos posible: “Por eso lo tuvieron que internar para hacerle estudios, donde lo salvaron porque estaba por hacer un infarto”.
Se puede cambiar la parte final (la internación) o quizás la primera (el síntoma-alarma) del ejemplo, pero diversas expresiones del acervo popular refieren a una profunda convicción o conciencia de que lo psíquico lleva a lo somático y viceversa.
Sin embargo, ese conocimiento no se traslada en el sentido mente-cuerpo, y el estigma continúa, ya que no es habitual que una persona ante eso que “sabe” que le ocasionará un cuadro somático, o tiene el potencial de hacerlo, considere que esa enfermedad debe ser tratada con la misma seriedad o importancia que una estrictamente somática.
Cada vez tenemos más evidencia que elementos del orden de aquello que ubicamos en lo psicológico se acompañan, anteceden o siguen a los de orden somático. ¿Qué pasa si en lugar de intentar establecer una conexión, donde antes establecimos una separación (psicosomático), consideráramos un solo organismo, si se quiere un solo ser?
Es decir, ¿no sería más simple anular las dos divisiones opuestas, creadas, para lograr finalmente una afirmativa y así simplemente tener el dato concreto? En un simple ejercicio de lógica, o de retórica, negar una negación para establecer una afirmación no parece ser la vía más práctica o efectiva para hacerlo.
Sabemos que reaccionamos con modificaciones en diferentes estructuras y circuitos del sistema nervioso ante la amenaza psíquica, pero vamos viendo cómo eso mismo se comprueba hasta con modificaciones alimentarias o la ingesta de cierto tipo de alimentos.
La investigación sobre la relación corazón-cerebro ya resulta admitida y casi obvia. Sin embargo, muchas arritmias reciben un abordaje exclusivamente con antiarrítmicos y eventualmente una recomendación periférica y accesoria: “Le convendría que tomara un poquito de …” y el nombre del fármaco. Pero el tema, lo que emerge, no es abordado como uno solo. Recién después de cierta “resistencia” en cuanto a la respuesta al tratamiento, que en algunos casos en este ejemplo pasan a lo quirúrgico, se comienza a indagar la esfera “separada” de lo psíquico.
Sin embargo, todos los que tratamos cuadros de trauma psíquico, por ejemplo, vemos una relación con arritmias, así como la literatura desde hace algunos años, o actual, con un trabajo reciente entre fibrilación auricular y estrés postraumático (TEPT/PTSD).
En el caso de los cuadros de trauma, la correlación con cuadros somáticos es particularmente significativa, pero ¿qué pasa cuando la consulta se establece primero por la manifestación somática y no se incorpora como un todo el resto de la vida de la persona? Los cuadros de insomnio rápidamente medicados, sin indagar, son ejemplos cotidianos.
En el otro extremo de esta dicotomía está la tendencia a olvidar o considerar casi como un compartimiento estanco, es decir perfectamente separado, a la posibilidad de alteraciones clínicas, a menos que el paciente lo manifieste expresamente. Así, existen algunos cuadros y correlaciones ya clásicas, como hipotiroidismo o anemias y depresión. Y, en el caso que ya esté abordado porque lo ve un especialista clínico o del área específica, no se establece el tratamiento unificado en, obviamente, una sola persona. La necesidad de un abordaje médico en la anamnesis e inclusive en los estudios solicitados inicialmente, impone esa visión completa.
La propuesta no es en absoluto novedosa o innovadora, es la medicina clásica desde la antigüedad, en la cual los “males” del cuerpo y el espíritu, o la mente, eran un solo constructo cognitivo, un solo ser. Quizás en la antigüedad esto era favorecido por la ausencia de opciones terapéuticas, y en particular por la escasez de recursos farmacológicos que avanzaron de manera notable en el último siglo, que obligaba a buscar soluciones que tenían que ver con el individuo. Así, inevitablemente se buscaban asociaciones ligadas a su estado anímico, su historia, los acontecimientos que había vivido, entre otros aspectos.
Ese avance en los estudios de lo concreto, lo que podía ser medido y verificado, nos ha hecho pagar a veces el precio de mirar y sustentarse exageradamente en estos, llevando inclusive a la profundización del cisma, la grieta cuerpo mente.
Hoy es más extraño que un médico tenga siquiera el tiempo para hacer otra cosa que extender una serie de estudios, a veces demasiados. Y, en muchos casos, con gastos que han convertido a la salud en cada vez más costosa, con los inconvenientes en los sistemas de salud públicos y privados, en los médicos, y especialmente en los pacientes.
Así, donde antes se palpaba a un paciente para detectar el signo de Murphy en una posible infección apendicular, hoy la distancia con el profesional está dada en que se le solicita una tomografía sin haberlo palpado.
En definitiva, el fenómeno es coherente con lo que ocurre en todos los ámbitos en que la tecnología, o los avances en la misma, relegan el aspecto humano, cuando en realidad es la oportunidad de profundizarlo.
Esos avances hacen hoy factible abordar a una persona que manifiesta cansancio, o desánimo, como síntomas de algo que interesa a todo el ser y no compartimentarlo, en evaluarlo con los recursos que hacen a lo clínico tangible y, al mismo tiempo, lo que por el momento parece como intangible, pero también parte de ese mismo “cuerpo”: el malestar, el síntoma o quizás la enfermedad psíquica.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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