Muchas veces la historia de la humanidad aparece marcada en los libros por las batallas, especialmente de los ganadores, pero existe otra narrativa que es la relativa a elementos que han sido quizás menos llamativos, pero aun al día de hoy son constantes.
Así sucede con la historia de la producción artística o filosófica, o aspectos que parecen menores como, por ejemplo, la alimentación o la evolución en diferentes modos y costumbres.
En este contexto está la historia de las bebidas alcohólicas que forman parte de un patrón cultural repetido. En la antigüedad, aparentemente, la fermentación y otros métodos de producción de bebidas alcohólicas, permitían superar la inexistencia de agua potable debido a la falta de otros sistemas como, por ejemplo, aquellos que damos como obvios, en quienes contamos con ellos, como los cloacales. En este caso el alcohol, en sus diversas formas, era una forma de reposición de líquidos.
Al mismo tiempo, tenía un valor cultural y hasta religioso como, por ejemplo, en las fiestas de Baco-Dionisio, las famosas Bacanales. Lo real es que el alcohol y de la misma manera muchas drogas, fueron parte en la formación de las diversas culturas. La “sangre del Señor”, es decir, el vino de las celebraciones religiosas en el cristianismo pueden ser un ejemplo.
Esa integración en nuestra cultural y en muchos casos con un valor alimentario concreto en función de su contenido calórico, avaló un patrón cultural que evitó fuera considerado un tóxico. Sin embargo, existe una frase célebre en Enrique IV de Shakespeare que abre el tema que estamos abordando, al decir: “(El alcohol) provoca el deseo, pero impide la performance (el rendimiento)”.
Sus principales efectos
El alcoholismo y la sexualidad son dos temas que están estrechamente relacionados, ya que el consumo excesivo de alcohol puede tener un impacto significativo en la vida sexual y la fertilidad de una persona. Los consumos moderados tendrían un menor riesgo, aunque hay que evaluar qué se considera un consumo moderado, ya que el límite no parece ser una cantidad, sino que varía según los individuos.
Además de los problemas de salud física y mental asociados con el abuso de alcohol, también los ocasiona en la esfera sexual, frecuentemente olvidada o quizás negada. En realidad lo que incorporamos como una característica aceptable en lo cultural, puede llegar a ser una enfermedad crónica y progresiva.
Esa negación en parte obedece, al igual que la mayoría de las drogas, al efecto inicial buscado. La liberación de un neurotransmisor (GABA) con acción relajante y de dopamina, ligada al placer, están en la base de uno de los efectos inmediatos del consumo de alcohol que es la relajación, el aumento de la confianza, la disminución de frenos inhibitorios por acción sobre la corteza prefrontal, y una sensación de euforia al beber, lo que puede llevar a un mayor deseo sexual, que en la desinhibición deja en un segundo plano las consecuencias. Sin embargo, como decía Shakespeare a pesar de este impulso inicial, puede tener efectos negativos en el desempeño sexual y la satisfacción a mediano y largo plazo.
Esos efectos negativos pasan a ser problemas como, por ejemplo, uno de los más comunes que es la disfunción eréctil. Beber alcohol, por encima del límite, dificulta la capacidad de tener o mantener una erección. El alcohol interfiere a nivel central del sistema nervioso, vía el sistema nervioso autónomo, que interviene en el llenado de sangre de los cuerpos cavernosos, lo que dificulta la erección.
Desde hace cierto tiempo en la consulta se ve cada vez más a individuos jóvenes, en los cuales es menos esperable que presenten estas dificultades, pero que aparte de aspectos como el estrés, ansiedad o depresión (a diferenciar en el diagnóstico de las disfunciones sexuales), refieren un consumo social pero frecuente de alcohol.
Al mismo tiempo, el incremento del consumo de cerveza que, en razón de tener en sus formas tradicionales (lager) menos tenor alcohólico que los vinos se banaliza la ingesta, en un encuentro social habitual puede representar el consumo de más de un litro. Esto es bebiendo cervezas que dado las características de las del mercado ya no tienen niveles bajos de alcohol (4%), llegando a graduaciones de 6 a 9%.
Así, las famosas promociones 2x1 (dos pintas) significan entre 60 y 90 ml de alcohol, el equivalente aproximado a una botella de 700 cc de vino. Asimismo, en el mercado hay cervezas que por el procedimiento en su fabricación, pueden tener valores mucho más altos de alcohol.
Por otro lado, y esto es algo que llama la atención y preocupa en el mundo, se registran cada vez menores niveles de testosterona. En esto el alcohol tiene un rol fundamental y está demostrado por la literatura y la práctica desde hace décadas. La consecuencia de los bajos niveles de testosterona son varias, no solo en inmediato en la vida sexual en general con la disminución de la libido consecuente, sino también por ejemplo en el trofismo muscular (estado nutricional del músculo), y en la fertilidad.
Al mismo tiempo esa desconexión en el estado de conciencia, que genera por un lado la mayor confianza y más propensión al acercamiento para generar una propuesta sexual, también desconecta otros circuitos neuronales y así, por ejemplo, la posibilidad de alcanzar el orgasmo, adelantando (eyaculación precoz) o retrasando la eyaculación.
Mientras que en los hombres esa menor testosterona incide también en la menor producción de esperma (y de menor calidad) y, por ende, en la fertilidad, en la mujer el alcohol genera alteraciones en el ciclo ovulatorio y en general desequilibrios hormonales. En este contexto, se han referido la relación con síndromes metabólicos y diversas formas de diabetes. Las alteraciones en cuanto a la grasa corporal y aumento de peso, con menor masa magra son frecuentes.
Finalmente, sin considerar todos los efectos en cuanto al comportamiento, al psiquismo en general que inciden de manera clara en la vida sexual, el consumo de alcohol también aumenta, en función de la desinhibición y el incremento de conductas de riesgo, la posibilidad de contraer enfermedades infecciosas de transmisión sexual (ETS). Al reducir las inhibiciones, así como comprometer el juicio, y el aspecto recreacional tan instalado culturalmente, puede llevar a la toma de decisiones, como tener relaciones sexuales sin control y sin protección o cuidados adecuados.
¿Y si hablamos de la peor adicción?
Por otro lado, el alcoholismo como vía de ingreso a conductas toxicofílicas con sustancias de mayor riesgo es muy frecuente, y lo hemos planteado en “Las nuevas drogas de diseño: nombres diferentes para el mismo veneno”. Frecuentemente, vemos poliadicciones en las cuales el alcohol está indefectiblemente presente e incrementa la banalización del riesgo. Al mismo tiempo, en estas conductas el aspecto recreativo disminuye la alerta ante los riesgos que son descartados.
En conclusión, el alcoholismo tiene un impacto claro en la vida sexual tanto en lo inmediato, como en factores a largo plazo como los niveles de diversas hormonas y la capacidad de reproducir, a su vez los efectos puramente somáticos como, por ejemplo, en el sistema vascular, puede ser permanentes.
Es imprescindible abordar el tema del alcoholismo como lo que es, una adicción, una enfermedad con consecuencias en todo el organismo, además de las patologías psiquiátricas derivadas. Al mismo tiempo, debe ser considerado como la vía de ingreso en algunos casos de adicciones con sustancias aún más peligrosas.
El diagnóstico temprano, así sea en función de un factor emergente como son las dificultades sexuales, permite una estrategia muy favorable en particular en personas jóvenes.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster (MN 63406) se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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