En cada caso de muerte por consumo de drogas que es mediatizado, olvidando los inmediatamente precedentes o los cientos de anónimos, vemos múltiples opiniones, interpretaciones, e intentos de explicar lo que es evidente: un tóxico intoxica, envenena y eventualmente mata, si no, dejará consecuencias en general crónicas.
La situación en cuestión se podrá llamar fiesta privada, o referirse a un lugar u ocasión específica: Manderine Park, Time Warp, o Creamfields hace años, pero el resultado es el mismo.
Los nombres de las supuestas drogas responsables como factor causal son innumerables hoy: éxtasis, moncler, cocaína rosa, moncler verde, tusi, etc. que variarán dependiendo del nivel socioeconómico. Un informe considera que entran al mercado aproximadamente 500 nuevas drogas por año. El número sugiere lo inconmensurable e improbable de establecer una estadística. También es claro que los primeros serán en cuanto a lugares y nombres de las “drogas de uso recreativo”, falacia para disfrazar la realidad bajo la apariencia de hedonismo permitido y válido.
Los de otro nivel socioeconómico serán solamente el relato de una guardia en el conurbano y sin explicación ya que la historia es ignorada, ni llega a ser estadística, o quizás solo la crónica de un hecho policial donde la muerte también es la participante central.
Palabras, palabras, palabras
La multitud de nombres, en su inmenso e interminable follaje, oculta el tronco, que es el árbol de la muerte, el fruto envenenado, y tantas metáforas de las tradiciones y mitos milenarios, de hecho habituales usuarios de sustancias psicoactivas. Pero en la medida en que no se entienda que por detrás de la infinidad de palabras, nombres, definiciones e intentos de imaginar diferencias fundamentales está ese árbol, sus frutos seguirán matando a quienes los consumen.
Hace un tiempo publicábamos en Infobae “Tomá poquito”: el peligro de los mensajes parciales”, respecto a la difusión de un folleto que daba una serie de recomendaciones todas alrededor de la consigna de la teoría o estrategia de “reducción de daño”, porque detrás de frases como “tomá de buena calidad”, “controlá lo que te dan”, o “consumí de a poquito”, en realidad se avalaba el consumo, sin explicar en ningún momento algo tan simple como que la droga mata. Sorprendentemente, si detrás de la estrategia hay un fin altruista, en ninguna ocasión esto se establecía, alto y claro, como sí, por ejemplo, figura en los paquetes de cigarrillos.
La idea, como todas las ideas que permanecen en el campo de la narrativa teórica, no deja de tener sentido, y ahí reside el peligro, es coherente. Establece un mundo de dos demonios en los cuales situarse entre ellos parece lo acertado. Así, dado que hay consumos a los cuales no llamamos “adicciones mortales”, sino como siempre cambiamos las palabras para eludir la realidad, son “problemáticos” (efectivamente la muerte es un problema, pero bastante más), y frente a esta “realidad” no hay posibilidad alguna de reducción o de trabajarlo. La respuesta es aceptar que generarán perjuicios a la salud y buscar reducir ese perjuicio, ese daño, de allí “reducción de daño”.
En la vereda opuesta estaría en teoría una política represiva que considera al adicto, es decir una persona que padece una enfermedad pero no lo puede reconocer, un delincuente. Es obvio que frente a ese planteo plano, bidimensional y maniqueo con dos extremos opuestos no hay otra posibilidad que ser uno u otro.
Un negocio más
La realidad de las drogas de uso común hoy comienza por otro lado: hay que entender que más que un movimiento social en el mundo no es ni más ni menos que un fenómeno comercial, se trata de un negocio que moviliza fondos como la industria de armas o la farmacológica. En realidad de lo que hablamos es de víctimas colaterales de una industria inmensamente exitosa a nivel comercial mundial.
Esta industria de la droga moviliza de alguna manera la economía de grandes regiones del mundo. Al igual que un producto comercial, una moda, un fármaco, las campañas son internacionales y se abren mercado en base a nuevos productos. Estos llevan la misma estrategia de penetración comercial, de marketing, que la industria de alimentos como, por ejemplo, la láctea en la cual, cambiando ciertas características químicas, de presentación o solo de nombre, buscan nuevos mercados y consumidores. Sin embargo, todos sabemos que a pesar de todos esos cambios o agregados de nombre, se trata de algún derivado lácteo.
La palabra adicto viene de “addictus”, un esclavo, es decir un prisionero, también de “adicere”, aquel que adhiere al discurso del otro sin cuestionar, ambos conceptos que llevados al marketing se llaman fidelización.
En la industria de la droga, esa fidelización no es hacia (por el momento) una empresa o producto sino al consumo mismo. Para ello debe proveer de diferentes estímulos bajo nombres diferentes pero que aparten de la realidad, estoy incorporando a mi organismo un tóxico. Allí esta la primera falacia en la cual nombres y presentaciones atractivas intentan alejar de lo conocido e identificable como tóxico, por ejemplo, anfetaminas.
Así el “éxtasis” primero y luego la infinidad de nombres, pero derivados del mismo principio, alejan de la idea con lo cual se dificultaría la expansión en el mercado. En estos días en base a los casos recientes, hemos visto “Moncler verde”, “tusi”, “cocaína rosa”, “Superman”, etc. Los nombres son inagotables, de hecho al pensar en esta nota y buscar en otros casos previos la cantidad de nombres era de decenas y/o centenas, pero al final todas son lo mismo es decir drogas de origen sintético y derivadas o relacionadas en general con derivados anfetamínicos a los cuales se les hacen agregados para aumentar el poder alucinatorio, o excitatorio etc.
La negación de la adicción
Esa primera falacia de los nombres lleva a una segunda inevitable y es que al ser el nombre A diferente al B, esta última no será peligrosa, pero no. El adicto en la negación de la enfermedad, no acepta el riesgo, juega y fantasea con este e imagina que por consumir A y no B, o como decía uno de los casos, la que “tenía mas carga”, viven una ilusión de control.
Es muy frecuente que un adicto, crea tener conocimientos superiores de farmacología y toxicología, cuando no medicina, y de alguna manera despreciar al especialista al cual considera un teórico que sabe solo por leer. Ellos conocen todos los nombres que el profesional aprende por ellos pero sabe que son todos relativos a bases usuales. La información la pasan entre pares, entre uno que sabe; el otro que tomó una información parcial de un experto por los medios; otro que buscó en internet, todo eso difundido en foros o grupos de Whatsapp o Telegram...pero al no admitir la enfermedad y estar consumiendo un tóxico, tiene un sentido casi iniciático, secreto y místico.
Esa fantasía de control que entra en el territorio en algunos casos de delirio, es la que se ve en un paciente de 22 años que sobrevive a dos paros cardíacos, episodios convulsivos, excitación psicomotora, un posible edema cerebral que lo podría haber llevado al coma, pero al despertarse en la cama de terapia intensiva dijo: “No pasó nada, no sé porqué tanto lío… solo tomé una de más”.
En ese territorio entran las pseudo-racionalizaciones: “que esto pasó porque no estaba NN que trae de la buena” (un consejo de la reducción de daño), o “porque tomóde la X” pero nunca porque consumió un tóxico.
Las drogas de las que hablamos, a diferencia de lo tradicional de la marihuana y cocaína, son de elaboración sintética, es decir, de laboratorio. La búsqueda en estas -y por eso lo comparábamos con la industria de por ejemplo los alimentos-, es obtener mayores y diferentes efectos. A diferencia de la investigación farmacológica tradicional, la prueba de campo, experimental, es directamente en el consumidor final y allí vemos los resultados.
Los efectos en el organismo
El “tusi” o “cocaína rosa” fue encontrada en uso en el caso de la joven que cayó de un balcón en Recoleta, posiblemente por efecto de un brote psicótico. Se trata de una feniletilamina psicodélica de la misma familia a la cual pertenecen la PMMA (parametoximetanfetamina) MDMA (3,4-metilendioximetanfetamina), MDA y el resto de anfetaminas, como en el caso de la mayoría de las que estamos hablando.
El mecanismo de acción, simplificándolo, es intervenir en la neuroquímica de dopamina, norepinefrina y especialmente de la serotonina, neurotransmisores por donde pasa la mayor parte de la actividad psíquica y con consecuencias en todo el sistema orgánico no solo de pensamiento o sensaciones, lo cual es absolutamente negado por los consumidores, que es algo que afectará todos sus órganos. Un ejemplo de esto es cómo alterando el llamado medio interno, es decir todos los fluidos del organismo y los electrolitos pueden entrar en cuadros de sobre o deshidratación con las consecuentes alteraciones de, por ejemplo, los niveles de sodio, potasio, cloro etc. y así llevar a arritmias, alteraciones en la conducción nerviosa cortical (convulsiones), hasta edema cerebral que puede conducir, en caso de no ser controlado, al coma y a la muerte.
Es este un ejemplo concreto que al desconocer que se trata de una emergencia médica, de una intoxicación severa, el consumo de agua que, en algunos casos se supone ayuda, en realidad altera el medio interno, es decir cambia los electrolitos y esto puede relacionarse con una destrucción de tejido muscular estriado (rabdomiólisis) que libera sustancia a sus vez tóxicas para el organismo, (intoxicación secundaria) y llevar a la imposibilidad de manejar esto por el sistema renal, ocasionado su falla.
Los efectos se van dando a medida que impactan en el sistema ya sea cardiovascular, respiratorio, nervioso autónomo, nervioso, renal y progresivamente las interacciones entre estos efectos. Van desde inmediatos (y los que busca el consumidor): euforia y un estado general de bienestar y felicidad sin motivo aparente, aumento de la sociabilidad y mayor facilidad para la comunicación, sensación de paz interior, ansiedad, alucinaciones placenteras, por ejemplo, hasta visión distorsionada de colores y sonidos o visiones con los ojos cerrados etc.
Luego pasan a los más importantes y que empiezan a inquietar (pero ya es en fase de resolución del cuadro y debiera activar la alarma de emergencia médica) como, por ejemplo, una referida, bruxismo, el apriete y rechinar de dientes, aumento de la transpiración y la sudoración con su consecuente ingesta de agua, o peor, de bebidas alcohólicas, hiponatremia (síndrome de secreción inadecuada de la hormona antidiurética), para llegar a etapas de resolución como insuficiencia renal alteración del sentido del tiempo, hipertensión, midriasis (dilatación pupilar), mareos, taquicardia, sensación de inquietud pasajera, agitación severa, hipertermia maligna (cuadro poco conocido pero extremadamente peligroso), estados confusionales, convulsiones, delirio, psicosis breve (brote psicótico) muchas veces con temática paranoide, arritmias ventriculares, depresión respiratoria, coma, hemorragia intracraneal, edema cerebral y muerte.
Es decir, la lista abarca a todos los sistemas del organismo y, obviamente, las interacciones entre ellos intentando compensar la pérdida del equilibrio homeostático.
En resumen, podemos conocer infinidad de nombres de drogas de síntomas previos, pero el fruto del árbol prohibido, el tóxico indefectiblemente atrae en sus primeras manifestaciones pero luego el costo puede implicar y, de hecho lo hace, en muchos casos la muerte. Imaginar que un fenómeno de las consecuencias multisistémicas puede ser controlado, forma parte de la patología de la adicción. Cambiar las palabras, la narrativa nos convierte en cómplices de la adicción que niega bajo formas diversas la tragedia que rechaza la realidad.
La base está en entender que esa recreación es en realidad una forma de expresión del malestar frente al cual se busca huir, como decía Flaubert hacia el paraíso artificial de las flores del mal.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster (MN 63406) se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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