Un estudio realizado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en Estados Unidos, entre 2009 y 2017, determinó que aproximadamente 1 de cada 44 niños, de 3 a 17 años, son diagnosticados con algún tipo de trastorno del espectro autista (TEA). La investigación también ha establecido que estos los chicos tienen un mayor riesgo de obesidad, y ésta se ha relacionado con un mayor riesgo de trastornos cardiometabólicos como diabetes y dislipidemia (nivel alto de colesterol o grasa en la sangre). Sin embargo, la cuestión de si existe o no una asociación confirmada seguía sin respuesta.
Para ayudar a proporcionar una idea del posible vínculo, Chanaka N. Kahathuduwa y un equipo colaborativo del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad Tecnológica de Texas (TTUHSC) y otros profesionales de la Universidad Tecnológica de Texas (TTU) realizaron un análisis sistemático revisión y metaanálisis utilizando las bases de datos PubMed, Scopus, Web of Science, ProQuest, Embase y Ovid. Sus conclusiones se publicaron en JAMA Pediatrics.
Para Kahathuduwa, su interés por esta temática se inició poco después de recibir su doctorado en ciencias de la nutrición con un enfoque en la neurociencia de la obesidad. Trabajando como profesor asistente de investigación con Ann Mastergeorge, una experta en TEA, Naima Moustaid-Moussa, directora del Grupo de Investigación de la Obesidad de TTU (ahora el Instituto de Investigación de la Obesidad), presentaron juntos un seminario sobre la neurociencia de la obesidad y el autismo.
“Cuando busqué en la literatura para preparar mi presentación, me di cuenta de que la evidencia sobre esta asociación era bastante ambigua. Se necesitaba un metanálisis sólido para abordar esta brecha”, recordó Kahathuduwa.
Esto llevó a Kahathuduwa a investigar más a fondo. Exploró cómo las neuroimágenes pueden proporcionar información sobre las relaciones entre el TEA y la obesidad, la asociación entre esta condición y los pacientes con bajo peso, y el estudio recién publicado sobre el autismo y los riesgos cardiometabólicos. Los análisis se aceleraron después de que Chathurika Dhanasekara, quien se centró en la obesidad y la salud metabólica para obtener su doctorado en ciencias nutricionales, se unió a la colaboración.
En su último metaanálisis, Kahathuduwa, Dhanasekara y sus colaboradores evaluaron 34 estudios que incluyeron a 276.173 participantes a los que se les diagnosticó TEA y a 7.733.306 a los que no. Los resultados indicaron que el diagnóstico de autismo se asoció con mayores riesgos de desarrollar diabetes en general, incluida la diabetes tipo 1 y tipo 2.
El metaanálisis también determinó que está asociado con un mayor riesgo de dislipidemia y enfermedad cardíaca, aunque no hubo un aumento significativo del riesgo de hipertensión y accidente cerebrovascular asociado con el autismo. Sin embargo, los análisis de metarregresión revelaron que los niños con autismo tenían un mayor riesgo asociado de desarrollar diabetes e hipertensión en comparación con los adultos.
Vínculos confirmados
Kahathuduwa dijo que los resultados generales demuestran el mayor riesgo asociado de enfermedades cardiometabólicas en pacientes con TEA, lo que debería incitar a los médicos a monitorear más de cerca a estos pacientes en busca de posibles contribuyentes, incluidos signos de la enfermedad y sus complicaciones.
“Hemos establecido las asociaciones entre el autismo y la obesidad, así como entre el autismo y las enfermedades cardiometabólicas, incluidas la diabetes y la dislipidemia”, afirmó Kahathuduwa.
Y agregó: “No tenemos datos para respaldar la conclusión de que el autismo está causando estos trastornos metabólicos, pero como sabemos que un niño con autismo tiene más probabilidades de desarrollar estas complicaciones en el futuro, creo que los médicos deben evaluar a sus pacientes con autismo más atentamente y tal vez comenzar a hacerlo antes de lo habitual”.
Kahathuduwa también cree que el estudio muestra que los médicos deben pensar dos veces antes de recetar medicamentos como la olanzapina, que se sabe que tienen efectos metabólicos adversos en los niños con autismo.
“Nuestros hallazgos también deberían ser una revelación para los pacientes con autismo y los padres de estos pequeños para que sean conscientes del mayor riesgo de desarrollar obesidad y complicaciones metabólicas. Entonces pueden hablar con sus médicos sobre estrategias para prevenirlas”, indicó Kahathuduwa.
Además, agregó que el próximo paso lógico para el equipo colaborativo sería generar evidencia que apoye o rechace la causalidad con respecto a las asociaciones observadas. “Hemos trabajado un poco con el conjunto de datos ABIDE (Autism Brain Imaging Data Exchange, Intercambio de datos de imágenes cerebrales de autismo) sobre cómo las neuroimágenes muestran la correlación entre el autismo y la obesidad, pero queda más trabajo por hacer”, concluyó.
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