La mayoría de los expertos definen un ataque de pánico como una aparición repentina de miedo intenso, a diferencia de una condición como la ansiedad general, que suele manifestarse como una preocupación casi constante.
Las personas que sufren ataques de pánico se sienten abrumadas por síntomas mentales y físicos, que pueden variar de una persona a otra. Sus corazones pueden acelerarse y palpitar, pueden sentir que no pueden respirar, quizás les tiemblen las extremidades o sientan opresión en el pecho y algunos manifiestan la sensación de estar ahogados.
Algunas personas que experimentan ataques de pánico pueden sentirse repentinamente acaloradas y sudorosas, otras sienten que tienen escalofríos. Y luego está el miedo agitado y desestabilizador. En la agonía de un ataque de pánico, emerge una sensación de pérdida de control sobre la mente y el cuerpo. Algo similar a tener un ataque al corazón o la sensación de estar por morirse.
“Angustia, etimológicamente proviene de ‘angosto’, dado que en el momento de la crisis de angustia se estrecha la vía respiratoria, lo que provoca dificultad para respirar”, explicó a en diálogo con este medio el médico psicoanalista Juan Eduardo Tesone (MN 44190) y añadió que “durante el ataque de pánico la persona tiene sensación de ahogo, lo cual genera en casos extremos miedo intenso y la vivencia de una muerte inminente”.
La mayoría de las personas que sufren regularmente ataques de pánico no experimentan todos estos síntomas, pero pueden tener muchos de ellos. Sin embargo, un pequeño subgrupo de personas tienen ataques de pánico con síntomas limitados, en los que se presentan tres o menos.
Y, casi tan repentinamente como aparecen los ataques de pánico, suelen disiparse. Los síntomas aparecen en el transcurso de diez minutos y suelen desaparecer en media hora, aunque algunas personas pueden sentir efectos persistentes. Sin embargo, la experiencia puede ser traumática, y las personas que sufren ataques de pánico pueden empezar a temer las sensaciones que les recuerdan los síntomas, como quedarse sin aliento después de subir un tramo de escaleras. También es posible que eviten cualquier cosa que les recuerde el episodio: la tienda en la que su corazón latía con fuerza, la comida que estaban comiendo cuando les sobrevino el pánico.
“Quienes tienen ataques de pánico no pueden quedarse solos, porque a partir de que viven el primer ataque, su conducta cambia completamente; evitan lugares donde sufrieron la crisis, procuran no realizar la acción que realizaban al momento de manifestarse el pánico; en fin, su conducta se ve limitada y su vida se restringe hasta el aislamiento”, indicó a Infobae la licenciada en Psicología Gabriela Martínez Castro (MN 18627).
Algunas personas pueden desarrollar un trastorno de pánico, que los psicólogos definen como ataques de pánico repetidos e inesperados que interfieren en el funcionamiento diario. Aunque se estima que entre el 15 y el 30% de las personas sufrirán al menos un ataque de pánico en su vida, sólo entre el 2 y el 4% desarrollará un trastorno de pánico, afirmó Franklin Schneier, codirector de la Clínica de Trastornos de Ansiedad del Instituto Psiquiátrico del Estado de Nueva York.
Un subgrupo de esas personas -aproximadamente una de cada tres- desarrolla también agorafobia, un trastorno de ansiedad que puede implicar un miedo extremo a los lugares públicos o concurridos, al transporte público, a hacer cola o a salir de casa. Esto puede ocurrir cuando las personas se vuelven intensamente temerosas de los lugares en los que han tenido ataques de pánico anteriormente.
¿Qué los causa?
Una serie de factores estresantes -como acontecimientos traumáticos, preocupaciones económicas o incluso hablar en público- pueden provocar ataques de pánico. Pero también pueden producirse de forma inesperada, sin un desencadenante discernible.
Cuando las personas experimentan un estrés intenso, se activa el sistema nervioso simpático, una red de nervios que desencadena lo que los psicólogos llaman la respuesta de “lucha o huida” ante la percepción de peligro. El cuerpo libera sustancias químicas como la epinefrina, también conocida como adrenalina, y la norepinefrina, que hacen que el corazón se acelere, las pupilas se hinchen y nuestra piel libere sudor.
Otra red de nervios, llamada sistema nervioso parasimpático, devuelve el cuerpo a su estado original. Si no se activa después de un tiempo, un ataque de pánico puede suspender a una persona en ese estado de excitación elevado.
Muchos investigadores creen que los ataques de pánico pueden producirse cuando el cerebro no es capaz de enviar correctamente los mensajes entre la corteza prefrontal, asociada a la lógica y el razonamiento, y la amígdala, que gobierna la regulación emocional. Durante un ataque de pánico, la amígdala está hiperactiva, mientras que la corteza prefrontal responde menos, lo que nos hace entrar en una espiral.
¿Quién puede sufrirlos?
Cualquiera puede sufrir un ataque de pánico. Sin embargo, el riesgo es mayor para los adolescentes y las personas de 20 años. Si no has tenido un ataque de pánico a los 45 años, es menos probable que tengas un episodio más adelante.
Las mujeres tienen más del doble de probabilidades de sufrir ataques de pánico que los hombres, pero los investigadores no están del todo seguros de la razón de esta disparidad.
¿Cómo se puede calmar un ataque de pánico en el momento?
Si nunca sufriste un ataque de pánico, y sentís dolor en el pecho y falta de aire, lo aconsejable es ir a urgencias para confirmar que realmente estás teniendo un ataque de pánico, en lugar de un problema cardíaco. Pero si ya sufriste uno en el pasado, y te das cuenta de que estás empezando a tener otro, estos consejos pueden ayudarte a anclarte en el momento.
Puede ser útil practicar estas estrategias de afrontamiento con antelación, para poder emplearlas la próxima vez que se produzca un ataque de pánico:
- Hablarse a uno mismo
Recordarse a uno mismo que es posible sobrevivir a ataques de pánico y que, aunque asuste, el pánico en sí no es peligroso es clave.
- Saber a quién llamar
Un amigo o familiar de confianza puede ayudar a tranquilizar a una persona cuando esta sienta que empieza un ataque de pánico. El mero hecho de hablar con alguien sobre lo que está experimentando, y de nombrar las sensaciones que recorren su cuerpo, puede ayudarle a estabilizarse en el momento.
- Contar colores
Algunos terapeutas recomiendan un sencillo ejercicio de toma de tierra: contar y nombrar los colores que te rodean. Decir cada uno de ellos en voz alta, o simplemente anotarlos en la mente, puede ayudar a distraerse de la ansiedad que se acumula en la mente.
- Tomar algo frío
Buscar un cubito de hielo o ponerse un paño húmedo y frío en la muñeca puede funcionar. El choque del frío puede ayudar a centrarse en el presente; esto también ayuda a aliviar el incómodo calor y la sudoración que algunas personas sienten durante los ataques de pánico.
- Respirar como un bebé
La hiperventilación, una característica común de los ataques de pánico, puede hacer que las personas se sientan mareadas, por lo que respirar lentamente puede ser útil.
A menudo, los adultos respiramos desde el pecho; en cambio, puede ser útil respirar desde el diafragma como lo haría un bebé, centrándose en la expansión del vientre. Esto puede ralentizar y profundizar nuestra respiración, inundando el cerebro de oxígeno y activando el sistema nervioso parasimpático, que ayuda a señalar que no necesitamos luchar y reduce los niveles de angustia.
¿Cómo prevenir futuros ataques de pánico?
Si una persona experimenta ataques de pánico recurrentes, puede acudir a un terapeuta. Las formas de terapia cognitivo-conductual, en las que un clínico le incita a cuestionar los miedos y las sensaciones que puede experimentar durante un ataque de pánico, pueden ser uno de los tratamientos más eficaces. El proceso puede ayudar a cambiar los patrones de pensamiento, densibilizándonos de la angustia subyacente que puede desencadenar los ataques de pánico.
Algunos medicamentos, incluidos los antidepresivos como los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, o S.S.R.I., también pueden ser útiles para controlarlos.
A pesar de lo desconcertantes que pueden ser, es importante recordar que son altamente tratables y que, tan repentinamente como pueden aparecer, comienzan a desaparecer.
Infografías: Marcelo Regalado
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