Según las últimas cifras de la Asociación de Lucha Contra Bulimia y Anorexia (Aluba), el 70% de las mujeres argentinas no está conforme con su cuerpo. Además, el 60% de las mujeres del país quieren adelgazar, y la Argentina es el segundo país del mundo con más casos de trastornos alimenticios.
Lo que en apariencia son meros números fríos, en el día a día se traduce en malas relaciones con el propio cuerpo, baja autoestima, y trastornos alimenticios.
Y pese a que cada vez más, desde los medios de comunicación y las redes sociales los especialistas hacen hincapié en que para tener un peso saludable y que el espejo devuelva una imagen que nos sea de agrado, las dietas estrictas nunca son el camino. Más bien, aconsejan los que saben, los buenos hábitos sostenidos en el tiempo son los que llevarán a los resultados deseados. Y harán que se mantengan.
Sin embargo, a la luz de los datos, no son pocas las personas que en busca de un “ideal” en su imagen corporal incurren en una relación nociva con la comida, y entran en un círculo vicioso del que muchas veces es complicado salir. Y lo peor, en el medio, se ve resentida no sólo su salud sino además su autoestima y su mirada de sí mismas.
“El alimento es más que un medio para nutrirte, es más, actualmente ya está determinado que con el alimento solo no basta para ésto. El alimento es nutrición porque tiene implicado psicológicamente afecto. El afecto nutricio del pecho materno. Es buscar en el alimento la sensación de calma, de apego”. La licenciada en Psicología Roma Tiberi (MN 65822) comenzó a explicar que “el alimento además presenta ciertos simbolismos que se hacen presente en las festividades, en los encuentros”.
Ante la consulta de Infobae, la psicóloga especializada en imagen corporal y trastornos de la conducta alimentaria, señaló que “en los pueblos originarios es el Prana: es una forma de dar amor a través de la preparación de esto que es tan profundo como el amor, como la sensación de apego”. “Por lo cual, la forma en la que me relaciono con el alimento es un reflejo de cómo me relaciono conmigo mismo, con el mundo y con el otro -agregó-. El alimento es una vía de expresión de mi mundo interno. Y cuando no puedo gestionar de forma correcta mis emociones, el mundo externo, puede utilizarse el alimento como una estrategia para tramitarlas”.
A su turno, la licenciada en Psicología y especialista en trastornos alimentarios Mara Fernandez (MN 36031), aportó que “la alimentación es una necesidad básica del ser humano y es necesario que esta sea adecuada y suficiente para poder disfrutar de una buena salud física y también psicológica”. El problema, para ella, “surge cuando estas señales fisiológicas empiezan a ser sustituidas por otras que no tienen relación con lo que el organismo realmente necesita”.
“Y es que desde la infancia nos enseñan que el motivo para comer no es por sensación de hambre real -aseguró Fernandez-. El resultado de todo esto es que a lo largo de nuestra vida aprendemos que las señales que nos dicen que tenemos que comer no se vinculan con las señales de nuestro cuerpo para nutrirnos, sino que tienen más que ver con las expectativas sociales y con las emociones que experimentamos”.
A esto se suman “los estereotipos de belleza impuestos socialmente, asociados a la delgadez como sinónimo de éxito y felicidad pueden fomentar la aparición de hábitos poco saludables, como la restricción, la dieta rigurosa, ejercicios excesivos y conductas compensatorias”, destacó.
En este punto, la licenciada en Nutrición Agustina Murcho (MN 7888) consideró que “cuando una persona empieza una dieta, sea por el motivo que sea, es muy probable que la relación con la comida cambie. No hay persona que tenga mala relación con la comida sin antes haber empezado una restricción”. “Las personas que nunca hicieron dieta tienen un cerebro que no conoce lo que es la restricción alimentaria -destacó la especialista en trastornos alimentarios-. Pero las dietas hacen que la persona empiece a tener mala relación con la comida porque empieza a dividir los alimentos en buenos y malos, les da culpa, les da miedo engordar y entonces se le pone un significado bastante negativo a ciertos alimentos”.
Con ella coincidió Tiberi, para quien “el gran pero gran problema en la actualidad proviene de la cultura dietante, en la que la comida pasa a ser un objeto solo para dos significados: subir o bajar de peso. Es decir, someter a las personas a la culpa y frustración constante y a manejarse entre dos extremos: control - descontrol”.
- ¿Qué son y cómo surgen los complejos?
- Tiberi: Los complejos corporales, como lo dice la palabra, son complejos, son más que una simple insatisfacción con nuestra imagen. Se la suele llamar en el ámbito Psi como la discapacidad invisible. Porque está, pero no se la hacemos ver a nadie. Habita cotidianamente tan profundo nuestro, que nos limita en nuestro accionar, nuestra forma de ser, de presentarnos y de relacionarnos con el mundo.
Los complejos corporales, si bien se expresan en nuestra imagen, nos hablan, en realidad, de algo más profundo: de una herida más profunda que debemos sanar. Porque la construcción de la identidad corporal, la imagen inconsciente, tiene impreso todas las experiencias que la persona ha ido transitando a lo largo de los años. No tiene que ver solamente con lo que la persona ve en el espejo, sino con la información que ha ido recolectando de quién es y quién debería ser. Con la aprobación, o no, de aquellas personas significantes, de la violencia simbólica de nuestra sociedad.
En los complejos se hacen presente vivencias de abandono, de rechazo, de rivalidad, de hostigamiento, abuso. Aunque no lo podamos ver, en el cuerpo proyectamos todo esto. Por eso se dice que aunque una persona baje de peso, nunca será suficiente para sentirse bien consigo misma. Porque los complejos son una expresión de una herida más profunda.
- Fernandez: Las percepciones distorsionadas de uno mismo, que surgen al compararse con otras personas o modelos estereotipados promovidos por la sociedad, los pensamientos irracionales que llevan a la inseguridad, la falta de confianza en las propias capacidades y la pérdida de autoestima que afectan y condicionan la relación con los demás, y la calidad de vida, dan origen a los complejos.
Consultada sobre las cifras de Aluba, y a qué cree que se debe el altísimo porcentaje de disconformidad con la propia imagen corporal en el país, Fernandez opinó que se responde a que “la argentina es una sociedad peso centrista, una cultura dietante, con conductas de rechazo a las personas con obesidad, con un estándar de belleza que vincula a la delgadez con el éxito y la felicidad, lo que promueve un ideal estético casi inalcanzable, que puede generar distorsión de la imagen corporal por la comparación con lo que puede desembocar en un trastorno de la conducta alimentaria”.
En la mirada de Murcho, “tiene que ver con la industria de los suplementos para adelgazar, de los polvitos mágicos, pero también con los comentarios que hace la gente, o los propios nutricionistas que juzgan a sus pacientes y les generan trastornos alimentarios por, por ejemplo, demonizar alimentos”.
El ciclo del trastorno alimentario
La nutricionista destacó que estas conductas no sólo conllevan restricciones, sino que “también hay compulsiones, métodos compensatorios, etc”.
“No se da igual en todas las personas, pero sí hay algo en común: la comida es una amenaza. Para la mente de una persona con trastornos alimentarios, la comida genera miedo, ansiedad y culpa -sostuvo Murcho-. La culpa es aprendida, nadie nació con culpa a comer, sino que es algo que se aprende durante la vida porque nos lo enseñaron. Se cree que comer está mal, que comer es un delito, que no podemos disfrutar de lo que nos gusta, por lo tanto al hacerlo, sentimos que estamos transgrediendo, cuando no es así. Comer y disfrutar es humano y nadie debería sentir culpa por hacerlo”.
En palabras de la especialista, “un trastorno alimentario no es una dieta, no es un capricho ni querer bajar de peso. Es un pedido de ayuda en silencio”. “Podemos definirlo como un iceberg, en el que lo de arriba es lo que se ve, el síntoma (obsesión con las calorías, con la balanza, restricción, atracones, vómitos, ayunos, diuréticos, laxantes, ejercicio excesivo, distorsión de la imagen, etc) y lo de abajo es lo que no se ve, esto es, baja autoestima, baja tolerancia a la frustración, familias disfuncionales, traumas no resueltos, dificultad para resolver problemas, bullying, dificultad para expresar y sentir emociones, comorbilidades (otros trastornos psiquiátricos que hacen que se desencadene el trastorno como por ejemplo depresión, trastorno límite de la personalidad, trastorno bipolar, trastornos de ansiedad, etc)”.
“La persona ‘tapa’ y se anestesia con comida, pero no todos son vulnerables a desarrollar un trastorno alimentario; deben darse muchos factores en conjunto -explicó-. Entonces, si la persona hace una dieta y cumple con esos factores, es muy probable que se caiga en un trastorno alimentario, por eso no es aconsejable hacer dieta restrictiva porque nadie sabe si es vulnerable o no”.
Una mirada sobre la propia mirada
“A medida que vamos creciendo, construimos nuestra identidad y fortalecemos nuestro autoconcepto. Este proceso de autoconocimiento y crecimiento personal se vuelve indispensable para relacionarnos de una forma más saludable con el mundo que nos rodea y con nosotros mismos”. Así comenzó Fernandez a hablar del conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias de comportamientos dirigidos hacia uno mismo, hacia la propia manera de ser, y hacia los rasgos del propio cuerpo y carácter.
Y tras asegurar que cuando la evaluación perceptiva de uno mismo se encuentra dañada “no es fácil ni rápido, pero se puede mejorar”, la especialista destacó que “la forma en la que las personas se comunican consigo mismas es un factor clave para mejorar su autoestima”. “Si mi diálogo interior está basado en autocríticas constantes, pensamientos negativos sobre mi propia imagen, la autoestima se verá afectada”, remarcó.
En la misma línea se manifestó Tiberi, quien en diciembre liderará Experiencia Corpórea, un retiro espiritual para sanar la relación con el cuerpo y la alimentación, destinado a “trabajar la autoestima corporal para llegar al verano con un cuerpo sin culpa, frustraciones ni restricciones”. “Pero para ello (para mejorar la autoestima) hay que entender el verdadero significado de la autoestima corporal”, subrayó.
Y amplió: “No es ‘amarme desde un lugar utópico’ sino aceptar que no somos sujetos perfectos, y que ,de así serlo, nos enfrentaríamos al vacío absoluto. La aceptación corporal es entender que mi cuerpo no será perfecto, sino imperfectamente perfecto. Que habrá partes que no me gusten y está bien porque es lo esperable. Pero que esas partes merecen igualmente respeto y cuidado. Para eso, primero tenemos que trabajar cuál es el significado que tiene para esa persona esa parte corporal que la acompleja. Reconstruir la historia corporal de cada uno, experiencias traumáticas tanto por el simple hecho de tener un cuerpo femenino en una sociedad que reprime y cosifica a la mujer, como por un sistema gordofobico que determina de qué bando estás: el lindo o el feo, el gordo o el flaco. Las experiencias traumáticas relacionadas a la sexualidad femenina. Es un proceso largo, pero realmente liberador, revelador y gratificante. Es una nueva forma de ser, es poder ver la propia belleza auténtica y desaprender lo que entendimos que éramos”.
- ¿Es posible lograrlo si el “afuera” no cambia?
- Tiberi: Sí claro, el afuera lo hace mucho más difícil y expone a mayores recaídas. Pero esperar que el afuera cambie es algo difícil, el mundo es perverso, los sistemas lo son, aunque no podamos verlo. Piensen en cómo hoy más que nunca hay un movimiento de diversidad corporal nunca antes visto y aún así los trastornos alimentarios alcanzan cifras escalofriantes. Depositar la responsabilidad sólo en el afuera nos quita la posibilidad de adueñarnos de lo que es nuestro. Y si no lo tomo como propio no podré cambiarlo. El afuera seguirá existiendo, el punto está, como siempre, en qué hace cada uno con eso.
- Fernandez: Quizá habría que focalizarse no tanto en el aspecto físico o lo estético para empezar a mejorar la autoestima haciendo juicios más realistas sobre los propios logros o sobre la responsabilidad real en determinados errores u objetivos no alcanzados. También es importante preguntarse: ¿qué quiero?, ¿qué necesito?, ¿cómo puedo dedicarme tiempo a mí misma?
Apoyarse en las fortalezas por sobre las debilidades, así como también cambiar la forma en la que nos comunicamos con nosotros mismos. Si nuestro diálogo interno está basado en críticas negativas constantes, autocensuras o castigos, será la autoestima una de las primeras en pagar las consecuencias.
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