No se nace con la necesidad de ruido continuo, es algo creado, aprendido, es cultural, no genético. La sociedad vive con la necesidad del ruido, un problema que crece con el consumo de las redes sociales como whatsapp, instagram, tik tok, twitter, facebook, entre otras. El aturdimiento que generan las redes sociales hace que las personas se sientan igual de solas, inquietas y frustradas. A todo esto, hay que agregar el incremento del ruido en las calles, las obras en construcción, el tráfico, las bocinas, una concentración excesiva de ruido acústico, visual y mental en simultáneo que produce una total dispersión.
“Sentimos el silencio como algo cercano a la soledad no querida”, escribió el filósofo y escritor español Ramón Panikkar, quien definió al silencio como “sigefobia”, la enfermedad del hombre moderno o el desasosiego de estar a solas con uno mismo, o sea, el “miedo al silencio”. El filósofo afirmó que “incluso estando rodeados de gente se puede tener miedo a la soledad.”
“La sociedad del ruido” tiene la necesidad de estar siempre conectada a algo: la tele, la radio, la música, entre muchas otras formas de ruido. Las nuevas tecnologías ofrecen todo tipo de aplicaciones, y en caso de no tener con quien hablar, es posible enchufarse a sonidos en cualquier momento del día, inclusive mientras se hace otra actividad.
“La fobia al silencio y la necesidad de aturdirse con ruido puede ser para algunos jóvenes ir a los boliches, escuchar música muy fuerte o dejar todo el día prendida la radio o el televisor. Esas acciones, esas actividades son una forma de aturdirse y evitar encontrarse con sus propios pensamientos”, explicó a Infobae Juan Eduardo Tesone, Médico psiquiatra , miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina y profesor emérito de la USAL. Quien además expresó que se “puede dialogar con uno mismo, reflexionar, y muchas veces los momentos de silencio pueden ser muy provechosos, no sólo cuando uno está solo sino que muchas veces compartir con alguien un momento de silencio puede ser una situación de mucha intimidad.”
Según Tesone, la fobia es el temor a un objeto o conducta que en realidad no se puede entender bien el porqué, pero desde el punto de vista psicodinámico quiere decir que los miedos profundos de la persona se concentran en un objeto o en una conducta. “Esto se llama en psicoanálisis proyectar, uno proyecta sus angustias más profundas en un objeto o en una conducta”, subrayó, y agregó que “la fobia no es una enfermedad en sí misma relacionada a ese objeto sino que es un síntoma relacionado con un medio más profundo de la persona que la padece, es como la punta de un iceberg.” Por debajo hay toda una compleja red inconsciente que genera los miedos, y esa punta no deja de ser un síntoma del cual hay que ocuparse, explicó.
Por otro lado, el aislamiento, la falta de contacto con el mundo social obligó a muchas personas, o a la gran mayoría, a permanecer más tiempo en soledad, “y el silencio pasó a ser un compañero habitual en nuestra cotidianidad”, expresó a Infobae Maria José Elias, médica psiquiatra y psicoanalista. Para Elias “esa soledad va de la mano de un silencio abrumador” porque según explicó “el silencio evoca vacío, soledad, miedos y heridas pasadas que preferimos seguir tapando con ruido externo.”
“El aislamiento, la soledad, producto de la pandemia, nos quitó nuestros interlocutores válidos. Llámese el amigo, el compañero de trabajo, o el par para calmar ese silencio angustiante, muchas veces hasta ensordecedor -sustentó Elias- es por eso que recurrimos, o solemos recurrir a la vida virtual en donde creemos encontrar un supuesto interlocutor, interlocutor válido pero, a mi criterio, falso.”
El miedo al silencio, una de las enfermedades de este siglo.
Cuando en una reunión, sea familiar, con amigos o con compañeros del trabajo, aparece el silencio, “no paso un ángel”, como se suele decir para cortarlo, sino que se crea un ambiente tenso y, muchas veces, alguien saca cualquier tema de conversación, por muy poco trascendental que sea, para retomar el ruido. También es normal que al cruzarse con un vecino en el ascensor o al subirse a un taxi, sentir la obligación de iniciar una conversación, por ejemplo, sobre el clima, en lugar de quedarse en silencio. Es que el silencio incomoda, tiene mala fama, está mal visto en la vida moderna y, además, produce malestar. Muchas veces no hay nada para decir y aparece la imperiosa necesidad de llenar los vacíos con palabras.
Para evitar el silencio, la mente tiene mecanismos involuntarios, algo que suele ocurrir a menudo al momento de acostarse a dormir. La mente se acelera y va del presente al futuro, en loop permanente. Ese silencio asusta porque implica el encuentro con uno mismo. El miedo a quedarse a solas genera la necesidad inmediata de contactar a alguien, escribir un mensaje, chequear las redes sociales, centrarse en la vida de otros para silenciar los pensamientos propios. La impaciencia, la hiperconectividad y el estrés llevan a buscar ese ruido.
En general, la situación que despierta miedo simboliza algo, y “el miedo al silencio puede tener que ver con la soledad, o sea, el miedo de encontrarse con una situación de ausencia afectiva”, explicó a Infobae Diana Litvinoff, psicoanalista de APA, autora de El sujeto escondido en la realidad virtual. “Lo que se descubre con el análisis de estas situaciones es que en realidad el miedo es a uno mismo -destacó Litvinoff- o sea, uno tiene miedo a los propios pensamientos, a las propias angustias, a los propios interrogantes, y cuando tratamos de tapar los silencios, los vacíos, no dejamos ningún espacio para que surja una angustia con respecto a los interrogantes que nos puede despertar la vida.”
Pero la necesidad de ruido no solo es un problema emocional a resolver, la exposición a largo plazo al ruido ambiente provoca que unas 20 millones de personas sufran grandes molestias crónicas y 6,5 millones, alteraciones del sueño graves y crónicas, según un estudio de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA). Quien por otro lado, alertó que cada año 10.000 personas mueren por el efecto del ruido. Las consecuencias de la exposición a los ruidos en niños disminuye el rendimiento escolar y aumenta el riesgo de dislexia.
El ruido afecta de esta manera porque el oído no deja nunca de estar en alerta. Así como podemos cerrar los ojos para descansar mientras dormimos, los oídos no se cierran nunca. Es por eso que un ruido fuerte puede despertarnos.
Para Litvinoff, el silencio tiene que ver con el aturdimiento, relacionado con la sobreestimulación, la necesidad de estar siempre contento, de fiesta, siempre con alguien, “y así evitar el encuentro con uno mismo, con el propio silencio. Hay que poder soportar la soledad y la angustia, porque la angustia es lo que nos hace cuestionarnos y también lo que nos hace avanzar”, concluyó.
Los beneficios del silencio
El silencio nos conecta con nosotros mismos y también con otras personas. El lenguaje corporal, la empatía, la complicidad, las sonrisas, miradas y gestos son grandes aliados en las relaciones interpersonales.
La ciencia demostró que sus beneficios son reales para la salud. Se puede conseguir bajar la presión sanguínea, reforzar el sistema inmunológico y recargar energía. El cerebro necesita oxigenarse, pensar con claridad y resetearse. El ritmo rápido de la rutina contamina la sangre de adrenalina y cortisol, dos elementos naturales que genera nuestro cuerpo, y que son la principal causa de mortalidad del planeta. Varios minutos de silencio al día pueden ayudar a bajar estos niveles para obtener una mejora en la salud.
Luego de padecer una parálisis facial de la que se recuperó, el investigador neurocientífico del Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia y autor del libro Cerebro y silencio, orientó sus investigaciones a sustentar el valor del silencio en la salud cerebral. En un estudio publicado en 2013, descubrió que “bastan dos minutos de silencio para disminuir la presión arterial y el ritmo cardiaco”.
Por otro lado, desde el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid (COPM), explican que hay al menos 3 niveles en el que el silencio puede afectar positivamente a nuestra vida: a nivel emocional, cognitivo y social. “A nivel emocional, nos aporta paz, tranquilidad y calma. A nivel cognitivo, facilita y estimula nuestra atención y nuestra concentración”, explicó Lecina Fernández, psicóloga clínica de COPM. “Y a nivel social, ayuda a bajar el ritmo cotidiano de la vida y a desconectar del ruido que nos rodea diariamente.”, concluyó.
Sin embargo, “hoy el silencio es un producto de lujo”, y hay personas que llevan esa búsqueda al extremo. Como el explorador, abogado y editor noruego, Erling Kagge, que estuvo 50 días caminando solo por la Antártida para alejarse del ruido ambiental y sumergirse en el silencio. “No había ninguna clase de ruido aparte del que yo mismo hacía. Esa experiencia, sin duda, me hizo aprender mucho sobre el silencio”, explicó Kagge en el Foro de la Cultura de Burgos donde hizo un alegato en defensa del silencio como pieza esencial de la existencia.
En su libro, El silencio en la era del ruido, afirma que “es necesario desconectar cada día un rato y no estar siempre accesibles”, y que solo así sería posible encontrar la paz interior suficiente para poder “maravillarnos” ante la vida, “una de las formas más puras de felicidad que se me ocurren.”
“No se trata sólo de evitar el ruido exterior, sino de encontrar el silencio interior para neutralizar todo aquello que nos perturba”, destacó. En medio del blanco infinito de la Antártida, sintió una detonación interna, una conexión con el entorno que cambió su vida totalmente. “‘El mundo desaparece cuando te fundes con él’, decía el filósofo Martin Heidegger. Y eso fue exactamente lo que me pasó”, concluyó Kagge.
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