Huérfanos del COVID: la cruda historia de Mijaíl, el niño que perdió a sus padres, su tío y su abuela durante la pandemia

Son muchos los niños como él que se quedaron sin un padre o una madre a causa del coronavirus. Qué sucede con la salud mental y cómo es el duelo de los más pequeños. Expertos consultados a Infobae explican cómo atender esta delicada situación

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Según una investigación de The Lancet, de julio de este año, un millón y medio de niños ya no tienen a su padre, a su madre, a los dos o a alguno de sus abuelos
(Photo by Dan Kitwood/Getty Images)
Según una investigación de The Lancet, de julio de este año, un millón y medio de niños ya no tienen a su padre, a su madre, a los dos o a alguno de sus abuelos (Photo by Dan Kitwood/Getty Images)

Mijaíl Avila tiene 13 años y, como le pasa a todos los chicos de su edad, éste es un momento donde la vida es un sinfín preguntas. Sin embargo, a un año de que el COVID-19 se llevara abruptamente en un plazo de 20 días a sus dos padres, su abuela y su tío, hay interrogantes que lo siguen como una sombra: ¿Qué estarían pensando ellos si estuvieran ahora viéndolo desde algún lado?, ¿dónde está o queda ese lugar? y por qué le tocó vivir semejante situación.

Mientras la cabeza de este niño se llena de éstas y otras preguntas, las palabras quedan a un lado. Los silencios se repiten. Y en continuado.

En septiembre del 2020, este pre adolescente que nada en una marea de silencios, sufrió la muerte de su abuela Flora; su madre, Mabel; su tío, Carlos y su padre, Javier. Todos ellos fallecieron por COVID-19 el 4, 14, 22 y 24 de septiembre respectivamente.

Su caso representa el de muchos niños y niñas que se quedaron huérfanos durante la etapa más cruda de la pandemia. La revista The Lancet, en julio de este año, elaboró un estudio global sobre esta situación. Se trata de chicos que han perdido en unos meses a esos cuidadores que estaban a su lado antes de febrero o marzo de 2020, cuando se declaró la pandemia de la COVID-19.

En el estudio investigaron no solo la pérdida de los progenitores, también de los abuelos. Muchos niños estaban al cuidado de un abuelo y lo han perdido, otros estaban al cuidado de sus padres y también los han perdido. Según la investigación, un millón y medio de niños ya no tienen a su padre, a su madre, a los dos o a alguno de sus abuelos.

La orfandad seguirá ahí y no desaparecerá, aunque las vacunas ayuden a solventar la situación y el virus se haga menos letal. Así que sus autores advierten de que estos niños no queden en el olvido.

La historia de Mijaíl

“Ahora es como si fuera más un adulto que un chico”, grafica la hermana de Mijaíl
(Photo by Pierre Crom/Getty Images)
“Ahora es como si fuera más un adulto que un chico”, grafica la hermana de Mijaíl (Photo by Pierre Crom/Getty Images)

Al comienzo, cuando le dieron la noticia de su abuela y luego la de su madre, Mijaíl se puso muy mal y entró en una depresión. “Eran tremendamente unidos con su madre”, recuerda a Infobae Sasha, su hermana mayor y quien fuera en aquel entonces -lo sigue siendo-, la responsable de hacer visible esta trágica historia. Desde ese momento su hermano se llamó a silencio y adquirió una seriedad e introspección que mantiene al día de hoy. “Es como si fuera más un adulto que un chico”, grafica la hermana.

Mijaíl lloraba mucho por esos días, y todo ese llanto se lo fue guardando para adentro. “Ni a nosotros nos quería ni quiere hoy contar lo que siente”, dice Sasha. El joven comenzó una terapia pero no funcionó. Probó con otro especialista y tampoco dio demasiado resultado. A partir de ese momento, no quiso abrirse con nadie más, ni con sus propias hermanas (además de Sasha tiene a Morena (17) Ariana (20) y Mailen de 31 años).

Hoy pasa varios días sin bañarse a veces, o no quiere lavarse los dientes. Su hermana cuenta que no ayuda con los quehaceres de la casa y se encierra en su pieza donde está horas con la computadora. “Nosotras le hablamos para que cambie la actitud pero no encontramos forma”, cuenta Sasha.

A veces Mijaíl suelta un poco de dolor. Y dice: “La extraño a mamá”, o “lo extraño a papá”. La tristeza se vuelve nuevamente una pregunta. “¿Por que nos tuvo que pasar esto a nosotros?”, le dice a sus hermanas. A fin de año pasado, le hubiese gustado que estén sus padres cuando se egresó de la primaria. Finalmente, Mijaíl terminó sin ir al acto de la Escuela N°2 en Parque Patricios donde asistía. “Todos van a estar con sus papás y yo no. ¡No me quiero poner mal, no voy!”, le dijo a su hermana.

Los hermanos Ávila pasaron seguramente la peor Navidad y fin de año de sus vidas. El 2021 lo arrancaron como pudieron: Sahsa dice que la cosa fue mejorando muy de a poco. A la par de todo, Mijaíl sobre todo, se fue formando con una opinión del coronavirus y adoptando a rajatabla las costumbres que la población mundial adquirió en medio de la pandemia. “Cuando venía de comprar en el almacén, desinfectaba todas las cosas. Nunca dejó de usar el barbijo. Hoy evita estar con personas cerca”, cuenta la hermana.

Mabel y Javier, los padres de Mijaíl
Mabel y Javier, los padres de Mijaíl

Y siempre se acuerda de las marchas anticuarentena del año pasado “Si ellos supieran lo que uno pasa cuando se le muere un familiar con el COVID, no estarían ahí”, solía comentarle a sus hermanas.

El duelo del COVID-19

Mucho se ha hablado de cómo se vio afectada la salud mental en pandemia, sobre todo para aquellos que no pudieron despedir a sus seres queridos. Ahora bien, ¿qué sucede con los niños? ¿Cómo afecta la muerte de un padre o una madre? ¿De qué forma se ve afectada su salud mental y que se debe hacer en esos casos?

La doctora Alicia Killner es médica psicoanalista, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y de la International Psychoanalytic Association, y dicta seminarios abiertos sobre temas como El Amor y el Duelo. “Con el COVID más temprano que tarde algunas personas cercanas (y que no tan eran viejas) fueron cayendo. Nadie estaba preparado para una peste en la modernidad. El pensamiento racional apenas podía admitirlo y de pronto la muerte se hizo real”, comienza analizando a Infobae Killner.

“El conocido que entró demasiado tarde a la terapia intensiva, el padre de un amigo que fue a operarse de la vesícula y terminó infectado de coronavirus y sin poder respirar, los padres de un joven que enfermaron juntos y murieron casi al mismo tiempo, la chica embarazada que se salvó de milagro después de muchos días intubada”, enumera la especialista en relación a los casos que vivieron muchas personas.

La pandemia era más que pública pero la muerte era menos que privada, un hecho vergonzante del que nadie quería hablar. La enfermedad se convirtió en un estigma, se atacaba en los consorcios a médicos y enfermeros, y la muerte en un hecho obsceno. Mi padre ha muerto, me lo dijo un médico por teléfono, nadie puede ir, no habrá velatorio, al cementerio sólo irán tres, es lo permitido”, sigue Killner.

"El que ha perdido prematuramente a sus padres, o sencillamente quien ha perdido alguno de ellos a cualquier edad se transforma violentamente en adulto y sabe que difícilmente reencontrará en otros el cuidado en otro vínculo, aunque alguien intente sustituirlo", dice  Alicia Killner, médica psicoanalista, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y de la International Psychoanalytic Association

(Photo by Joe McNally/Getty Images)
"El que ha perdido prematuramente a sus padres, o sencillamente quien ha perdido alguno de ellos a cualquier edad se transforma violentamente en adulto y sabe que difícilmente reencontrará en otros el cuidado en otro vínculo, aunque alguien intente sustituirlo", dice Alicia Killner, médica psicoanalista, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y de la International Psychoanalytic Association (Photo by Joe McNally/Getty Images)

“Puede sonar siniestro pero en el fondo no fue más que reducir a su esencia algo que viene ocurriendo desde mucho antes de la pandemia con la progresiva desaparición de los rituales de la muerte que durante siglos habían conservado un carácter sagrado. La despedida de un ser querido, la ronda alrededor del lecho del moribundo era el primer paso para empezar a transitar el duelo pero en tiempos de pandemia se llevó al extremo la prohibición (vigente desde hacía unos años) de esa travesía tan necesaria”, agrega.

La Profesora Licenciada Gisela Lado (MN 39464), aporta: “El duelo está relacionado a una pérdida y por ello es una experiencia dolorosa. Para Kübler-Ross este consta de 5 fases que no son lineales: Negación (no se acepta la realidad) Ira (se buscan responsables) Negociación (con entidades divinas, fantasías de control) Depresión (tristeza, crisis existencial) Adaptación (comprensión y desapego emocional). Cuando se es niño o adolescente el proceso de duelo podría costar más por falta de recursos y habilidades sociales y más aún en un contexto inesperado como el fallecimiento por COVID”.

Dice Killner: “Los jóvenes, niños que han perdido a sus padres de esta particular manera, están afectados no sólo porque han perdido sus personas más queridas sino porque junto con sus padres se desarma habitualmente toda una forma de vida, el proyecto de familia del que eran parte, tan necesario para todos, sostenido en vida por aquellos que han desaparecido”.

Y sigue: “El que ha perdido prematuramente a sus padres, o sencillamente quien ha perdido alguno de ellos a cualquier edad se transforma violentamente en adulto y sabe que difícilmente reencontrará en otros el cuidado en otro vínculo, aunque alguien intente sustituirlo, lo cual no implica necesariamente que haya de enfermarse. El duelo y el trauma no deben patologizarse. Nadie puede poner plazo a su duración.Los chicos se enojan, se rebelan o se apartan del mundo, en un tono tal vez más intenso, porque, aunque ignoramos todo de la muerte, saben que algo de su futuro habrá necesariamente que replantearse. Sólo se trata como en todos los tiempos de acompañar y de dar tiempo”.

"Cuando se es niño o adolescente el proceso de duelo podría costar más por falta de recursos y habilidades sociales y más aún en un contexto inesperado como el fallecimiento por COVID”, explicó la psicóloga Gisela Carina Lado  (Photo by H. Armstrong Roberts/ClassicStock/Getty Images)
"Cuando se es niño o adolescente el proceso de duelo podría costar más por falta de recursos y habilidades sociales y más aún en un contexto inesperado como el fallecimiento por COVID”, explicó la psicóloga Gisela Carina Lado (Photo by H. Armstrong Roberts/ClassicStock/Getty Images)

Cómo actuar

Lo importante para el tutor de ese niño o niña es tomar conciencia y registro de lo que pasa y acudir de ser necesario a la ayuda externa: religiosa, terapéutica, etc. “Dentro de la salud mental existe la rama de la tanatología que se encarga de abordar el sufrimiento tanto psíquico como físico; ayuda a comprender las pérdidas, elaborar y recuperar el sentido de la vida”, dice Lado.

“Puede que haya otras personas que tomen las funciones vacantes, maestros, familiares, amigos. Será responsabilidad también de ese joven poder encontrar esas figuras. Después de todo hay muchos huérfanos de éxito”, razona por su parte Killner.

Y cierra: “Dar tiempo al sujeto para que acepte la pérdida y empiece el difícil trabajo que le queda por delante y encontrar el tiempo para darle compañía muchas veces silenciosa (de cualquier modo no hay mucho para decir en términos de “consuelo”) es tarea de quien esté a la altura. El destino se forjará sobra nuevas bases no necesariamente peores que las anteriores. Si el duelo avanza será posible algún día escuchar la misma melodía de lo perdido sin que resuene en eso un eco insoportable. Encontrar el valor y el sentido de la vida es siempre nuestro trabajo porque el duelo no es sólo del Covid sino un efecto de la vida misma”.

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