Con el devenir de la pandemia entendimos que había números que debían seguirse de cerca para comprender el estado de situación y poder interpretar las diferentes medidas de manejo de la pandemia que iban tomando las autoridades.
Así, el común de la población supo que la tasa de positividad es el número de resultados positivos en relación con el total de hisopados realizados en un período de tiempo. Lo que indica este porcentaje es si se está pudiendo encontrar adecuadamente a las personas infectadas en la población. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda mirar esta variable para evaluar si la definición de caso sospechoso y la cantidad de rastreos de contactos es suficiente y sugiere mantenerla por debajo del 10%. Hoy a nivel nacional es de 13,3% y en la ciudad de Buenos Aires 3,2%.
Por su parte, la tasa de letalidad es el cociente entre el número de fallecimientos a causa de una determinada enfermedad (en este caso COVID-19) en un período de tiempo y el número de afectados por esa misma enfermedad en ese mismo período.
En paralelo, se mira con atención la ocupación de camas en sala general y Unidad de Terapia Intensiva (UTI) para tener un panorama del estado de saturación -o no- del sistema de salud. Hoy la cifra es de 2.713 personas para todas las patologías en todo el país (45%), en tanto en CABA hay 86 pacientes con cuadros graves de COVID-19 en el sistema público y 361 en el privado.
Sobre esos tres valores, Infobae realizó una comparación entre la semana del 17 al 22 de agosto de 2020 y la confrontó con la del 16 al 22 del mismo mes de 2021.
A saber, según los partes diarios del Ministerio de Salud porteño, el año pasado, en plena primera ola de la pandemia en el país, la tasa de positividad era de 38,9%, había en promedio 282 personas en UTI en el sistema público y la letalidad alcanzaba el 2,37%.
En 2021, en tanto, la tasa de positividad bajó esa semana al 5,1%, las personas en UTI en el sistema público eran -en promedio- 115, pero sin embargo, la letalidad se mantuvo casi igual, en 2,34%.
Para intentar dilucidar las causas detrás de los datos, este medio recurrió a especialistas.
“Para que se vea mejor la foto de la situación tomé de ejemplo el día 20 de agosto de ambos años y si se miran los números en 2020 hubo 8.225 contagios y 260 muertes, mientras que en 2021 hubo 8.160 casos y 229 muertes, con lo cual los dos dos días fueron casi iguales”. Para el médico neurólogo Conrado Estol (MN 65.005) “la diferencia es que en 2020 la curva estaba subiendo hacia un pico de contagios y en 2021 está bajando desde el 27 de mayo que tuvo el pico de 41 mil infectados”.
El especialista con formación médica en los EEUU, a quien la pandemia lo estimuló a aglomerar datos, analizar papers del mundo, desglosar curvas e indicadores se volvió casi una voz de consulta obligada en tiempos de coronavirus. Y sobre esto evaluó que “la letalidad es la misma porque nunca estuvo saturado el sistema de salud en la Argentina, y para agosto del año pasado se había logrado en el país el mejor tratamiento médico posible que no es muy diferente al de este año y con las limitaciones del sistema de salud llevó a que no se haya podido mejorar la letalidad”.
Así las cosas, para Estol “la letalidad no tiene por qué ser diferente porque en los dos momentos el sistema no estaba saturado y en los dos momentos el tratamiento era el mismo”.
Ante la consulta sobre por qué creía que un factor clave en el manejo de la pandemia como fue el comienzo de la vacunación no había incidido en la baja de la letalidad, observó: “Hay varias maneras de calcular la letalidad. Una forma clásica es tomar todos los infectados del día y calcular cuántos se mueren, y otra es calcularla sobre la base de los que llegan a terapia intensiva. Y en ese punto, si en un país, se mueren todos los que llegan a terapia tal vez el número de letalidad sigue siendo bajo en comparación con el total de los infectados”.
“La vacunación ha hecho que se infecte menos gente y de los que se infectan vacunados una muy poca proporción llega a terapia intensiva -amplió-. De los que se enferman graves, la letalidad es parecida porque el tratamiento de esos pacientes sigue siendo el mismo”.
El médico infectólogo Lautaro De Vedia (MN 70640) observó que “la cantidad de pacientes en terapia intensiva es menor, pero la letalidad es casi la misma”. “Uno sabe que la letalidad es difícil de medir, se demora, no refleja las muertes del día sino las anteriores; es posible que haya menos casos porque las vacunas hacen que los casos sean más leves, pero realmente los números de letalidad no se han modificado”, reconoció.
Fernando Valdivia es médico veterinario, consultor en Epidemiología, Salud Pública y medicina comparada, y ante la consulta de Infobae detalló: “La tasa de letalidad de una enfermedad mide la cantidad de personas fallecidas sobre el total de las personas que enfermaron. Es una proporción y no un valor absoluto”.
“Esta tasa suele ser de expresión homogénea a lo largo del tiempo para una misma enfermedad (con variaciones según edad, condición de salud previa, etc.) -explicó-. En este sentido, que haya menos casos de pacientes internados en UTI y que se mantenga la misma letalidad implica necesariamente que haya menos enfermos, que es lo que en efecto estamos viendo”.
En cuanto a la letalidad sostenida aún con la vacunación, para él, “hay que dejar en claro un tema biomédico que poco se comunica: en los procesos de inmunización (natural o vacunal) es más importante la capacidad inmune de la persona que la vacuna en sí”.
“Si una persona tiene su sistema inmune deprimido (hecho que sucede en las personas que integran lo que denominamos “grupos de riesgo”), la capacidad de generar respuesta frente al virus es menor -analizó Valdivia-. Por ende, si se contagia, tiene mayor probabilidad de enfermarse y morirse, y si se vacuna, tiene menor capacidad de generar anticuerpos. Ninguna vacuna por sí misma garantiza protección”.
Y agregó: “En muchas epidemias, y la de COVID es uno de esos casos, alcanzar mayores niveles de inmunidad de grupo (”inmunidad rebaño”) es un factor de protección más importante para evitar muertes en los grupos de riesgo incluso que el hecho de estar vacunado”.
Acerca de la baja positividad
Para Estol, la baja positividad de la semana analizada de agosto de este año tiene que ver con que se deben haber hecho muchos más test que en 2020. “El número de test que se deben haber hecho en agosto del año pasado debe haber sido mucho menor al de este año y por eso el porcentaje de positividad es más elevado -consideró-. En los dos casos había que hacer muchos más aún”.
Sobre esto, De Vedia evaluó que “la tasa de positividad hace pensar que además de que claramente hay menos casos, se está testeando adecuadamente porque se hacen muchos más testeos proporcionalmente”. “El año pasado más allá de que había muchos más casos, estábamos cortos de testeos y eso es lo que refleja la tasa de positividad”, resaltó.
En consideración del virólogo Mario Lozano, doctor en Ciencias Bioquímicas y experto en Biología Molecular, “la positividad da una idea de lo saturado que está el sistema de diagnóstico: cuando hay muchos contagios, el sistema recibe las muestras que en principio son sospechosas y cuando estás en una ola y la mayoría de los casos son producidos por la enfermedad en cuestión aumenta la positividad”. “En cambio en una situación más controlada como la actual muchas de las personas que llegan con síntomas son producto de otras enfermedades y eso disminuye la positividad”, sostuvo.
Finalmente, para Valdivia “la baja en la tasa de positividad en los testeos responde claramente al curso normal de una epidemia por efecto de la inmunización (la natural y la vacunal)”. “Es el buscado efecto de inmunidad de rebaño”, concluyó.
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