Desde el comienzo de la pandemia por COVID-19, las autoridades sanitarias y los especialistas pidieron a la población estar alerta ante una serie de síntomas como fiebre, tos seca, cansancio, molestias y dolores en el cuerpo, dolor de garganta, pérdida del sentido del olfato y del gusto, diarrea y otras menos habituales porque podían indicar la presencia del virus.
En cambio, un reciente estudio realizado en una docena de hospitales de la prestadora de salud de Nueva York Northwell Health encontró que un tercio de los mayores de 65 años a quienes se les detectó COVID-19 había llegado con otros síntomas.
El trabajo, publicado en Journals of Gerontology, indagó entre los registros electrónicos de salud de unos 5.000 pacientes mayores de 65 años hospitalizados por COVID-19 entre marzo y abril de 2020. Así encontró que un tercio de esas personas había llegado con otros síntomas que no eran tenidos en cuenta como los de la enfermedad.
“La gente espera fiebre, tos, dificultad para respirar”, dijo la psicóloga social y de la salud de los Institutos Feinstein de Investigación Médica Allison Marziliano, autora principal del estudio.
El equipo de investigación buscó los registros utilizando diversos software y determinó así que una cuarta parte de los adultos mayores informaron deterioro funcional. “Esto fue caídas, fatiga, debilidad, dificultad para caminar o levantarse de la cama”, dijo Marziliano.
El 11% experimentó un estado mental inusual entre los síntomas habituales, como “confusión, agitación, olvido, letargo”, precisó Marziliano. Aproximadamente la mitad del grupo con síntomas atípicos también padecía al menos uno de los problemas clásicos de COVID-19, como fiebre, dificultad para respirar y tos.
Con estas evidencias, la especialista advirtió: “Los médicos deben saber, los adultos mayores deben saber, sus cuidadores deben saber: si ve ciertos síntomas atípicos, podría ser Covid”.
Un dato destacable de la investigación es que detectó que la tasa de síntomas atípicos aumentó significativamente con la edad, afectando aproximadamente al 31% de las personas de 65 a 74 años, pero a más del 44% de las personas mayores de 85. Estos síntomas ocurrieron con mayor frecuencia en mujeres y en personas que tenían otras enfermedades crónicas, en particular diabetes o demencia.
Debido a que las personas que presentaban estos síntomas atípicos tenían menos probabilidades de experimentar problemas respiratorios y requerir ventilación mecánica, era menos probable que necesitaran ingresar a una sala de cuidados intensivos que quienes tenían un cuadro habitual. Pero ambos grupos pasaron unos 10 días en el hospital y aproximadamente un tercio de cada grupo murió.
Es decir que, a pesar de la diversidad de síntomas, estas personas estuvieron en el hospital durante aproximadamente el mismo tiempo, dijo Marziliano y “su tasa de mortalidad era igual de alta“.
La investigación refleja los hallazgos de otros estudios más pequeños de personas mayores que se llevaron a cabo al comienzo de la pandemia en los Estados Unidos y Europa. Durante un brote de COVID-19 en un hogar de ancianos en Providence, Rhode Island, por ejemplo, un estudio de la Universidad de Brown encontró que el síntoma más común era la pérdida de apetito, seguido de letargo, diarrea y fatiga.
“No nos sorprende necesariamente esto”, agregó Maria Carney, médica geriatra y coautora del estudio de Northwell. “Los adultos mayores no siempre se presentan como otros adultos. Puede que no tengan fiebre. Sus metabolismos son diferentes “.
Los diabéticos más jóvenes, por ejemplo, pueden sudar y experimentar palpitaciones si su nivel de azúcar en sangre baja, explicó el Carney. Una persona mayor con niveles bajos de azúcar en sangre podría desmayarse sin previo aviso. Las personas mayores que sufren de depresión pueden tener pérdida de apetito o insomnio, pero no necesariamente se sienten tristes.
En mayo de 2020, Carney escuchó de una hija preocupada por su madre, que tenía 80 años y de repente se había debilitado, que “no tenía fiebre ni tos, pero no era ella misma”, recordó. Los médicos de una sala de emergencias local le habían diagnosticado una infección del tracto urinario y recetado antibióticos, informó la hija. Pero cinco días después, la condición de su madre empeoró, entonces Carney aconsejó que “necesita una prueba de COVID-19”.
Diagnosticar COVID-19 rápidamente en pacientes mayores puede marcar una gran diferencia. “Tenemos cosas que ofrecer ahora que no teníamos en la primera ola”, dijo Eleftherios Mylonakis, jefe médico de enfermedades infecciosas de la Escuela de Medicina Warren Alpert de la Universidad de Brown, quien dirigió el estudio de hogares de ancianos de Providence. “Tenemos una mejor comprensión, más tratamientos, mejor apoyo”.
Entre esos tratamientos, Mylonakis mencionó el uso de anticoagulantes para prevenir la coagulación y el uso de anticuerpos monoclonales que fortalecen el sistema inmunológico, pero “es primordial comenzar temprano cualquier tipo de tratamiento”, aseguró.
Conocer que los síntomas de infección por SARS-CoV-2 en adultos mayores pueden ser diferentes que los de otros pacientes más jóvenes, permite a los médicos administrar terapias a tiempo y también proteger a los familiares, cuidadores y otras personas cercanas que podrán aislarse y realizarse pruebas para determinar si han sido contagiados. “No solo ayuda al individuo, sino que también puede contener la propagación del virus”, dijo Mylonakis.
Además, “podemos evitar pruebas innecesarias, pinchazos y pinchazos, tomografías computarizadas”, aseguró Carney. Las tomografías computarizadas son costosas, onerosas y requieren tiempo para programarlas y analizarlas; un hisopo nasal para COVID-19 es rápido, relativamente barato y ahora está ampliamente disponible.
Este estudio ratificó observaciones que venían realizándose desde el inicio de la pandemia. En abril de 2020, el Kaiser Health News, el servicio de noticias sin fines de lucro sobre la atención de salud, detalló que los ancianos pueden parecer “apagados” -no actuando como ellos mismos- después de ser infectados por el coronavirus. Es posible que duerman más de lo habitual o que dejen de comer. Pueden parecer inusualmente apáticos o confundidos, perdiendo la orientación a su entorno. Pueden marearse y caerse. A veces, los ancianos dejan de hablar o simplemente se desmoronan.
“Como en otras enfermedades, los adultos manifiestan que algo no está bien de manera típica, y eso lo estamos viendo también con COVID-19”, reveló entonces Camille Vaughan, jefa de la sección de geriatría y gerontología de la Universidad de Emory.
El grupo etario analizado en el estudio abarcó a la población que desde el comienzo de la pandemia fue considerada la de mayor riesgo de contraer cuadros graves y sufrir la muerte. Por eso se los priorizó en todo el mundo para acceder a la vacunación. En los últimos meses con la aparición de la variante Delta los científicos han observado la necesidad de completar el esquema de vacunación, especialmente en los grupos vulnerables.
En Argentina, hasta la semana pasada, más de la mitad, el 63%, de las personas que ya tienen el plazo vencido para la aplicación de la segunda dosis de la vacuna, en total 2.268.045, son adultos de más de 60 años. Fue el sector priorizado al comienzo del plan de vacunación, cuando solo estaba disponible en el país la Sputnik V y habían llegado, básicamente, dosis del componente uno.
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