Argentina llegó a un sombrío punto en su lucha contra la pandemia cuando esta semana superó las 100.000 muertes por COVID-19. Al cumplirse 16 meses y 11 días del primer caso de coronavirus detectado en el país, con 614 nuevos fallecidos reportados, el país llegó a las 100.250 víctimas fatales por la enfermedad.
Aunque los contagios bajaron desde el pico que hubo en junio, se han mantenido varias restricciones de cuarentena, incluida una norma del mes pasado que limita la cantidad de viajeros autorizados a ingresar al país. Además, se implementó uno de los cierres más estrictos del mundo, lo que llevó a la economía a sufrir una contracción récord de cerca del 10%, pero un comienzo lento en el rastreo de contactos permitió que los casos siguieran aumentando. Además de la pandemia, el Gobierno lucha contra una tasa de desempleo de dos dígitos, una creciente pobreza y la inflación, que ronda el 50% anual.
La enfermedad originada en Wuhan, China, a finales del 2019, lleva un año, cuatro meses y 13 días entre nosotros, pero el mundo estaba en alerta ya a principios de enero del 2020. La cuarentena obligatoria para mitigar los efectos del COVID-19 comenzó a regir en Argentina a las 00 horas del viernes 20 de marzo. Casi 16 meses más tarde, el país está al borde de otra crisis de salud: el trauma psicológico generalizado. Las agencias de salud y los expertos advierten que se aproxima una ola histórica de problemas de salud mental: depresión, abuso de sustancias, trastorno de estrés postraumático y suicidio.
Cuando las enfermedades atacan, dicen los expertos, proyectan una pandemia de lesiones psicológicas y sociales. Esta “sombra” a menudo es persistente a la pandemia por el virus y continúa atacando por semanas, meses e incluso años. Y recibe poca atención en comparación con la enfermedad, a pesar de que también devasta familias, daña y mata.
Lo cierto es que a la larga cuarentena que el país debió atravesar en 2020 para dar tiempo al sistema de salud a prepararse y evitar así el colapso sanitario con un aumento sostenido -y no exponencial- de los casos de COVID-19, le sigue este año un escenario no muy diferente, causado esta vez por la escasez de vacunas, que no dio tiempo a inmunizar a la población más susceptible de padecer cuadros graves de la enfermedad.
En el último informe, Estrés en América: una crisis de salud mental de la Academia Americana de Psiquiatría (AAP), la entidad emitió una advertencia sobre el impacto de estos eventos estresantes sobre la salud física y mental a largo plazo. Advirtieron que las personas enfrentarán una segunda pandemia, una que persistirá incluso después de que se haya abordado la amenaza física del virus.
La encuesta de seguimiento de salud KFF Health Tracking Poll encontró que muchos adultos están reportando impactos negativos específicos en su salud mental y bienestar, como dificultad para dormir (36%) o para comer (32%), aumentos en el consumo de alcohol o de sustancias (12%), y empeoramiento de las condiciones crónicas (12%), debido a la preocupación y el estrés por el coronavirus. A medida que avanza la pandemia, las medidas de salud pública necesarias y en curso exponen a muchas personas a situaciones relacionadas con resultados deficientes de salud mental, como el aislamiento y la pérdida del empleo.
La propia AAP reveló que la mayoría de los adultos (82%) declararon que nunca imaginaron que la pandemia de coronavirus duraría tanto tiempo. Casi 7 de cada 10 personas (67%) dijeron que vivir a través de la pandemia de coronavirus ha sido una montaña rusa de emociones.
Para Maximiliano Martínez Donaire, psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), sin lugar a dudas la situación de pandemia ha afectado a la población, en múltiples dimensiones. “Si nos centramos en la salud mental, no se pueden universalizar los padecimientos de las personas ya que el modo en que cada uno se vea afectado depende de sus características singulares, su medio ambiente, y los recursos de los que disponga. De todos modos, si nos proponemos dar cuenta de los tipos de problemáticas más frecuentes, asociadas al contexto de pandemia, podemos ubicar las siguientes cuestiones: la angustia ligada a la salud y los padecimientos asociados a las restricciones del contacto social”, manifestó en diálogo con este medio el especialista.
“Mucho se escucha acerca de los efectos psíquicos que trajo aparejado el confinamiento prolongado, que paulatinamente se abre y en ocasiones se requiere volver a cerrar. Ese confinamiento ha atentado contra el lazo social, ha dejado a muchos en una vivencia de soledad sin tregua y ha atacado el desarrollo de etapas vitales de crecimiento. Esa es una cara bien visible de las consecuencias psicológicas que recogemos un año y medio mas tarde de la llegada del COVID-19. Existe, además, la figura de la muerte como telón de fondo”, explicó a Infobae Agustina Fernández, psicoanalista especialista en adolescentes y miembro de la APA.
Y ahondó: “Muchos, por no decir todos, tienen la experiencia de alguna persona, más o menos cercana, fallecida a causa del COVID 19. Los protocolos de cuidado de la salud dificultan la despedida y devuelta el aislamiento deja en soledad. Los duelos que se hacen mas difíciles de tramitar y los rituales funerarios que se imposibilitan no colaboran. Pero por sobre todo, esa figura de la muerte que se hace presente, que se siente cercana, dispara la fantasía que bien puede ser una realidad: la próxima víctima podría estar aún más cerca, incluso podría ser el mismo sujeto. Las crisis de angustia se multiplican y muchas personas viven en un estado de alerta constante, con sentimientos de ahogo, alteraciones del sueño, agotamiento y desesperanza. Para llevar la vida con cierta tranquilidad los seres humanos necesitan desmentir un poco la muerte, no pensar tanto en ella, saber que existe pero aun así ubicarla lejos. La actual situación que la humanidad vive la hace presente permanentemente, como una pesadilla que se repite cada día y deja a los sujetos desarmados”.
En tiempos no pandémicos, tomar decisiones que benefician tanto la salud física como la salud mental era relativamente sencillo, ya que estas opciones a menudo eran una y la misma. Hacer el bien por el cuerpo tiene beneficios tangibles para el estado de ánimo y el bienestar psicológico. Por ejemplo, el ejercicio reduce significativamente la ansiedad y la depresión, a tasas comparables a las de la farmacoterapia. Asimismo, los hábitos de sueño saludables que fomentan la homeostasis física y el funcionamiento más eficiente del sistema inmunológico también reducen significativamente el riesgo de depresión, ansiedad y enfermedad bipolar.
Sin embargo, la pandemia ha desarraigado las rutinas habituales para tomar decisiones sobre la salud. Hoy en día, elegir tomar decisiones saludables para minimizar el riesgo de infección por virus tiene un costo para la salud mental, tanto a corto como a largo plazo. “Cuando nos ponemos en cuarentena, protegemos nuestra salud física, pero también aumentamos nuestro aislamiento social, lo que incrementa nuestra soledad, fomenta las emociones negativas y limita el acceso a sistemas de apoyo social cruciales que amortiguan la depresión”, explicó June Gruber profesora de psicología y neurociencia en la Universidad de Colorado Boulder.
“Los padres que han protegido a sus hijos de contraer o propagar el COVID-19 al limitar las citas de juego o la educación en el hogar se preocupan con razón por el costo desconocido en el desarrollo socioemocional de sus hijos ante la ausencia de interacción social con los compañeros. Los adultos jóvenes han perdido hitos monumentales, incluidas las graduaciones de la escuela secundaria y la universidad, oportunidades para el procesamiento colectivo y la creación de significado que tienen beneficios psicológicos y de salud física positivos. Ahora, estas experiencias representan una costosa compensación, que conlleva a preguntarse más fuertemente qué lado de la salud elegimos proteger”, continuó Gruber.
Este acto de equilibrio omnipresente deja la sensación de que la salud física y mental están en desacuerdo, en una batalla que compite por la atención: ¿debería priorizar la salud física y la de la familia, o la salud mental debilitada durante este momento estresante e incierto? Sin embargo, este cálculo es aún más complicado. “Por supuesto -aclaró la especialista-, no solo preocupa la propia salud física o mental, sino también el bienestar del mundo humano global a medida que se equilibran nuestras necesidades individuales con las de nuestra comunidad colectiva”.
En esta línea, consultado por Infobae, el psicólogo Jorge Catelli (MN 19868), miembro de la APA, sostuvo: “La pandemia ha desnudado la fragilidad humana: un virus puso en vilo a la humanidad toda, a cada sistema de gobierno, a la salud pública, las economías, la vida cotidiana hasta en sus más pequeñas expresiones, que han quedado infectadas por la pandemia del recuerdo de la vulnerabilidad humana. Parecería una pasión por el sistema decimal, la que nos produce un especial impacto, al ver la cifra ‘redonda’ de cien mil. No es más que el horror ante la muerte propia, recordada por la cifra aterradora, la evocación del desamparo propio y aquélla fragilidad inicial, con que se produjo la inauguración de la vida, junto a la confianza esperanzada en el otro, que ahora queda burlada por la constatación de la muerte masificada y consecuentemente imaginable para cada quien”.
Que la pandemia de coronavirus desencadenó una crisis mundial de salud mental es moneda corriente. Esta narrativa se afianzó casi tan rápido como el propio virus. Durante el 2020, artículo tras artículo, advertía sobre una inminente epidemia psicológica. Como han señalado los científicos clínicos y los psicólogos del mundo, la pandemia de coronavirus ha creado muchas condiciones que podrían conducir a angustia psicológica: interrupciones repentinas y generalizadas de los medios de vida y las conexiones sociales de las personas; millones en duelo; y los más vulnerables sometidos a penurias duraderas. Un colapso global del bienestar parecía inevitable.
Sin embargo un grupo de trabajo de salud mental, encargado por The Lancet, para cuantificar los efectos psicológicos de la pandemia revisó los mejores datos disponibles y observó que si bien algunos grupos, incluidas las personas que enfrentan estrés financiero, experimentaron un sufrimiento sustancial que les cambió la vida, al observar la población mundial en su conjunto, les sorprendió no encontrar la miseria prolongada que esperaban.
“Los seres humanos poseen lo que algunos investigadores llaman un sistema inmunológico psicológico, una serie de habilidades cognitivas que nos permiten sacar el máximo provecho incluso de la peor situación. Por ejemplo, después de romper con una pareja romántica, las personas pueden concentrarse en los hábitos molestos de su ex o disfrutar de su nuevo tiempo libre. La pandemia ha sido una prueba del sistema inmunológico psicológico global, que parece más robusto de lo que imaginamos”, aseguraron los expertos en diálogo con la revista The Atlantic.
Aun así, advierten, estas tendencias generales no deberían borrar las luchas reales (dolor inmenso, pérdida abrumadora, dificultades financieras) que tantas personas enfrentaron durante los últimos 17 meses. “Como muchos aspectos de la pandemia, el costo de salud mental del coronavirus no se distribuyó de manera uniforme. Al principio, algunos segmentos de la población, incluidas las mujeres y los padres de niños pequeños, mostraron un aumento especialmente pronunciado de la angustia psicológica general. A medida que la pandemia avanzaba, los desafíos duraderos de salud mental afectaron de manera desproporcionada a las personas que enfrentaban problemas financieros, las personas que se enfermaron con COVID-19 y las que habían estado luchando con trastornos físicos y de salud mental antes de la pandemia. La resiliencia de la población en su conjunto no exime a los líderes de su responsabilidad de brindar apoyo tangible y acceso a servicios de salud mental a aquellas personas que han sufrido la angustia más intensa y que corren el mayor riesgo continuo”, subrayaron.
Y concluyeron: “Pero la asombrosa capacidad de recuperación que la mayoría de la gente ha mostrado frente a los cambios repentinos provocados por la pandemia tiene sus propias lecciones. Aprendimos que las personas pueden manejar cambios temporales en su estilo de vida, como trabajar desde casa, dejar de viajar o incluso aislarse, mejor de lo que podríamos asumir. Al mirar hacia los próximos grandes desafíos del mundo, incluida una pandemia futura, debemos recordar esta lección que hemos ganado con tanto esfuerzo: los seres humanos no somos víctimas pasivas del cambio, sino administradores activos de nuestro propio bienestar. Este conocimiento debería empoderarnos para realizar los cambios disruptivos que nuestras sociedades pueden requerir, incluso mientras apoyamos a las personas y comunidades que se han visto más afectadas”.
“Como toda situación de crisis, esta pandemia pone a prueba los recursos individuales y colectivos para dar respuesta, de modo que se ponen en evidencia tanto las fortalezas como las debilidades, las potencialidades y limitaciones. Es por ello que esta situación puede desencadenar distintos tipos de desequilibrios y padecimientos en aquellos que se encuentren en un momentos más vulnerable, que atraviesen un periodo de inestabilidad subjetiva o presenten un grado de conflictividad interna elevado”, aseveró Martínez Donaire.
Si tuviéramos una “vacuna” de salud mental, ¿cómo sería?
Basándonos en la investigación relacionada con traumas colectivos o masivos (traumas que afectan a grandes grupos de personas), somos los más adecuados para apuntar a la prevención secundaria. La misma pretende reducir los efectos de una enfermedad cuando la enfermedad ya está presente en su forma temprana. Esencialmente, significa evitar que empeore. En el contexto de la salud mental, esto significaría abordar los síntomas de salud mental de manera temprana para disminuir los efectos importantes a largo plazo.
La investigación de intervención temprana sugiere que las terapias cognitivo-conductuales (TCC) pueden ser especialmente efectivas para reducir el riesgo de empeoramiento de los problemas de salud mental. Puede ser apropiado implementar una “vacuna TCC” (terapia cognitivo-conductual) para aquellos que muestran síntomas elevados tempranos. De ser así, las personas más jóvenes serían un grupo de alto riesgo al que apuntar para la prevención prioritaria.
Las personas más jóvenes tienen tasas más altas de ansiedad y otros problemas de salud mental. También hay evidencia preliminar que sugiere que cuando hay síntomas de salud mental, las personas más jóvenes pueden tener peores resultados que los grupos mayores (similar a los resultados físicos más pobres que estamos viendo cuando los adultos mayores desarrollan COVID-19), pero esta investigación es mixta.
Lo que sí sabemos es que los problemas de salud mental, especialmente cuando son duraderos, pueden tener un impacto importante en la calidad de vida, el funcionamiento diario y la salud física, incluida la aparición y la muerte de la enfermedad, en todas las edades.
Desafortunadamente, para muchos, recibir tratamientos científicamente respaldados por un profesional de salud mental calificado es un lujo. Los servicios son de difícil acceso, especialmente durante este tiempo cuando la necesidad es mayor. A largo plazo, debemos seguir invirtiendo en profesionales de la salud mental para satisfacer las necesidades de servicio de la población.
La salud mental debe ser una prioridad en todas las edades, pero puede ser especialmente importante en las personas más jóvenes. Necesitamos involucrarnos en esfuerzos similares para aplicar una “vacuna” de salud mental ampliamente accesible como lo estamos haciendo para la vacuna COVID-19 si realmente queremos tener todos los elementos de esta pandemia bajo control.
“Creo que el impacto de la pandemia sobre la salud mental está evidenciado, no es una cosa que nosotros solo veamos en nuestro día a día, sino que empieza realmente a aparecer en publicaciones -aseguró Montserrat Graell, jefa de psiquiatría del Hospital Niño Jesús de Madrid-. Sabemos que de cara al futuro esto va a seguir ocurriendo. Tenemos que trabajar para conseguir que el impacto de este tsunami de salud mental sea el menor posible sobre la población. Esto significa menos mortalidad y también menos efectos secundarios sobre la sociedad. Para logarlo, necesitamos tener una planificación distinta y sobre todo una implementación distinta de los planes de salud mental donde se tengan en cuenta todas las capacidades del sector y ahí me refiero no solo al sector público, sino también al sector privado”.
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