Cuando nos queremos dar cuenta, ya pasó poco más de un año desde que escuchamos hablar de casos aislados de una neumonía poco común en China. En ese entonces, nos parecía un hecho no solo lejano, sino ajeno a nuestra realidad. Dos meses después, y en plena organización del comienzo de clases y de la puesta en marcha de nuestros proyectos, estábamos confinados en casa con nuestra vida cotidiana totalmente alterada.
El encierro trajo todo un aprendizaje sobre el coronavirus y, en tiempo récord, ya existe no solo una, sino varias vacunas disponibles.
Pero transitar estos meses no fue nada sencillo. Desde la incredulidad inicial, diferentes teorías intentaban orientarnos. No se sabía si se trataba, por ejemplo, de un virus con una peligrosidad similar al de la gripe. El tiempo demostró que, lamentablemente, no es así: ya se infectaron más de cien millones de personas y han muerto más de dos millones y medio por COVID-19 en todo el mundo, con tasas mucho más altas que las de la gripe.
Además de las consecuencias en la salud, la recesión económica por el cese de las actividades ha afectado a todos los países del mundo, con mucha más repercusión en los países no industrializados. El estudio del virus de manera simultánea en todo el mundo agregaba (y agrega) información nueva, semana tras semana.
Ya sabemos que la vacuna no es la solución: con la lógica demanda de millones de dosis, la producción está algo ralentizada, el acceso a ella no es equitativo para todos los países y, por una cuestión cronológica, aún no conocemos cuánto dura la inmunidad que otorgan. Se sabe, también, que el clima caluroso no disminuye la presencia del virus: la llamada “segunda ola” en Brasil, con decenas de miles de infectados y miles de muertos cada día así lo confirma.
Transmisión del virus en las superficies
Una de las principales preocupaciones al inicio de la pandemia era si el virus persistía en las superficies. Así, la limpieza exhaustiva de los envases de los productos comprados en el supermercado, de la suela de los zapatos (y de las patitas de las mascotas) al volver a casa y de todos los muebles del hogar, se convirtió en una rutina casi diaria y agotadora. Por fortuna, hay cada vez más evidencia que indica que el virus no permanecería viable demasiado tiempo en estas superficies y que este tipo de limpieza no sería necesario.
El virus viaja en aerosoles
Por otro lado, sí se sabe que el SARS-CoV-2 se transmite mediante aerosoles presentes en las secreciones respiratorias de las personas infectadas. Esto es particularmente importante, por su peligrosidad, en ambientes cerrados y mal ventilados. De allí la recomendación de evitar las reuniones numerosas y de preferir siempre lugares al aire libre para reunirnos con nuestros seres queridos.
El barbijo, nuestro gran aliado
Otra certeza que nos tranquiliza en medio de la pandemia es que el uso de barbijo es fundamental para prevenir la transmisión. La mayoría de las personas hay se han acostumbrado a su uso. Si bien la tasa de transmisión en los niños aun no se conoce del todo, también está recomendado para los niños mayores de 6 años. Los más pequeñitos no deben usarlo porque, dado que sus vías respiratorias no están del todo maduras, necesitan tener las vías de entrada despejadas para respirar bien.
¿Cuáles son las consecuencias de la COVID-19 en el largo plazo?
En la mayoría de las personas infectadas, el SARS-CoV-2 causa síntomas leves en el corto plazo, una enfermedad respiratoria aguda o, directamente, ningún síntoma.
Pero en un porcentaje menor, las personas sufren síntomas de larga duración; en estos casos, la enfermedad se llama COVID-19 prolongada. Estos pacientes presentan dificultad para respirar, fatiga prolongada, dolor de cabeza y articulaciones y pérdida de olfato y gusto. Lo importante es tener en cuenta que todas estas alteraciones pueden ser tratadas con un seguimiento adecuado; incluso existen terapias de rehabilitación para la anosmia (falta de olfato), un síntoma hasta entonces casi desconocido y que terminó siendo uno de los granes protagonistas de la pandemia. Los científicos están investigando qué factores pueden predisponer a sufrir esta variante prolongada de la enfermedad.
El impacto social de la pandemia
El virus no solo trajo enfermedades orgánicas, sino que de a poco comienzan a manifestarse las consecuencias económicas ya mencionadas, sino profundas modificaciones en nuestra interacción social. El aislamiento de nuestros seres queridos, el encierro, los cambios laborales (muchas veces, con pérdida de la fuente de trabajo) y en la escolaridad han repercutido de manera negativa en nuestra psiquis y en nuestro comportamiento. Así, los trastornos del sueño, del humor y de los estados de ánimo alteraron nuestra cotidianeidad y, en algunos casos, desencadenaron cuadros que necesitaron tratamiento por especialistas.
El coronavirus y el medioambiente
La mayoría de las enfermedades emergentes, casi un 75% son zoonóticas, es decir, que se originan en animales. La COVID-19 no es la excepción, ya que se cree que se originó en pangolines vendidos en mercados húmedos en China. La responsabilidad parece ser toda nuestra, de los seres humanos: nuestra intervención en el suelo con las consiguientes alteraciones climáticas, la invasión y aniquilación de los hábitats salvajes y el inmenso tránsito de la población mundial por todo el planeta han ayudado a difundir enfermedades transmitidas por animales.
Esto, combinado con la urbanización, la superpoblación y el comercio mundial, han creado un escenario ideal para que se produzcan más pandemias. La prueba de la intervención perniciosa del ser humano en el medioambiente es que, durante la etapa de confinamiento más estricto, la contaminación y las emisiones de gases de efecto invernadero se redujeron en todos los continentes a medida que los países intentaban contener la propagación del virus. Una vez relajadas estas medidas de aislamiento, y con el regreso parcial de la actividad económica, volvieron a aumentar de manera drástica. Otro tema para considerar es la notable disminución en el desperdicio de alimentos, tal vez producto del temor por la escasez de estos.
Existe la posibilidad de que la pandemia tenga un impacto más duradero en el medioambiente, y los ambientalistas se preguntan si la forma en la que respondimos a la crisis de COVID-19 podría servir como modelo para responder al cambio climático.
*Stella Maris Cuevas (MN: 81701) es Médica otorrinolaringóloga - Experta en olfato – Alergista. Expresidenta de la Asociación de Otorrinolaringología de la Ciudad de Buenos Aires (AOCBA)
SEGUIR LEYENDO: