El 2020 será recordado como el año en el que, incrédula, la sociedad vio cómo una pandemia cambió su forma de vivir. El coronavirus y las medidas de aislamiento impactaron en la vida de todas las personas a nivel global. Para quienes son adolescentes, esta coyuntura los encuentra en una etapa de pleno desarrollo y crecimiento, de transición de la infancia a la edad adulta, con cambios físicos, emocionales y mentales. En tiempos en que deberían estar yendo a la escuela y compartiendo momentos con sus pares, los adolescentes se adaptaron a una nueva forma de vivir.
La medida en que los jóvenes pueden transmitir el coronavirus y la diferencia entre las vulnerabilidades de los niños más pequeños y los adolescentes a la enfermedad ha sido un tema de interés científico. Las elecciones hechas por los jóvenes pueden ser “la diferencia entre la vida y la muerte para otra persona”, dijo el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus.”Hoy tengo un mensaje para ellos: no son invencibles, este virus podría llevarlos al hospital por semanas o incluso matarlos”.
Una preocupante tendencia sugiere que los jóvenes son los principales impulsores de la enfermedad. Siguiendo esta línea de pensamiento fue que el organismo de la Organización Mundial de la Salud en América, la OPS, señaló que no se puede descartar una segunda ola de la pandemia en la región, especialmente porque los jóvenes están presentando una incidencia “desproporcionada” en la pandemia. “Los jóvenes son los principales impulsores de la propagación en nuestra región”, dijo en una conferencia de prensa virtual la directora de la OPS, Carissa Etienne.
“Que los jóvenes se crean inmunes es una característica del momento evolutivo que atraviesan que va más allá de esta enfermedad. Viven al filo creyendo que por su propia omnipotencia pueden enfrentar cualquier desafío. Se trata de una especie de coraza ante su propia impotencia frente a sus verdaderos cambios emocionales”, explicó en diálogo con Infobae la psicoanalista especialista en niños y adolescentes, Nora Koremblit de Vinacur, ex secretaria del Departamento de Niños de la Asociación Psicoanalítica Argentina y coautora del libro Parentalidades.
Alrededor de 1.200 millones de personas, o 1 de cada 6 de la población mundial, son adolescentes de entre 10 y 19 años. Si bien la mayoría está sana, todavía hay una cantidad considerable de muertes prematuras, enfermedades y lesiones entre los adolescentes. Las enfermedades pueden obstaculizar su capacidad para crecer y desarrollarse a su máximo potencial. El consumo de alcohol o tabaco, la falta de actividad física, las relaciones sexuales sin protección y/o la exposición a la violencia pueden poner en peligro no solo su salud actual, sino también su salud como adultos e incluso la salud de sus futuros hijos.
La adolescencia es una época de crecimiento que implica la experimentación y la toma de riesgos. Para algunos jóvenes, las presiones sociales de intentar encajar pueden ser excesivas. Estos años pueden ser aún más preocupantes para los adolescentes cuando se enfrentan a embarazos adolescentes, abuso de sustancias, violencia, acoso escolar, delincuencia, depresión, lesiones no intencionales y fracaso escolar. Los padres a menudo caminan por la cuerda floja entre permitir que un adolescente adquiera algo de independencia y ayudarlos a lidiar con sus sentimientos durante este momento difícil y desafiante de sus vidas.
“Muchos de los problemas de salud que dependen del ‘cuidado de sí' encuentran una particular debilidad en la adolescencia, en relación con lo que son conocidas como ‘conductas de riesgo’. La adolescencia en general, es un período en que el despliegue libidinal en los sujetos logra sentimientos extremos, que oscilan entre momentos de impotencia, duelo y melancolía y por otro lado de manía y omnipotencia”, manifestó consultado por este medio el psicólogo Jorge Catelli (MN 19868), miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Para el especialista, “las derivaciones de estas características generales de esa etapa de la vida, varían de acuerdo a cada sujeto, a la singularidad propia de su organización psíquica. El cuidado de sí, tanto en los momentos más melancólicos como en los más maníacos, queda particularmente afectado ya sea por el “descuido activo” como por la sensación de invulnerabilidad, causantes de diversas conductas relacionadas con los cuidados necesarios para evitar los riesgos de contagio, como también en relación a conductas desafiantes contra los demás”.
Catelli asegura que el desafío que las adolescencias hoy proponen tiene que ver con la necesidad de cuidado. “Ese cuidado -continuó- no siempre es posible que se lo procure el adolescente por las razones explicitadas anteriormente, en un momento en que están involucrados procesos complejos respecto del cuerpo infantil, el lugar de niño e incluso los padres de la infancia, junto con la consolidación y puesta a prueba de identificaciones que le den solidez a su personalidad. La cantidad de energía psíquica involucrada en estos procesos mentales es tan grande que la disponibilidad para el cuidado de sí es particularmente frágil. De ahí la necesidad de la intervención del universo adulto -de las otras generaciones- para poder sostener cuidados que por sí mismos no se pueden procurar”.
“Durante estos últimos meses de pandemia, pudimos observar que muchas personas adultas asumen conductas de riesgo al no respetar los protocolos de prevención como la distancia social, el correcto uso del barbijo, las reuniones clandestinas, etc. Este es un pésimo ejemplo para los adolescentes, que deberían poder seguir modelos de conducta que conduzcan al cuidado de la salud propia y del prójimo. Incluso hemos visto en muchos casos que son los hijos los que previenen a sus padres cuando observan que estos manifiestan rebeldía ante el acatamiento de las medidas de seguridad”, explicó a Infobae la doctora Beatriz Literat, médica sexóloga clínica y ginecóloga del Departamento de Gineco-Sexo-Estética de Halitus Instituto Médico.
Y continuó: “Esos antiejemplos o antimodelos de rebeldía ante las normas de conducta sociales, sumados a la poca capacidad de reflexión y pensamiento anticipatorio del riesgo típica de la edad adolescente y juvenil se trasladan a la vida sexual de estos jóvenes que pierden el sentido de responsabilidad. El mismo hecho de observar en la sociedad la falta de respeto, la delincuencia como algo corriente y sin mayores consecuencias, la falta de transparencia en las conductas y la mentira o minimización de los hechos como parte de la comunicación diaria en muchos niveles de la sociedad, genera el vacío de objetivos éticos y el descuido como algo aceptable”.
Infecciones de transmisión sexual
Pese a las restricciones y bloqueos extremos para contener el brote las infecciones de transmisión sexual continúan en aumento. La gonorrea, la sífilis secundaria y el micoplasma genital están siendo diagnosticados con mayor frecuencia en plena pandemia, por relajamiento de las prevenciones y los cuidados sexuales. Así lo develó una investigación presentada en el Congreso de la Academia Europea de Dermatología y Venereología, que analizó en detalle el problema.
“Se asumió que el encierro reduciría la oportunidad de encuentros sexuales e ITS. Sin embargo, me sorprendió la cantidad de nuevas infecciones agudas diagnosticadas en este corto período de tiempo. La gonorrea y la sífilis suelen ser más frecuentes en personas jóvenes, por lo que la infección puede haber aumentado porque la concentración de morbilidad y mortalidad de COVID-19 en los ancianos hizo que la cohorte más joven, más activa, se sintiera protegida y, por lo tanto, menos reacia al riesgo”, explicó Marco Cusini, coautor del estudio e investigador de La Fondazione IRCCS Ca ‘Granda Ospedale Maggiore di Milano Policlinico en Italia.
Según advierte una investigación que realizó el Centro Nacional para la Información Biotecnológica de los Estados Unidos, de aproximadamente 20 millones de nuevas infecciones de transmisión sexual (ITS) cada año en el país norteamericano, la mitad de los casos ocurren entre adolescentes de 15 a 24 años. Se estima que 1 de cada 4 mujeres adolescentes sexualmente activas tiene una ITS, más comúnmente infección por Chlamydia trachomatis (CT) e infección por el virus del papiloma humano (VPH).
Los adolescentes tienen un riesgo único de contraer ITS tanto desde el punto de vista conductual como biológico. Desde el punto de vista del comportamiento, es más probable que los adolescentes se involucren en conductas sexuales de alto riesgo, como parejas concurrentes o sexo sin condón. Según datos revelados por el estudio, esto se debe en parte al hecho de que la corteza prefrontal, responsable de la función ejecutiva, todavía se está desarrollando durante la adolescencia. Además, los adolescentes tienen menos probabilidades que los adultos de acceder y utilizar los servicios de salud sexual.
“El adolescente busca el riesgo. Es una necesidad que tiene por su sensación de omnipotencia, es una manera de medir su fuerzas, las cosas que puede hacer y las que no. Es un momento de transición, de cambio y dificultoso pero que necesita medirse, el adolescente necesita medir hasta dónde puede. En la posibilidad de poder ponerse en riesgo, las enfermedades de transmisión sexual van a estar incluidas. El adolescente se defiende con aspectos omnipotentes aunque su sensación es de gran inermidad. Hay que apuntar a acompañarlos y evitar el peligro para poder llegar a buen puerto”, aseveró Koremblit de Vinacur.
Para Literat, “el simple hecho de que se haya descuidado e ignorado un año lectivo completo, ya le esta dando al joven un mensaje tremendamente negativo para su formación. La desatención de los jóvenes es algo real que está sucediendo y que genera conductas antisociales que difícilmente puedan revertirse”.
Todos esos factores conducen a una mayor probabilidad de exposición y una menor probabilidad de diagnóstico y tratamiento. Desde una perspectiva biológica, las mujeres adolescentes son particularmente susceptibles a las ITS como la CT y el VPH debido a una menor producción de mucosa cervical y una mayor ectopia cervical. Por lo tanto, si se exponen a una ITS, las mujeres adolescentes tienen más probabilidades que los adultos de infectarse.
A pesar de la alta prevalencia y la alta morbilidad, existen datos relativamente limitados sobre las ITS en adolescentes. La mayoría de los estudios y las pautas se centran en las infecciones y el tratamiento en adultos. Sin embargo, para abordar adecuadamente la epidemia de ITS, es fundamental comprender y prevenir las infecciones de los adolescentes.
Muchos de los problemas de salud, incluidas las ITS, son el resultado de conductas específicas de riesgo. Los factores determinantes de los riesgos de las ITS entre los adolescentes incluyen factores conductuales, psicológicos, sociales, biológicos e institucionales. Un enfoque integral que incluya una educación de calidad basada en la teoría, clínicas de salud accesibles y efectivas y mejores condiciones sociales y económicas tiene la mayor promesa de controlarlas.
Adolescentes y COVID-19: qué piensan sobre su papel en la pandemia
El SARS-CoV-2 no ha afectado clínicamente a los adolescentes de forma grave en comparación con otros grupos, sin embargo, se han visto profundamente afectados por las medidas de control, por ejemplo, el distanciamiento social y el cierre de escuelas.
En la mayor parte del mundo, la respuesta a la pandemia de COVID-19 ha sido “guiada por la ciencia”. Ahora, las consecuencias psicosociales y económicas más amplias de la pandemia están emergiendo rápidamente. Aunque los jóvenes han sufrido menos que otros grupos vulnerables como resultado directo de la enfermedad, el impacto indirecto sobre ellos ha sido marcado. Quizás -advierte una investigación publicada en la prestigiosa revista científica British Medical Journal (BMJ)- de mayor preocupación son los efectos educativos y psicosociales del distanciamiento físico, el aislamiento social y el cierre de escuelas en el bienestar de los niños.
Para los especialistas del Young People’s Forum que llevaron a cabo el estudio, fue necesario explorar el papel que los jóvenes pueden desempeñar en el proceso de recuperación, ya que, como adultos, soportarán las consecuencias económicas y psicosociales de la pandemia. Sin embargo, ha habido poca exploración formal de cómo ven su papel en este proceso. Para comenzar a abordarlo, exploraron las opiniones de los jóvenes sobre el impacto de la pandemia en sus vidas y las de su comunidad, sobre el cierre de escuelas y sobre el papel que deseaban desempeñar en la recuperación.
Según los hallazgos develados por la investigación las principales preocupaciones de los jóvenes sobre la pandemia son sus efectos sobre los demás y sobre su propia educación y futuro. Al mismo tiempo, aseguran sentirse receptores en lugar de participantes en el proceso pandémico; exigen información accesible y apropiada y medios por los cuales se pueda escuchar su voz.
Los participantes mostraron un claro reconocimiento de los efectos de la pandemia y las medidas de control impuestas en la sociedad en general, centrándose principalmente en tres grupos: ancianos, socialmente desfavorecidos y padres.
Todos los participantes eran expertos en tecnología y podían unirse a un foro de videoconferencia, pero habían experimentado desafíos de comunicación con sus parientes más ancianos que a menudo carecían de habilidades para usar los medios de comunicación en línea. Los participantes reconocieron esto como un problema más amplio, incluso para aquellas organizaciones que normalmente apoyarían a las personas mayores que ahora enfrentan problemas de comunicación.
La mayoría eran conscientes de los desafíos que plantean las desigualdades sociales para quienes proceden de entornos desfavorecidos. En particular, mencionaron que los estudiantes que carecían de los dispositivos necesarios para la educación en el hogar necesitaban apoyo y la provisión de materiales apropiados, actualizados y dinámicos.
Por último, discutieron cómo las responsabilidades en competencia planteadas por el cierre de la escuela y trabajar desde casa era un desafío para sus padres, quienes a menudo carecían de habilidades de enseñanza y del tiempo necesario para apoyar a los niños con la tarea.
Sobre los impactos percibidos en sus propias vidas, muchos sintieron que la educación en el hogar y el aprendizaje en línea habían sido una experiencia abrumadora producida por factores como el nuevo formato, la falta de interacción entre pares para el debate y la educación y la falta de apoyo adecuado de sus maestros. Los participantes expresaron cómo el apoyo recibido fue inadecuado y lento en cuanto a los plazos de presentación.
En cuanto al aislamiento social, los participantes mencionaron dificultades para no poder socializar cara a cara con sus pares, con quienes normalmente compartirían sus luchas personales. Además, expresaron desafíos producidos por la interrupción de sus mecanismos de afrontamiento habituales, como actividades deportivas o musicales. Si bien algunos de ellos se estaban adaptando rápidamente a los nuevos formatos en línea, existía preocupación por la gran cantidad de tiempo frente a la pantalla al que ahora estaban expuestos.
Las opiniones sobre la reapertura de las escuelas fueron variadas. Algunos pensaron que esto era necesario para que los padres pudieran volver a trabajar. Por el contrario, otros consideraron esto inseguro ya que los niños serían los primeros en la sociedad en tener un contacto cercano con otras personas.
Al mismo tiempo, se expresaron varias inquietudes sobre la reapertura de la escuela relacionadas con las medidas de control de infecciones impracticables, incluidas las medidas de distanciamiento social, que generarían riesgos para el personal y los miembros de la familia de los estudiantes que pudieran estar en alto riesgo de enfermedad grave.
Los jóvenes acordaron que tenían derecho a recibir información sobre la pandemia, pero reconocieron los desafíos asociados con adaptarla a las necesidades de los destinatarios y a los diferentes grupos de edad. Sin embargo, consideraron que se deben proporcionar detalles completos evitando redacción complicada y contenido extenso y confuso.
También, mencionaron varios problemas con la forma en que se presentaba la información, que sintieron que no estaba dirigida explícitamente a una audiencia de jóvenes. Muchos recursos de conocimiento proporcionaron cantidades abrumadoras y confusas de datos, con inconsistencias entre los informes oficiales del gobierno o instituciones y lo que vieron en las redes sociales. Sin embargo, también identificaron el riesgo de fake news en algunas plataformas, lo que les preocupaba por la considerable incertidumbre que podía generar entre ellos.
Según los informes, se recibió información de diferentes canales, especialmente de las escuelas. Sin embargo, solo unos pocos mencionaron que tuvieron la oportunidad de expresar sus preguntas y opiniones. La mayoría de los participantes estuvo de acuerdo con la sensación de no tener voz durante la pandemia o durante el proceso de recuperación. Y muchos expresaron la opinión de que deberían ser parte de este proceso, ya que son y serán directamente afectados por la pandemia en múltiples aspectos de su vida actual y futura.
La discusión celebrada entre este grupo de jóvenes brindó una visión notable sobre su conciencia de los problemas morales que les conciernen a ellos mismos, sus familias y la comunidad en general. Demostraron conocimiento de sí mismos a lo largo del tiempo con respecto a las ambiciones futuras y la necesidad de educación. Además, los participantes expresaron su disposición a participar en el proceso de respuesta y recuperación buscando activamente tanto fuentes de información como medios para expresar sus opiniones. Sin embargo, la mayoría reconoció la falta de oportunidades para expresarse y participar activamente en el proceso.
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