El Síndrome de Dravet es una enfermedad de origen genético caracterizada por la ocurrencia de cuadros febriles y convulsiones epilépticas de duración prolongada. Esta afección, que suele comenzar entre los 4 y 24 meses de edad y que en el 80% de los casos involucra la mutación de un gen (llamado SNC1A),puede ser resistente a los fármacos, con lo cual desde hace más de una década viene utilizándose con éxito en estos pacientes la terapia cetogénica, que demostró disminuir la ocurrencia de las crisis entre un 75% y un 99% en 6 de cada 10 pacientes, y en algunos, incluso erradicarlas.
Se estima que su incidencia es de 1 en cada entre 20 mil y 40 mil nacimientos, lo que representaría en nuestro país aproximadamente 25 nuevos casos por año. Entre sus efectos, pasados los dos años, se encuentra el enlentecimiento del desarrollo cognitivo.
“Esta enfermedad es uno de los síndromes en donde más se investigó en los últimos años: ha tenido un avance en los conocimientos de manera exponencial y, particularmente, desde el punto de vista diagnóstico y en la búsqueda de nuevos tratamientos. Es una de las afecciones más severas que se ve en la práctica diaria”, señaló Roberto Caraballo, neurólogo pediatra, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Garrahan.
A partir de que aparecen los signos característicos de la enfermedad y hay sospecha firme del diagnóstico mediante un score donde se definen y miden las crisis febriles y su duración, se empieza a buscar el gen involucrado. “Sabemos que en el 80% de los casos el SCN1A es el gen responsable de la patología. A partir de allí, también hay que estudiar la genética de ambos padres para definir las características, confirmar el diagnóstico y también asesorar a esa familia”, indicó Caraballo.
Según el especialista, la detección temprana del Síndrome de Dravet es fundamental para evitar el deterioro neurológico de los pacientes, implementando una serie de tratamientos farmacológicos y no farmacológicos. Además, hoy se sabe que el gen por sí solo puede llevar a un deterioro del desarrollo, independientemente de la epilepsia. Este daño puede ser cognitivo, motor y conductual. “Hoy sabemos que el gen provoca ambas situaciones: por un lado, la epilepsia, refractaria a los medicamentos, complicada y de difícil manejo terapéutico y, por otro lado, un deterioro del desarrollo que ocurre al mismo tiempo. Mientras se avanza en líneas de investigación que apunten a la terapia génica para frenar el deterioro, el abordaje terapéutico se vale del uso de fármacos y de la terapia cetogénica”, apuntó el profesional.
La terapia cetogénica se describió por primera vez hace casi 100 años y consiste en una alimentación que presenta una proporción alta en grasas, adecuada en proteínas y baja en carbohidratos. Se pueden incluir múltiples opciones de alimentos, como crema de leche, aceite, manteca, carnes, pollo, huevo, quesos y pescado. También se han desarrollado fórmulas nutricionales, suplementadas con vitaminas y minerales, que aportan los nutrientes necesarios para cumplir con los objetivos del tratamiento. Estas se utilizan en la elaboración de las comidas y permiten aumentar la diversidad de las preparaciones. La cobertura gratuita de estas fórmulas está garantizada por las leyes de Discapacidad (N° 22.431 y N° 24.901) y por la Ley de Epilepsia (N° 25.404).
“A partir de la década del 90, comenzamos a utilizar la terapia cetogénica como un tratamiento no farmacológico muy interesante para los niños con esta enfermedad. Lo que vimos, y que luego fue corroborado en diversas publicaciones científicas, es que había muy buenos resultados y en algunos casos realmente el tratamiento favorecía el control de las crisis y del deterioro; esto ocurre fundamentalmente a partir de la mejoría de la epilepsia. El interrogante que aún tenemos es si además la terapia cetogénica puede tener un efecto protector sobre el sistema nervioso central”, relató Caraballo.
Entre los estudios científicos que respaldan con evidencia el uso de la terapia cetogénica para el control de las crisis en el Síndrome de Dravet, se encuentra el realizado recientemente en modelos animales, ratones específicamente, en los que se reprodujo la enfermedad y a los que se les suministró la terapia cetogénica.
Se vio que en los animales de control la tasa de supervivencia fue del 44% al día 60, las muertes eran acompañadas además por mayores convulsiones generalizadas espontáneas (técnicamente denominadas tónicoclónicas), mientras que los ratones a los que se les había aplicado la terapia cetogénica presentaron un 86% de supervivencia al día 60. Este dato es significativo si se toma en cuenta que el riesgo de muerte súbita inesperada en la epilepsia (SUDEP) en quienes padecen Síndrome de Dravet es 15 veces mayor que en otras epilepsias pediátricas. Los especialistas consideran que la disminución del riesgo de SUDEP es debido a que la terapia cetogénica tiene la particularidad de mermar la agresividad del estado convulsivo del Síndrome de Dravet.
A su vez, un estudio comparativo realizado en el Hospital Garrahan mostró que en los pacientes con Síndrome de Dravet tratados con dieta cetogénica al cabo de dos años de seguimiento se logró una disminución de las convulsiones del orden del 75 al 99% en el 62,5% de ellos, el 12,5% quedaba libre de convulsiones, mientras que 1 de cada 4 presentaba una disminución de las crisis de entre el 50 y el 74%.
“Los resultados son muy buenos, no tenemos dudas de que la terapia cetogénica debe estar en el centro del esquema terapéutico para el tratamiento de estos niños. Luego de intentar con tres fármacos y no tener respuesta, la dieta debe ser una alternativa a tener presente porque realmente nos permite tener un control muy importante de las crisis en etapas tempranas. Si las crisis son muy prolongadas, lo ideal es empezar a los 2 años con la terapia, sobre todo si hay refractariedad a los medicamentos, ya que el daño cognitivo se empieza a ver a partir del tercer año de vida”, concluyó Caraballo.
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