La pandemia por coronavirus es -sin dudas- de las peores crisis sanitarias que debió enfrentar el mundo moderno. Puso en jaque a los gobiernos de todo el planeta y se llevó consigo la vida tal como era concebida hasta el momento.
Las autoridades sanitarias debieron poner orden en sus respectivos territorios, científicos de todo el mundo pusieron su ingenio en la búsqueda de un tratamiento efectivo y una vacuna capaz de prevenir la enfermedad, y médicos, enfermeros y demás personal de salud debió modificar la manera de atender a sus pacientes y ajustarse a estrictos protocolos.
“Como equipo de salud vivimos una de las peores experiencias de las que hemos tenido oportunidad de presenciar de los últimos tiempos. El comienzo de la pandemia nos encontró estableciendo un comité de crisis formado por administrativos, gerencia, médicos, enfermeros, personal de seguridad, limpieza y mantenimiento. Cada uno fue sumando experiencias y se implementaron medidas de control supervisadas por expertos en control de infecciones con intervención en epidemias pasadas como la de Ébola”. El que habla es Oscar Salva, médico especialista en medicina interna (MN 87334) y jefe de clínica médica de la Clínica Independencia.
Ubicado en Munro, en el conurbano bonaerense, el centro de salud cambió todos los circuitos de circulación de pacientes, “se ampliaron las camas de guardia, se remodeló por completo y se inauguró una terapia intensiva exclusiva para COVID-19, todo en medio de la pandemia y en tiempo récord”, contó el médico a Infobae.
Por esos primeros tiempos, con seguridad Salva no sospechaba que su rol sería clave en el devenir de la pandemia en el país y que su clínica bonaerense sería testigo privilegiado de lo que -quién dice- pueda convertirse en un tratamiento efectivo contra el tan temido coronavirus.
Es que cuando nadie apostaba a un “prometedor” tratamiento que venía de la provincia de Córdoba, él creyó en ese camino e hizo todo lo que estaba a su alcance para tenerlo a disposición de sus pacientes.
Se trataba de una idea surgida hace siete años y que tiene al doctor en Bioquímica Dante Beltramo como mentor: el investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y del Centro de Excelencia en Productos y Procesos de Córdoba (Ceprocor) modificó la molécula del ibuprofeno haciéndola 100% soluble en agua para administrarlo en nebulizaciones con el objetivo de tratar a pacientes con fibrosis quística, una enfermedad genética con altas tasas de mortalidad que afecta a niños y adolescentes.
Con la posibilidad de establecer protocolos de tratamientos compasivos ampliados, con el aval del gobierno cordobés, Beltramo empezó a investigar si era posible aplicar la molécula para esta nueva enfermedad.
“El producto consiste en una ‘solución hipertónica de ibuprofeno’ (ibuprofenato sódico soluble)” que, al someterlo al sistema de nebulización, “genera partículas con efecto viricida, que al intercalarse en la bicapa lipídica de virus envueltos como el SARS-CoV-2 desestabilizan la membrana generando lisis, o sea, muerte del virus”, había apuntado el científico hace unas semanas a este medio. “Lo que se observa es un efecto rápido y que los pacientes se empiezan a sentir bien en forma casi inmediata”, manifestó Beltramo.
“A pesar de todos los esfuerzos, estábamos conscientes de que tal vez seríamos espectadores privilegiados, sin tratamientos que pudieran torcer la evolución natural de la infección por SARS-CoV-2”, reconoció Salva sobre las limitaciones que la propia enfermedad les presentaba.
Así y todo, “el equipo médico del área COVID se formó entre voluntarios que aceptaron estar en la primera línea de contacto con los pacientes”. La mayoría tuvo que tomar distancia de sus familias para no exponerlos. Alguno a punto de ser papá, otros tuvieron que reacomodar su vida familiar para poder continuar trabajando. Y en el medio, “muchos tratamientos que parecían esperanzadores fueron perdiendo predicamento ante la evidente falta de resultados y otros aparecieron en el horizonte, aun sin poder cumplir las expectativas generadas”, manifestó Salva.
“Nuestra Clínica Independencia fue pasando por distintas etapas: al principio teníamos pacientes con casos leves, que por disposición quedaban internados hasta negativizar el test de PCR -recapituló-. Por protocolo nacional se hisopaba sólo bajo criterios muy específicos. Fuimos aprendiendo sobre el camino”.
Así, contó, descubrieron que “la tomografía de tórax podía ser una herramienta diagnóstica valiosísima, incluso superior al PCR en algunos casos, cuando mostraba un tipo de patrón específico, que no se veía en las neumonías habituales”.
Y tras mencionar que “los primeros pacientes se quedaban muchísimo tiempo internados, casi sin síntomas porque eran casos leves”, señaló que “de a poco la tasa de ocupación de estos servicios fue avanzando y también la complejidad de los pacientes, a medida que a los casos leves se les permitía continuar el aislamiento en su domicilio y quedaban internados solamente los casos severos”.
Pero volvamos a su confianza en el tratamiento cordobés del que poco a poco se empezaba a hablar. Hacia mediados de mayo, Salva se contactó con Alexis Doreski, director de Investigación de Fundación Respirar y quien está a cargo del proyecto cordobés “Ibuprofeno inhalado” en Buenos Aires, y con Nicolás Martínez Ríos, de Química Luar para solicitarles información sobre el tratamiento.
“Supimos del enorme esfuerzo que estaban realizando para tratar a los pacientes: Alexis con una enorme trayectoria y conocimiento en la investigación de productos farmacéuticos de laboratorios internacionales, y con un entusiasmo contagioso, y Nicolás con su desarrollo de capotas sumamente inteligentes para que otras personas no se contagien el virus mientras se nebulizaban los pacientes”. Así resumió Salva ese primer acercamiento con quienes ya sospechaban pero no sabían lo que tenían entre manos. “Nos explicaron muy claramente los efectos para nosotros desconocidos del ibuprofenato en forma inhalatoria, que alcanzaba una concentración cientos de veces mayor al ibuprofeno administrado en forma oral, nos contaron de los primeros pacientes tratados en Córdoba y los resultados obtenidos”.
Así fue que el director médico de la clínica, Jorge Fandi, decidió junto con Salva, el equipo de COVID y su coordinadora Celia Giler, comenzar a utilizar en forma compasiva el ibuprofenato inhalatorio con los pacientes más graves, “para los que la posibilidad de muerte era muy alta y no había (tampoco lo hay en el presente) tratamientos efectivos”.
Y tras señalar que “ante la explicación de por qué se proponía el tratamiento, la aceptación de los pacientes fue inmediata”, Salva destacó que “siempre son ellos (por los pacientes) los mejores maestros”.
“Pero doctor, es ibuprofeno administrado de otra forma. Ya tomé muchísimas veces esta medicación. ¿Qué podría llegar a pasar?”, “y si no acepto ¿qué tratamiento me van a dar?”. “Por suerte ese temor duró solamente unos días”, contó Salva. “Recuerdo al primer paciente al que propuse el tratamiento porque estaba muy fatigado y con mala saturometría -dijo-. La falta de aire se le veía en la cara. No es fácil transmitir esa sensación; hay que imaginarse estar debajo del agua más de un minuto y cómo se empieza a sentir sensación de asfixia”.
“Al día siguiente era otro paciente. Mis colegas no me creían”, aseguró.
Fue entonces que comenzaron a filmar con consentimiento de los pacientes su estado antes y después del tratamiento. “Les preguntamos si estaban de acuerdo en que registráramos cómo estaban antes y después del tratamiento y si podíamos, preservando su identidad, difundir estos videos a fines de que otros pudieran mejorarse”, relató el especialista, quien se emocionó al recordar las respuestas”. “Un rotundo y ensordecedor: por supuesto, doctor, no queremos que otras personas pasen por esto. Si esto les sirve a otros para evitar complicaciones ni lo dudo”.
Ver para creer
Los pacientes con COVID-19 necesitan equipamiento de barrera nivel 3, tienen las visitas indispensables -solamente del médico a cargo y enfermería-, pero, según Salva “podía verse en los videos cómo se encontraban antes y después del tratamiento”.
“A los pocos días de ver que ya no necesitaban oxígeno, todos los médicos sin excepción fueron pasando uno a uno al ‘bando’ del ibuprofenato inhalatorio y comenzaron a solicitarlos para sus pacientes como tratamiento de rescate”, destacó el especialista.
Al día siguiente de la primera nebulización, los pacientes comentaban: “Doctor, ayer pude dormir después de varias noches”. Es que ya habían comenzado a registrar otros síntomas que hasta ese momento no se mencionaban en ninguna serie: el insomnio.
“Los pacientes con COVID realizan un gran esfuerzo para respirar”, refirió Salva, quien poco a poco comenzó a escuchar el mismo testimonio de todos los pacientes: “Pude caminar hasta el baño y no me fatigué”, “antes respiraba ‘hasta ahí’ y ahora respiro mejor”.
Otra cosa que -según Salva- le enseñaron los pacientes fue un dato que después se corroboró en múltiples investigaciones y es que “la enfermedad por COVID-19 tenía una dinámica completamente distinta de cualquier caso conocido como neumonía”.
“Los pacientes con neumonía, desde el momento en que se internan, definen su suerte en las primeras 48 horas. Tienen un germen que provoca una infección del pulmón y si las defensas del huésped más los antibióticos logran controlar la infección se curan y si no pueden hacerlo, la infección avanza, la fiebre persiste, los glóbulos blancos aumentan y se produce un estado conocido como sepsis severa”, explicó.
Sin embargo, “los pacientes con COVID-19 eran diametralmente opuestos”. “Después de comenzar con la fiebre tenían un periodo de siete días en los que estaban con infección viral, pérdida de olfato y gusto, dolor de cabeza, taquicardia, indistinguible de una gripe habitual -describió-. Hacia los siete a 10 días del comienzo de síntomas, éstos mejoraban y si el pulmón no tenía afectación, entonces el peligro había pasado”.
En este grupo, la mortalidad fue de cero. Ningún paciente falleció si la etapa 1 de infección viral se resolvía sin comprometer el pulmón.
“A partir del día siete, que es cuando aparecen los anticuerpos del huésped y ya no hay virus entero en el cuerpo, comienza otra etapa, que llamamos etapa inflamatoria”, agregó Salva, quien puntualizó: “Los pacientes no tienen más fiebre, baja la frecuencia cardiaca, recuperan el olfato pero si tiene un sistema inmune predispuesto comienzan a inflamar el pulmón. Es muy evidente en las tomografías que se realizan al ingreso y en el séptimo a décimo día de comienzo de síntomas y también en series de autopsias hechas en Italia de pacientes fallecidos por COVID-19 se pudieron evidenciar trombosis de pequeños vasos y un fenómeno de angiogénesis, que es como si los pequeños vasos formaran más vasos”.
Este fenómeno se ve en inflamación crónica, en fibrosis pulmonar, en artritis reumatoidea. Y el ibuprofenato, además de todas sus propiedades, tiene gran poder antiangiogénico.
En este punto, Salva está “convencido” de que lo que están tratando “no son neumonías en el sentido convencional”. “El paciente aumentaba los parámetros de inflamación y comenzaba a bajar la tasa de oxigenación en sangre y aumentar la frecuencia respiratoria -aportó-. Al ver las grabaciones de pacientes en el día siete de comienzo de síntomas se vuelve evidente que la forma de respirar les cambia, usan el abdomen para respirar y el tórax apenas se expande”.
“Es lo que ellos dicen ‘respiro ahí nomás’, y se explica en el hecho de que como mueven menor cantidad de aire tienen que respirar el triple de veces que una persona sana. La respiración aumenta de 12 a 36 veces por minuto”. “Sin ninguna duda, para nosotros, por la experiencia clínica, el efecto del ibuprofenato ocurre a nivel del pulmón, contrarrestando el efecto del sistema inmunológico propio del paciente en el alveolo y mejorando las condiciones en las que funciona el pulmón una vez que la infección hizo su pasaje”, detalló.
Y tras asegurar que cuentan con más de 80 pacientes tratados con ibuprofenato inhalatorio, Salva destacó que “todos los casos fueron pacientes graves o muy graves”. Es por eso que el médico se siente en el “deber moral de comunicar la experiencia fundamentalmente para que otros puedan beneficiarse y conscientes de que todos los días se están contando en el país muertes por COVID-19”.
“Ya hay un tratamiento y es argentino. Surgió en Córdoba, siguió en Buenos Aires, después en Jujuy -no dudó en aseverar-. Los médicos que están en la primera línea y sus pacientes, saben perfectamente de lo que estamos hablando; ojalá nuestras voces sean tenidas en cuenta, porque nos mueve el cariño hacia lo que hacemos”.
Y para finalizar, quiso mencionar a cada uno de los integrantes del equipo de salud con quien trabaja a diario, a quien consideró su “familia”: Jorge Fandi (director médico), Celia Giler (jefa del área COVID), Oscar Maglio (coordinador UTI COVID), Yanina Crespo (ex coordinadora de emergencias), Javier Penna (médico de planta), Damián Rutolo (jefe de urgencias), Fernando Racca (jefe UTI), Gabriel Pérez (infectólogo), Paola Sendin (gerente general de la clínica), Alexis Doreski (director de investigación de Fundación Respirar), Federico Manuel Suárez (coordinador del estudio en la clínica), bioquímico Nicolás Martínez Ríos (Química Luar).
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