El conocimiento atraviesa diversas etapas, primero es oculto, luego reservado a unos pocos, luego es propio de los especialistas, se divulga y si en esa etapa de divulgación en la misma no se sigue manteniendo esa espiral ascendente del conocimiento, y adquisición del saber, inevitablemente, al popularizarse queda en un plano, se diluye y pervierte, es decir etimológicamente vierte, se dirige a otro lado al que debía dirigirse, y en lugar de avanzar se banaliza y cae.
Quizás en esa etapa estemos cuando todos opinamos de todo, sin importar el tema o la capacitación que pueda sostener esa opinión: lo importante es no dejar de tener una y que pueda llevarnos a un lugar de existencia, generando un estado de confusión que hace perder el objeto del cual se trata para prevalecer al sujeto que lo emite.
El emisor, y no el otro, es lo que importa sostener o por el contrario demoler. El tema, y por consecuencia de ambas situaciones el otro, los otros y el tema central, pasan a un segundo plano.
En este momento estamos ante un evento que compromete la salud de millones de personas en el mundo. Al mismo tiempo tenemos una epidemia, pero de información, ante la cual nadie quiere dejar de ser de alguna manera protagonista, a tal punto que se han establecido en el mundo, pero en nuestro medio en particular, líneas de opinión que por momentos son frentes de batalla.
Desafortunadamente, ante esto los datos objetivos escapan, frecuentemente por una falacia en particular, que consiste en transformar un dato parcial y aislado en “la verdad”, ante la cual quien vea otro aspecto no puede ser sino alguien al menos equivocado. Así no se esgrimen argumentos sino trincheras a defender, y cada uno se encuentra poseedor de un bien que debe blandir, sostener a toda costa.
Hace años los médicos nos hemos puesto de acuerdo en usar normas para acordar, par tener criterios comunes basados en hechos comprobables, evidentes y así nace el concepto de medicina basada en la evidencia. Gran avance.
El problema es que en estos momentos vemos que hasta esta “evidencia” varía según el defensor de una idea. La comunicación en un mismo lenguaje desaparece, ya que la comunión con el otro no es lo que importa, necesidad básica en la ciencia, sino que lo que importa es el emisor.
Aquí es donde la medicina es esencialmente humanista o no es. Ninguna opinión o ciencia puede ser válida, sin que tienda al bien del ser de manera integral, no fragmentada según la visión del observador. Las citas serían incontables, pero del primero no dañar en Hipócrates, a Petronio: “El médico no es otra cosa que el consuelo del alma”. O Von Leyden: “El primer acto terapéutico es dar la mano al enfermo”. No existe medicina sin una perspectiva humanista. Toda medicina tiene que tender al bien del otro, al aspecto humano, y no a las parcialidades.
La frase que vino a la mente en ese momento inicial era una que creía del admirado Gregorio Marañón, sin embargo, era de otro médico español, José de Letamendi:
“Quien solo sabe de medicina ni de medicina sabe”.
Esa simple frase aplicable quizás a todo lo que toque lo humano, sirve de luz para recordarnos que el ser es un todo, y si en esta infodemia, como algunos la han llamado, nos olvidamos que el centro y prioridad es el ser, todo es en vano.
*Enrique De Rosa es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y perito forense
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