En un reciente artículo publicado por la revista especializada en ciencia Nature, se abre el debate en torno a las dificultades de accesibilidad que podría reportar un posible avance en la gestión de enfermos a partir de anticuerpos.
En el camino de avance hacia la aprobación de una vacuna apropiada para combatir COVID-19, algunos especialistas ven con buenos ojos trabajar en lo inmediato en el tratamiento de la enfermedades en aquellos que la ha adquirido. La oportunidad, en este sentido, se da de la mano de los anticuerpos monoclonales.
La posibilidad que se anida en esta idea es que, en vez de instar al cuerpo, a través de la vacuna, a que produzca reacciones que le permitan combatir la enfermedad, los especialistas que trabajan en la idea de la aplicación de anticuerpos intentan inyectar versiones diseñadas para desactivar el coronavirus. El organismo fabrica anticuerpos cuando se produce una infección: estas proteínas se sujetan a un virus y ayudan a eliminarlo. Las vacunas engañan al organismo, le hacen creer que hay una infección para que fabrique anticuerpos y recuerde cómo hacerlo si aparece el verdadero microbio.
“Una vacuna necesita tiempo para trabajar, para forzar el desarrollo de anticuerpos. Pero un anticuerpo brinda protección inmediata”, dijo el doctor Myron Cohen, virólogo de la Universidad de Carolina del Norte. “Si podemos generarlos en grandes concentraciones, en grandes toneles en una fábrica de anticuerpos... podemos de alguna manera sobrepasar el sistema inmunitario”.
Pero los anticuerpos producidos en masa, que se utilizan habitualmente para tratar enfermedades como el cáncer, son complejos de fabricar y tienen un precio elevado. Eso corre el riesgo de ponerlos fuera del alcance de los países pobres.
Incluir para proteger
Un llamado de atención emitieron recientemente dos organizaciones benéficas líderes en salud pública: la Iniciativa Internacional de Vacunas contra el SIDA (IAVI), una organización de investigación sin fines de lucro en la ciudad de Nueva York, y Wellcome, un financiador de investigaciones en Londres. Pide impulsar la disponibilidad global de anticuerpos terapéuticos contra COVID-19 y otras enfermedades mediante el desarrollo de vías reguladoras, modelos comerciales y tecnologías para reducir el costo de la medicina costosa.
En su documento instan a la comunidad de salud global, desde las compañías farmacéuticas hasta las instituciones académicas y los gobiernos, a unir esfuerzos para hacer anticuerpos accesibles globalmente. Las organizaciones emitieron este llamado con una publicación donde se demuestra que, a pesar del impacto transformador que los anticuerpos han tenido en el tratamiento de una variedad de enfermedades potencialmente mortales, actualmente no están disponibles para las personas que viven en países de ingresos bajos y medios (PIBM).
Mientras que el 80% de las ventas de anticuerpos monoclonales se realizan en EEUU, Canadá y Europa, el 85% de la población mundial vive en países con limitaciones económicas. Este desequilibrio del mercado representa una enorme brecha en el acceso, una que probablemente crezca a medida que nuevos anticuerpos monoclonales, incluidos los que se están investigando ahora para tratar y prevenir el COVID-19 y el VIH, están listos para ingresar al mercado.
“Por eso es fundamental actuar ahora para abordar esta inequidad. La identificación de vías para ampliar el acceso global asequible, oportuno y sostenible a productos basados en anticuerpos monoclonales puede y debe ser una prioridad de salud mundial”, sentencian en la declaración oficial.
Es una tarea difícil, reconoce Mark Feinberg, presidente de IAVI. “Pero COVID-19 realmente fuerza el problema de una manera importante -dice-. La pandemia exige que se lleve a cabo este diálogo y que se creen soluciones para este desafío”.
Unión más fuerza
Los anticuerpos monoclonales son una de las herramientas más poderosas de la medicina moderna. Estas proteínas, derivadas de células inmunitarias humanas, actúan específicamente contra objetivos que van desde células cancerosas hasta virus y bacterias, o alteran vías inmunitarias precisas para aumentar la capacidad de un individuo para combatir una enfermedad o bloquear respuestas inmunes erróneas en enfermedades autoinmunes. Millones de personas se han beneficiado de las terapias basadas en ellos para tratar enfermedades no transmisibles. Para un número considerable y creciente de enfermedades, las terapias con anticuerpos no solo son significativamente más efectivas que las disponibles anteriormente, sino que a menudo también se toleran mejor.
Los productos con anticuerpos han mejorado drásticamente las tasas de supervivencia para las personas con cáncer de mama, melanoma, cáncer de pulmón y otros cánceres difíciles de tratar. Han proporcionado nuevos enfoques más eficaces para tratar una variedad de enfermedades autoinmunes. Además, se han desarrollado específicos para varias enfermedades infecciosas y se están realizando esfuerzos de investigación activos para evaluar su potencial para prevenir y tratar una serie de enfermedades infecciosas de importancia mundial, como el ébola, el VIH y, como ahora, el COVID-19.
Es probable que aún falten meses para una vacuna contra el COVID-19, y pasarán meses antes de que muchas personas puedan recibirla. Incluso entonces, es posible que algunas personas, incluidos los ancianos, no respondan enérgicamente a la inmunización y otras pueden rechazarla por completo.
Más allá de la esperanza volcada en las múltiples opciones de vacunas, los médicos aún no tienen muchas formas de tratar la enfermedad. “Por lo tanto los científicos se están enfocando cada vez más en medicamentos de anticuerpos monoclonales con la esperanza de que aprovechen la respuesta natural del sistema inmunológico a los invasores virales -declaró Jens Lundgren, médico de enfermedades infecciosas de la Universidad de Copenhague y Rigshospitalet-. La ciencia en torno a esto se ha disparado”. Lundgrenis lidera un gran ensayo multinacional de un anticuerpo desarrollado por Eli Lilly en Indianápolis, Indiana; AbCellera en Vancouver, Canadá; y los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. (NIH).
En este enfoque, los investigadores aíslan los anticuerpos de los pacientes en recuperación e identifican aquellos que mejor ‘neutralizan’ el virus al unirse a él y evitar que se replique. Luego producen estos anticuerpos a granel en el laboratorio. Si se determina que el tratamiento es eficaz, las empresas aumentarán la producción utilizando células cultivadas en biorreactores gigantes.
Esto difiere de los tratamientos de plasma de convalecientes, compuestos por una mezcla compleja de anticuerpos y moléculas extraídas directamente de la sangre de personas que se recuperan del COVID-19 y que se utilizan para tratar a otros pacientes.
Acortar la brecha
IAVI estima que se están desarrollando más de 70 terapias con anticuerpos para tratar y prevenir COVID-19, y se están realizando varios ensayos clínicos. Feinberg dice que la pandemia podría impulsar la innovación tecnológica para encontrar formas más fáciles y económicas de producir grandes cantidades de anticuerpos. También podría generar acuerdos comerciales entre las empresas que desarrollan anticuerpos terapéuticos y otros fabricantes, similares a los fabricantes de versiones genéricas de medicamentos de moléculas pequeñas, que podrían intentar copiar el proceso y distribuir los medicamentos de manera más amplia. Y podría obligar a los reguladores de los países de ingresos bajos y medios a familiarizarse más con las terapias con anticuerpos y estar más capacitados para aprobar su uso. “No sé si ninguno de ellos proporcionará la solución -dice Feinberg-. Pero si los combina, es de esperar que tenga una sinergia significativa”.
Si los anticuerpos resultan eficaces, será cuestión de fabricarlos en cantidad y distribuirlos a un mundo en crisis. Al igual que con otras nuevas terapias y tecnologías médicas, la brecha de acceso no será solo entre países ricos y pobres, advierte Eduardo Cazap, presidente de la Sociedad Latinoamericana y del Caribe de Oncología Médica en Buenos Aires. “Hay poblaciones desatendidas en países ricos y también poblaciones ricas en países pobres. Este es un problema global”.
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