Seis meses después de la aparición del SARS-COV-2, presuntamente en la ciudad de Wuhan en China, el virus ha provocado una aceleración del trabajo científico global para intentar devolverle la normalidad a la humanidad. Mientras tanto, contagio, síntomas, mortalidad, letalidad y transmisibilidad son alguno de los conceptos repetidos que aún están en zona de grises para la ciencia. Por el momento las certezas son insuficientes.
Sin embargo aunque pareciera un cuestionamiento al trabajo de los científicos, este tiempo de multiplicación de preguntas, muchas de ellas sin respuestas, ha permitido abrir miles de líneas de investigación que ya se ensayan y estudian en todo el mundo a una asombrosa velocidad.
Una de ellas se focaliza en entender cuál es la explicación para que el COVID-19 produzca una compleja obstrucción en las venas que en los casos más graves deriva en muerte. Las últimas autopsias realizadas en hospitales españoles, sobre personas fallecidas como consecuencias del coronavirus, están dirigiendo la atención en el posible uso de la droga defibrotida que podría resultar un escudo para el endotelio (DEF). Esto abre una nueva esperanza para evitar los peores daños que provoca la infección. Otra investigación preliminar de la Universidad de Yale en EEUU sigue la misma huella.
El enigma del endotelio
Los rastros comienzan por el endotelio. Si pudiéramos graficar sencillamente al sistema de vasos sanguíneos como un complejo entramado de cañerías humanas, podríamos también simplificar la explicación del endotelio como un protector microscópico que evita atascos y roturas en nuestras “tuberías”.
Consultado por Infobae, el médico sanitarista y profesor de epidemiología en la Facultad de Medicina de La Plata, Santiago Barragán, ayudó a comprender la importancia de esta observación puesta en comprender cómo tratar una grave obstrucción en las venas.
“Se suele mencionar al endotelio como una delicada tela interna de los vasos. Durante mucho tiempo se pensó que solo era una especie de membrana contenedora de la sangre pero ahora se sabe que cumple funciones muy importantes, poco acordes con su insignificante tamaño”, explicó.
A la primera interpretación de su función, hoy se le agrega a esta “película” una gran actividad metabólica con producción de muchas “hormonas locales” imprescindibles para el funcionamiento orgánico. “Una ‘fábrica’, como si fuese una glándula”, agrega. Según Barragán, “el daño del endotelio puede producir alteraciones catastróficas. Solo una pequeña rotura sobre una placa de colesterol es el fenómeno específico que suele desencadenar una coronaria se tape y se produzca un infarto”.
En ese sentido, y a partir de casos de obstrucción en venas sinusoidales hepáticas, que en ocasiones sufren los trasplantados de médula ósea, se abrió este nuevo enfoque que generó el primer ensayo clínico realizado en el mundo para chequear si el defibrotida puede ser la clave para resguardar el endotelio en los pacientes con COVID-19, y así las desescaladas graves de la enfermedad.
La droga que evita los daños severos
El uso de este fármaco es la línea de investigación del Instituto Murciano de Investigación Biosanitaria (IMIB) de España, que coordina el primer ensayo a nivel global, junto al Grupo de Trasplante Hematopoyético y Terapia Celular del IMIB, que dirige el doctor José María Moraleda. El trabajo responde a una convocatoria urgente del Fondo COVID-19, lanzado por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) para la lucha científica y tecnológica contra la pandemia del coronavirus.
Según explicó el doctor Moraleda, a medios españoles, “la idea partió del conocimiento del potente efecto antiinflamatorio y antitrombótico que el fármaco defibrotida logra en el tratamiento de la enfermedad veno-oclusiva hepática, que es una complicación muy grave que a veces sufren pacientes trasplantados de médula ósea, gracias a la protección del endotelio”.
Para el especialista, que también dirige el servicio de Hematología y Terapia Celular del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Arrixaca y es catedrático de Hematología de la Universidad de Murcia, “si se protege el endotelio, se evita que las células inflamatorias del sistema inmune innato y adaptativo lleguen al pulmón y generen la tormenta de citoquinas que provocan la inflamación masiva y el síndrome de distrés respiratorio característico del coronavirus”.
El ensayo intenta demostrar que la defibrotida es eficaz como terapia y que podría reducir en un 25% la tasa de mortalidad. Esto lograría, en pacientes en estadios intermedios de la infección, que no empeoren sus cuadros, evitando la intubación. Además Moraleda agregó la posibilidad “que los que ya están intubados, mejoren y se les pueda retirar la asistencia respiratoria mecánica”.
En cuanto al estudio, 120 pacientes con distinta gravedad (intubados y no intubados) participan de la prueba, que se espera arroje sus primeros resultados en tres meses. Por su parte Jazz Pharmaceuticals, la multinacional farmacéutica que produce el defibrotide, donará la partida de medicamentos necesarios para el ensayo clínico.
Investigaciones en la Universidad de Yale
Resultados de un análisis exploratorio similar fueron presentados virtualmente durante el Congreso Anual de la Asociación Europea de Hematología 2020. La presunción: la endoteliopatía como un marcador de progresión a enfermedad crítica en pacientes con infección por COVID-19 y segregación de trombomodulina soluble con mortalidad.
Para el doctor George Goshua, autor del estudio, miembro de hematología del Programa de Becas de Hematología y Oncología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, “hay evidencia de endoteliopatía significativa”. Incluso parte de este estudio fue publicado recientemente en la revista The Lancet.
En esa línea, agentes terapéuticos, como defibrotida, dipiridamol y eculizumab (Soliris) están bajo investigación en varios ensayos clínicos que se llevan a cabo en esa institución norteamericana.
Finalmente la colaboración internacional, para el ensayo español, está alcanzando a otros investigadores, como el profesor Paul G. Richardson, profesor de Harvard Medical School y del Dana-Farber Cáncer Institute de Boston, Estados Unidos, y el profesor Carmelo Carlo Stella, del Cáncer Center Humanitas Research Hospital de Milán, en Italia.
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