La cuarentena obligatoria desatada por la pandemia del coronavirus cambió la vida y la rutina de todas las personas a nivel global. Pero las repercusiones de esta situación no sólo se ven a nivel social, laboral y económico, sino también en materia sanitaria. Tal es el caso de la salud sexual y reproductiva y, más puntualmente, a los tratamientos de fertilización asistida.
Según datos de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMeR), el 90% de los centros de fertilidad acreditados debió suspender los tratamientos como consecuencia de la pandemia por COVID-19 entre los meses de marzo y abril.
Sin embargo, a partir de mayo, los procedimientos se reanudaron con un estricto protocolo de cuidado tanto de los pacientes como de los trabajadores de la salud. No obstante, advierten que el retraso o la suspensión puede tener efectos emocionales y psicológicos en los pacientes.
Desde la Asociación Civil ‘Concebir’, que nuclea a personas con trastornos en la reproducción, expresaron su preocupación ‘por la angustia y el estrés que les genera a las parejas esta interrupción en los procedimientos, que se suma a la ansiedad con la que de por sí se vive la búsqueda de un hijo’.
“Es justamente el retraso o la suspensión de los tratamientos lo que puede impactar emocional y psicológicamente en quienes iniciaron el camino de convertirse en padres o madres”, sostuvo Gisela de Antón, presidenta de Concebir.
“La emergencia epidemiológica obligó a reconsiderar las actividades. Desde SAMeR, llevamos adelante un relevamiento en los centros acreditados que arrojó que entre los meses de marzo y abril el 90% había discontinuado la mayor parte de los tratamientos. Dicha etapa se caracterizó por la suspensión de las consultas presenciales y la utilización de la modalidad virtual con los pacientes”, señaló Stella Lancuba, presidenta de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMeR).
La detención de los tratamientos de reproducción humana asistida se originó a partir de un consenso internacional entre asociaciones científicas, que basaron la recomendación de la postergación en el objetivo de proteger a los pacientes, a los equipos sanitarios, a los donantes de gametas y a los niños por nacer. Esta protección produjo a las claras un importante beneficio al proteger la salud y contribuir a evitar la propagación del coronavirus, pero provocó indirectamente un impacto negativo en las emociones de las parejas.
“La postergación de los procedimientos -sumada al aislamiento preventivo y obligatorio- puede causar angustia, estrés, ansiedad, que se complementan con las emociones que probablemente ya se transitaban desde el inicio del camino de la fertilización asistida. Hay incertidumbre por posibles embarazos y los riesgos que conllevan, por no saber cuándo se podrá retomar el proyecto parental, que ya se vio afectado para quienes hicieron tratamientos en otras oportunidades y que hoy se vuelve a ver modificado frente a la pandemia”, indicó la licenciada Irina Szkolnik, psicóloga, miembro del equipo de Psicología y Musicoterapia de Concebir.
SAMeR y Concebir coinciden en recomendar atender los aspectos emocionales y psicológicos de los pacientes, promoviendo en ellos conductas saludables, rutinas que generen bienestar, actividad física, consumo de información de modo adecuado y, sobre todo, la comprensión de que el momento actual es sólo una pausa y no el fracaso de su camino a ser padres o madres.
“Hay distintas situaciones: por un lado, están aquellas personas que ya estaban en tratamiento, otras que no lo habían iniciado y estaban a punto, y también hay otra población que tiene que recurrir a la preservación de la fertilidad por alguna condición crónica o por algún tipo de tratamiento que ponga en riesgo su futuro reproductivo. En cada escenario, las emociones y pensamientos van a ir variando. Lo común es que en este tiempo de confinamiento se pueda experimentar la pérdida de control de la situación, algo de lo cual no se puede salir”, señaló la licenciada Szkolnik.
“Una buena estrategia es tratar de vivir lo que ocurre como una oportunidad de aprendizaje. Puede ser un tiempo para optimizar las condiciones físicas y emocionales hasta el momento de retomar los tratamientos. Al sentirnos activos frente a lo que acontece, se pueden recuperar el sentimiento de control, la esperanza y el optimismo. No podemos cambiar lo que acontece, pero sí la manera de transitar y experimentar lo que acontece”, insistió.
“A partir de mayo, los tratamientos se están reiniciando en todo el país en forma paulatina. SAMeR además ha emitido recomendaciones de bioseguridad para equipos médicos e instituciones entre las que se encuentran la capacitación de todo el personal, el desarrollo de nuevos circuitos de admisión y clasificación de pacientes (Triage), nuevos abordajes de los tratamientos y la educación de los pacientes. Se estima que la pandemia va a ser a largo plazo. En numerosos casos, esperar podría comprometer el futuro reproductivo de la persona, motivo por el cual deberá analizarse cada situación en particular y reiniciar el tratamiento en la medida de lo posible, para no afectar negativamente el pronóstico del paciente”, sostuvo Lancuba.
Cada año, se realizan en el país unos 21 mil ciclos de fertilización asistida. Entre los procedimientos más comunes, están la fertilización in vitro convencional, que consiste en la fecundación del óvulo por el espermatozoide de manera extracorpórea, y el ICSI, en la cual a los espermatozoides se los introduce en el interior del óvulo para facilitar el desarrollo embrionario.
En general, las indicaciones de la fertilización in vitro son por alteraciones en la trompa, la endometriosis, los fracasos de inseminación -con y sin donante- o algunos factores inmunológicos. En tanto, la indicación del ICSI principalmente son las alteraciones de los espermatozoides o las fallas de fertilización previa.
“Siempre que se lleva un tratamiento es fundamental estar acompañado por el especialista tratante, por un psicólogo y por otros pacientes, ahora mucho más que nunca para evacuar las dudas y los miedos. Como organización hubo que reinventarse respecto de las comunicaciones, no había mucho tiempo, teníamos talleres presenciales y los cambiamos por la videoconferencia, algo muy bueno porque pudimos llegar a todo el país”, manifestó Gisela de Antón.
Desde Concebir, dan algunas recomendaciones para quienes vieron interrumpidos los tratamientos en el contexto de la pandemia:
- Reconocer este momento como una pausa y no como un fracaso del tratamiento, no hay que olvidar que esta situación es transitoria.
- Optimizar los aspectos físicos, emocionales y personales para el momento en que se pueda retomar el procedimiento.
- Informarse en fuentes fidedignas, en las que las sociedades científicas se basaron para emitir las recomendaciones.
- Seguir conectados con los hábitos y costumbres saludables: mejorar el descanso, el sueño, la alimentación, la actividad física, en definitiva, el autocuidado.
- Ser cuidadosos con el consumo de las noticias para no incrementar los niveles de preocupación y estrés.
- Validar las emociones, sin juzgarlas. Permitirse expresarlas. Sentir inseguridad, miedo, ansiedad en el actual contexto es una reacción normal, estas reacciones cumplen una función, permiten la prevención y protección. Cuando son reguladas, pueden posibilitar el autocuidado.
- Establecer rutinas diarias para generar bienestar, planificar actividades, organizar horarios y momentos de conexión con el disfrute, con lo placentero y mantener el contacto frecuente con la red vincular.
- Sostener el contacto, a través de los medios audiovisuales que sean posibles con las redes socio-afectivas y de apoyo. Y en consonancia con esto, participar en encuentros virtuales con otras personas que están atravesando situaciones similares en cuanto a la postergación de sus tratamientos, puede resultar eficaz para expresar, compartir sentimientos y diversas maneras de afrontarlos.
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