En Siria, los hospitales son refugios. Los hospitales son esperanza. Por eso, los hospitales son el primer blanco de ataque.
La doctora Amani Ballour calcula que durante sus seis años de trabajo en The Cave (La Cueva, en español) -un hospital subterráneo en Guta Oriental, cerca de Damasco, que funcionaba en búnkeres y túneles-, sus instalaciones fueron bombardeadas más de 20 veces. Aún hoy, ya lejos de la violencia y las explosiones, los ruidos fuertes la hacen temblar hasta los huesos.
Tenía sólo 29 años cuando, en el 2016, se hizo cargo de La Cueva. Ya había trabajado allí durante cuatro años cuando la pusieron al mando, posición que ocupó hasta el 2018, año en el que debió escaparse de su ciudad natal. Hoy, con 32 años, vive en Gaziantep, Turquía, bajo el estatus de refugiada.
Lleva una vida calma, y eso la intranquiliza. El recuerdo de todos los niños que trató -"mis niños", los llama- durante sus seis años como pediatra en el hospital sirio la acompaña siempre. “No soy feliz como refugiada”, asevera en diálogo con Infobae durante una conferencia telefónica con medios de América Latina. “No me imaginaba que algún día me iría de mi país. Es mejor estar aquí porque no hay bombardeos, pero allí me necesitaban, y era feliz porque podía hacer una diferencia”.
"Claro que ahora, a casi un año, estoy mejor que antes, porque puedo ayudar, y quizás más desde aquí, porque puedo alcanzar a más gente y contarles la verdad sobre Siria. Ya no viviré sin esperanza, y voy a ayudar a los sirios que están viviendo este genocidio", afirmó, en su mente todavía frescas esas memorias del terror: crímenes de guerra que incluyeron ataques químicos a civiles y bombardeos a hospitales.
La médica, el director y la Academia
El cineasta Feras Fayyad se encontraba en plena filmación de Last Men in Aleppo -documental que pone en valor el trabajo humanitario de los Cascos Blancos en la guerra civil siria, y que fue nominado a los Premios de la Academia en el 2017- cuando se chocó de frente con la historia de la doctora Amani Ballour, a quien reconoció inmediatamente como una figura clave, que ofrecía esperanza y tratamiento a los niños y civiles enfermos y heridos de Guta Oriental.
En el medio de una sociedad patriarcal, Ballour les hacía frente a los hombres que se rehusaban a ver más allá del género. “¡Nadie puede decirme qué hacer o dónde trabajar!”, aúlla certera en una escena de The Cave, el filme que realizó Fayyad sobre la pediatra y su equipo, y que participa en la categoría de Mejor Documental en los Oscars 2020 -se podrá ver el 3 de febrero a las 23:00 por National Geographic-.
El documental narra la historia de una Siria devastada por la guerra, donde la seguridad y la esperanza se encuentran bajo tierra. Dentro de esta cueva, este refugio subterráneo, las mujeres reivindican su derecho a trabajar como iguales junto a sus colegas hombres. Allí, arriesgan la vida para salvar a los pacientes y encontrar maneras de perseverar en un mundo de crueldad, injusticia y sufrimiento, en forma de bombardeos, escasez crónica de suministros y amenaza de ataques químicos.
“Como cineasta sirio, mi misión es arrojar luz sobre mi pueblo y las atrocidades que continúan en mi hogar hoy”, había dicho el director Feras Fayyad. “En la doctora Amani vi esperanza al ser testigo de su desafío en contra de los estereotipos y prejuicios que gobiernan nuestra sociedad, mientras atendía a pacientes en las circunstancias más terribles”. The Cave debutó por primera vez en el Toronto International Film Festival, donde ganó el Grolsch People’s Choice Award, y ya se proyectó en más de 30 festivales de cine en todo el mundo.
“No es sólo una película, es mi país, la lucha de mi gente”, refuerza la médica. “Y es muy importante para alcanzar más personas alrededor del mundo, para que vean nuestro sufrimiento y nos apoyen”.
Desafiando las tradiciones
Amani nació y se crió en Guta Oriental. Sus hermanas se casaron cuando eran apenas unas adolescentes, pero ella aspiraba a ser más que una esposa. Quería estudiar Ingeniería Mecánica y se matriculó en la Universidad de Damasco, pero su padre se opuso. Cambió de dirección, y se recibió de médica general en el 2012. Tenía dos caminos por delante, o pediatría o ginecología, las dos especializaciones consideradas apropiadas para la mujer en su país. Optó por pediatría: “En nuestra comunidad tenemos una cultura y unas tradiciones contra las mujeres. Las mujeres tienen que casarse y trabajar en la casa. Eso es todo. Yo quería cambiar esto”.
Dejó la teoría de los libros atrás para aplicar sus manos en el mundo real y dar socorro y alivio a las personas que estaban empezando a ser atacadas por el régimen de Al-Assad. Participaba de protestas y atendía en salas de emergencia a niños enfermos y heridos por los bombardeos en zonas remotas de la provincia. Su primer trabajo fue como voluntaria, sin ningún tipo de remuneración, en un hospital de campo a medio construir. A tiempo completo sólo trabajaban dos médicos: ella y el fundador de la clínica, un cirujano que la doblaba en edad. Cuando la joven se acercó al médico por primera vez para ofrecerle sus servicios, ¿cómo le podía decir que no? Sí, recién se había recibido, y además era mujer, pero la mayoría de los médicos con experiencia, en su gran mayoría hombres, se habían ya escapado, como otros millones de sirios
“Quería ayudar a la gente. Creo en el humanitarismo. Yo soy médica, y quería darle a la gente lo que necesitaba. Tenía que elegir entre irme o quedarme. Claro que me quedé. No podía imaginarme que haya niños heridos y yo sin hacer nada. Era muy claro para mí lo que tenía que hacer”, afirma.
En 2013, entonces, comenzó a trabajar en estas instalaciones que en ese momento consistían sólo de una sala de emergencia y un quirófano. Luego se expandió y sumó una serie de refugios subterráneos y túneles, y recibió el apodo de La Cueva. Pronto llegaron más médicos, enfermeras y voluntarios. No importaba la especialidad, todos aprendieron a la fuerza, en un torbellino de caos, el oficio de cirujano y de médico de urgencia. El horror de la guerra requería de manos, no importaban si eran las de un dentista o un veterinario. O las de una pediatra.
Ese año, el 21 de agosto, la muerte llegó a la cueva en forma de gas sarín.
El ataque químico a Guta Oriental mató a cientos de personas. Y la culpa que sentían los médicos aumentaba a medida que las pilas de cadáveres crecían. Había cientos sofocándose, y debían elegir a quién atender.
“Fue una masacre”, apunta. “Había demasiada gente. Lo más difícil era elegir a quién salvar. Teníamos a cientos de heridos y no podíamos ayudar a todos. Tratábamos de elegir a los que estaban en peor estado, pero no podíamos salvar a todos. Todos tenían el mismo síntoma: se estaban sofocando”. Aquellos a los que no llegaron a tiempo murieron.
Asumió la dirección de La Cueva en el 2016, elegida por sus propios colegas, a pesar de que su padre estaba preocupado: tenía miedo de que su hija no sea aceptada como figura de autoridad por los hombres locales. Claro que se encontró con resistencia por parte de varios pacientes, pero eso no la detuvo, al contrario, le dio más fuerzas: “Yo soy médica y estudié como mis colegas hombres. Quería demostrarle a mi comunidad que podía hacer los mismo que ellos, e incluso mejor. Sabía cómo funcionaba todo, cómo conseguir las cosas. A la comunidad y a los hombres que me decían que no podía estar ahí, yo los desafié para demostrarles que podía estar a cargo del lugar”.
Además de asumir sus tareas con responsabilidad y absoluta capacidad, se convirtió en una figura de calidez y apoyo que a muchos les hacía falta. “A las niñas nunca antes les habían dicho que podían ser algo. Entonces cuando venían al hospital (no siempre porque estaban enfermas sino porque tenían miedo y buscaban un refugio) a esconderse, yo les hablaba y les decía que ellas tenían derechos, que podían hacer algo importante. Yo trataba de inspirarlas para que sueñen con hacer algo que valga la pena”, contó a Infobae.
Unos meses después de asumir su nuevo puesto, los bombardeos aumentaron su frecuencia con el arribo de las Fuerzas Armadas de Rusia. “Cuando Rusia se sumó a los ataques, destruyeron una parte del hospital y mataron a varios de mis colegas. Apuntaron a niños y eligieron como blancos a las escuelas, ¿se lo imaginan?”.
Desde el refugio, al otro lado de la frontera
La doctora Ballour escribió en blogs y otros medios sobre el impacto de los ataques en las personas y el entorno. Fue desplazada forzadamente al norte de Siria en 2018 y actualmente vive en Turquía.
Recibió el premio Raoul Wallenberg 2020 por actos humanitarios excepcionales. Este honor es concedido cada dos años por el Consejo Europeo. “Los derechos humanos y la dignidad personal no son un lujo de la época de paz. La doctora Amani Ballour es un ejemplo perfecto de la empatía, la virtud y el honor que pueden florecer incluso en las peores circunstancias: en el medio de la guerra y el sufrimiento”, aseguró Marija Pejčinović Burić, la Secretaria General del Consejo.
Pero su lucha no acabó. “La situación en Siria hoy es peor. Hace unos días bombardearon tres ciudades. Pero con The Cave y For Sama (NdR: el otro documental sirio que está nominado al Oscar 2020) la gente va a conocer la verdad: somos todos humanos. Los sirios están sufriendo hace nueve años, muchos fueron torturados, y la comunidad internacional nos decepcionó muchas veces. Lo sabe y no hace nada al respecto. No les importa y no les importan los humanos. No sé qué tenemos que hacer ya para que hagan algo”.
Fotos: National Geographic
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