Para muchas personas es casi un modo de vida. Quejarse, lamentarse, reclamar. Aunque no exista una persona física a quien direccionar el enojo e incluso la actitud no resuelva nada: quejarse porque sí para algunos es su motor. Lo que no saben es que, lejos de sumar, esa postura resta en sus vidas.
"Debemos aprender a respetar mucho a la queja, ya que esta es muy, pero muy dañina: nos conecta con lo que nos falta, nos angustia, nos enoja, nos arruga, nos inmunodistrae y nos estresa entre muchas otras cosas". Así comenzó a reflexionar el médico especialista en clínica médica Marcelo Suárez (MN 73796), quien hizo hincapié en que "la queja no ofrece nada bueno".
Y prosiguió: "Desde lo estrictamente químico, el estrés que genera la queja produce una exagerada liberación de cortisol (hormona del estrés), que sostenida en el tiempo explicaría las complicaciones antes descritas. La repetición genera un circuito cerebral que nos hace más fácil la queja, ya que es traducida como un entrenamiento -muy nocivo, por cierto- pero entrenamiento al fin".
Resolver, que en definitiva es lo que todos quieren, es aceptar lo que está sucediendo y actuar en consecuencia para que deje de suceder
"Entonces doctor -diría alguien quejoso- aceptamos todo, lo dejamos todo así, total, viva la pepa".
A ese paciente, Suárez le sugeriría que lo de aceptar lo acepta, pero lo demás claramente no. "Quejarse no es resolver, resolver (que en definitiva es lo que imagino todos quieren), es aceptar lo que está sucediendo y actuar en consecuencia para que deje de suceder, y si yo no sé resolverlo, acepto eso y lo tercerizo", resumió.
El especialista citó un cuadrante que, según dicen, desarrolló el presidente de los Estados Unidos entre 1953 y 1961, Dwight Eisenhower para organizar sus tareas diarias, inspirado en el creado por Stephen Covey, escritor del libro Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas.
"No hay mucho más que decir. Si me detengo unos minutos a organizar mi día con este cuadro, y pongo donde corresponde cada situación a resolver (problema, diría el quejoso), desaparece automáticamente, ya que lo resuelvo yo, lo delego, lo agendo o lo olvido", explicó Suárez, para quien "no es que se niegue que en la vida hay cosas que no son tan fáciles de evitar, pero esas cosas nunca desaparecerán, y según dónde y cómo se decida vivir, serán cada vez más complicadas".
Por lo tanto, "si no se crea una estrategia saludable para enfrentarlas se terminará desarrollando un personaje muy nocivo para la persona misma y para el entorno", analizó Suárez, quien recordó la popular frase que asegura que "el problema no es lo que pasa a mi alrededor, el problema es qué es lo que hago o cómo reacciono con eso que pasa a mi alrededor".
El estrés que genera la queja produce una exagerada liberación de cortisol
Para él, "algo se puede hacer" y tiene que ver con lo que plantea el cuadro de Eisenhower. Pero además, "se puede transmitir la molestia o queja a unos pocos, sólo a los necesarios; al protagonista o coprotagonista en cuestión, al terapeuta si lo hubiera y quizá a algún amigo. Porque cada vez que se transmita esa queja a alguien, la persona volverá a padecer todos sus perjuicios y fortalecerá el personaje equivocado".
De todas maneras, y aquí tal vez venga lo más difícil o el ejercicio más avanzado: lo ideal es no quejarse. "Y doy fe que esto se entrena, pero esta vez ese entrenamiento generará el circuito más maravilloso del mundo; el de la aceptación", recalcó Suárez.
En definitiva; las cosas pasan y seguirán pasando y sólo afectarán eternamente si la persona así lo decide. "Alarguemos los buenos años y decidamos saludablemente cómo lidiar con otra complicada y permanente tentación del planeta", finalizó.
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