La diabetes afecta a más de 415 millones de personas en el mundo y se espera que esta cifra llegue a 642 millones para 2040, según datos del sitio oficial de World Diabetes Campaign. En la Argentina, la prevalencia de diabetes (tipo 1 y 2) en la población total es de 9,6%. Cada seis segundos muere en el mundo una persona por diabetes. Aquí radica la importancia de realizar avances que puedan mejorar la calidad de vida de las personas que sufren de diabetes.
En esta línea, un grupo de investigadores de CONICET dirigidos desde el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) desarrollaron el ARG (Automatic Regulation of Glucose), un algoritmo que comanda la bomba de infusión de insulina en personas con diabetes tipo 1. Consiste en un sistema de control automático que realiza las funciones del páncreas para regular los niveles de glucosa en sangre.
"Es un páncreas artificial basado en un algoritmo de control para la medición de glucosa", explicó en diálogo con Infobae el doctor e ingeniero Ricardo Sánchez Peña, director del Departamento de Doctorado e Investigación del ITBA y líder del proyecto. "Este algoritmo lo que hace es inyectar la cantidad de insulina necesaria. Se desarrolló totalmente en Argentina en junio y actualmente se encuentra en etapa experimental".
El sistema inyecta automáticamente la cantidad de insulina que la persona necesita en cada momento. Está compuesto por un sensor continuo de glucosa y una bomba de infusión subcutánea de insulina. Se programa a través de un smartphone, en el cual se ingresa el algoritmo diseñado por los investigadores argentinos.
El objetivo de este sistema es regular de forma automática el valor de azúcar en sangre, sin necesidad de que el paciente realice las correcciones con insulina habituales en el manejo de la diabetes tipo 1. Esto es importante porque las personas que utilizan bombas de infusión de insulina subcutánea invierten una gran cantidad de tiempo en calcular y programar la insulina necesaria para mantener sus niveles de glucosa sanguínea en rango. Muchas veces sufren hipoglucemias (azúcar baja en sangre) o hiperglucemia (azúcar elevada en sangre) como consecuencia de cálculos imprecisos, de la variabilidad que presenta cada individuo en cuanto a sus requerimientos, de imprevistos, entre otros.
En el 2016, en el Hospital Italiano, tuvo lugar la primera fase de la prueba clínica, que utilizó el algoritmo desarrollado en la Universidad de Virginia. En junio de 2017 se realizaron las pruebas con pacientes con el algoritmo ARG, que solo requiere que se registre el inicio de la comida, sin necesidad de calcular cuántos gramos de hidratos de carbono consumirá. "Por el momento se realizaron dos pruebas, una el año pasado y otra este año, con cinco pacientes, pero todavía debemos hacer la prueba con pacientes ambulatorios, ya que se debe probar durante bastante tiempo en pacientes que se encuentren en sus casas", advirtió Sánchez Peña.
Los cinco participantes, hombres y mujeres, pudieron mantener los niveles de glucosa dentro de un rango aceptable durante las 36 horas en que se probó el páncreas artificial. "Los pacientes que aplican para este tipo de aparato son aquellos que tengan diabetes tipo 1, es decir, que sean insulinodependientes, o más conocido como un diabetes juvenil, como lo es en el caso de niños de 3 años a los que el páncreas no les funcione".
Uno de los mayores temores de los pacientes que se inyectan insulina es sufrir una hipoglucemia mientras duermen. Este es otro de los objetivos del páncreas artificial: lograr una mayor seguridad para el paciente mediante la disminución de hipoglucemias, especialmente las nocturnas. Durante la segunda fase del estudio, ninguno de los pacientes experimentó hipoglucemias graves como tampoco nocturnas.
El interrogante ahora, entonces, es cuándo estará disponible en el mercado este dispositivo. Según Sánchez Peña, habrá que esperar un poco más: "Tardará por lo menos un par de años para que esto se empiece a utilizar y se comercialice".
El proyecto también contó con científicos de las Universidad Nacional de Quilmes y de La Plata, y se desarrolló junto a investigadores médicos del Hospital Italiano de Buenos Aires y un asesor médico de la Universidad de Virginia.
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