Puede decirse que los precios de la hacienda terminaron 2024 con un premio consuelo, como broche final para un año que no resultó sencillo para el ganadero. Con la mejora registrada en dos semanas ciertamente atípicas por las Fiestas, el valor real del novillo de consumo vuelve al umbral del trimestre junio-agosto, tras una importante baja que duró hasta octubre, para revertirse tímidamente a partir de noviembre. Deflacionado, el valor actual es de todos modos sensiblemente menor al de un año atrás.
En su análisis, el Rosgan dice que 2024 sorprendió con una calma expectante. Arrancó con un nuevo gobierno y mejores expectativas tras años de fuerte y estéril intervencionismo, con todas las consecuencias negativas conocidas. Los nuevos vientos postergaron en alguna medida las principales demandas del sector.
La flamante Administración logró controlar dos variables sensibles: el dólar y la inflación. Es positivo, pero no quita que en materia de producción y consumo aún subsistan temas pendientes que se trasladarán a 2025 en la columna del debe. En principio, hay que contabilizar un fuerte golpe al consumo, que se ve reflejado en el enfriamiento general que afecta tanto a la producción de carne vacuna como a la industria.
Para el ganadero, 2024 no resultó amigable como se imaginaba a priori. Los productores venían de un período de fuerte liquidación de hacienda y pérdida de productividad debido a la sequía. El Rosgan recuerda que el stock ganadero cayó en 2023 en más de 1,5 millones de cabezas, con una pérdida de vientres significativa (900.000 entre vacas y vaquillonas) y entre 500.000 y 800.000 terneros menos, según el corte de medición. La faena bordeó los 14.5 millones de cabezas.
Todos proyectaban para el año pasado un mayor nivel de retención de hacienda por parte del criador, lo que marcaría el inicio de una nueva fase del ciclo ganadero. Pero el clima siguió metiendo la cola en los planes del campo, con deficiencias de lluvias durante el otoño-invierno y hasta bien entrada la primavera. Y aparecieron heladas que colaboraron a deprimir la oferta forrajera, los gastos en alimentación subieron y los productores, sumamente descapitalizados, se vieron obligados a continuar achicando la carga animal.
En números generales, el año pasado terminó con una faena total superior a los 13,8 millones de cabezas, lo que representa menos de 5 puntos porcentuales por debajo del dato de 2023, y aún con un elevado porcentaje de hembras en su composición. En buen romance, muy lejos de lo que se esperaba.
Este escenario afectó la rentabilidad de las distintas actividades ganaderas. La cría sufrió menos que el resto, pero tanto invernada como recría o engorde, terminaron el año muy deteriorados. El precio de la hacienda gorda, cuyo producto se destina en un 70% al mercado doméstico, ha tenido que convivir con una demanda sumamente debilitada, producto de un poder de compra erosionado. La recuperación de los ingresos sigue siendo muy heterogénea entre las distintas mediciones, con segmentos de consumo que todavía se encuentran sumamente afectados.
Desde luego, el precio de la carne vacuna al mostrador ha padecido esta realidad, y registraba a noviembre pasado un retraso de 40 puntos respecto de la inflación. Este límite que impuso el consumidor local se reflejó también en los valores de la hacienda en pie. Tomando nuevamente los datos a noviembre (últimos números disponibles), el precio del novillito gordo registraba un aumento interanual del 117%, frente al 166% que marcaba a esa misma fecha el IPC.
Los técnicos del Rosgan estiman que sobre una producción total de carne que al mes de noviembre se ubicaba en las 2,9 millones de toneladas, el mercado doméstico recibió poco más de 2 millones de toneladas, esto es un 10,5% menos que en igual período de 2023.
Por su parte, la exportación estableció un nuevo récord, pero sigue trabajando con márgenes ajustados. Los datos oficiales hasta noviembre reflejan más de 863 mil toneladas equivalente carcasa exportadas en solo 11 meses, cifra que ya supera lo vendido fronteras afuera en todo 2023. A pesar de la rápida apertura que recibió el sector tras la eliminación inmediata de las principales restricciones y prohibiciones que pesaban sobre la exportación, la situación cambiaria y el elevado costo impositivo que aún graba la actividad continúan deteriorando significativamente la rentabilidad de este eslabón, según estima el Rosgan.
Se considera que este año la industria ha enfrentado costos de estructura crecientes, producto del reacomodamiento de tarifas y de la inflación en dólares. Esto ha ocurrido en un contexto de precios internacionales 5% inferiores a los registrados en 2023 y un 30% por debajo de los máximos alcanzados en 2022. Sin lugar a dudas, esta situación deja al sector en una posición muy vulnerable, cuando debería ser en adelante el principal motor del crecimiento de la producción ganadera local.
Ahora la seca y las altas temperaturas en parte del área ganadera vuelven a abrir un interrogante respecto del impacto del clima sobre la actividad. Echan sombras sobre la oferta de pasto durante los próximos meses y las chances de entrar en un ciclo de mayor retención ganadera, que profundizaría la ya restringida oferta de hacienda que se espera para el próximo año. En este contexto, y asumiendo una recuperación paulatina del poder adquisitivo, la demanda local debería comenzar a pujar con la exportación para hacerse de hacienda, lo que podría generar alguna clase de mejora en los precios.