Mientras los gatos son muy quisquillosos con la comida, los perros parecen dispuestos a tragar cualquier cosa que se les ponga por delante.
Los científicos atribuyen a esta característica de los gatos, claramente diferencial con el perro, a cuestiones absolutamente genéticas. Gracias a recientes estudios, investigadores han descubierto algunos de los misterios que rodean a los gustos culinarios de los animales, sobre todo de los gatos, que son incapaces de percibir el sabor dulce.
En función de la dieta cárnica de los gatos, se sospechaba que podían degustar el sabor umami, rico, sabroso y carnoso que los japoneses describen como la “esencia de lo más delicioso”. Luego de secuenciar el genoma felino, descubrieron que los gatos pueden expresan los dos genes necesarios para formar receptores umami en sus papilas gustativas.
Si se da a elegir a un grupo de gatos entre agua común y otra agua con sabor umami, prefieren el agua umami y, más concretamente, el agua que contenía compuestos umami presentes en el atún. Esta sería una explicación de por qué a los gatos les gusta tanto el pescado de agua salada. El umami sería el principal impulsor de las ganas de comer en los gatos y el atún su principal representante.
Los perros, en cambio y a diferencia de los gatos, pueden llegar a saborear tanto el sabor dulce como el umami. Por otra parte, tanto los gatos como los perros tienen genes receptores del sabor amargo.
Sentido del gusto
El sentido del gusto ayuda a los animales a evaluar las posibles fuentes de alimento. El sabor dulce es un indicador claro de que un alimento es rico en hidratos de carbono, por lo tanto una buena fuente de energía.
El umami indica proteínas, mientras que el sabor salado preanuncia sodio, un nutriente esencial. El sabor amargo es un poco más complicado en su interpretación, pero se supone que comunica, entre otras cosas, acidez, lo que podría ser útil para impulsar a ingerir alimentos ricos en vitamina C.
Los fines evolutivos del sabor amargo también son objeto de debate, aunque la creencia más extendida es que puede llegar a significar toxicidad. La capacidad para detectar estos sabores está marcada en el ADN de los animales por genes específicos que producen distintos tipos de receptores gustativos.
A veces, estos genes receptores del gusto mutan al azar. Si el animal sobrevive bien con la mutación a cuestas, transmitirá ese rasgo a su descendencia hasta que, con el tiempo, y gracias a una selección positiva se convierta en la norma.
Se cree que ésta es la razón por la que los gatos no pueden sentir el sabor dulce. En algún momento, los genes receptores del gusto dulce de esta especie dejaron de funcionar por azar correctamente y debido a que sus necesidades alimentarias permitían esa carencia simplemente se quedaron así.
Los perros, en cambio, se alimentan de forma oportunista y aprovechan cualquier fuente de alimento disponible, ya sea carne, plantas o cereales, para lo que se encuentran genéticamente diseñados y esta podría ser una de las razones por las que los perros no son tan quisquillosos a la hora de comer.
Existe una clara correlación entre lo que se come y lo que se refleja en la carga genética. Las diferencias de percepción del sabor entre perros y gatos también tienen sentido según sus dietas. Los gatos son carnívoros “obligados”, lo que significa que pueden obtener todos los nutrientes que necesitan de la carne animal.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.